El papel de las mujeres en el mundo rural ha cambiado. Lideran empresas y representan la ruptura de estereotipos. 'Mujeres rurales en Sevilla' quiere ser un espacio para contar las historias de algunas de estas protagonistas en la provincia, para que sirvan de ejemplo e insiración, y contribuyan a cambiar clichés y tópicos. Este espacio está auspiciado por la Delegación del Gobierno de la Junta de Andalucía en Sevilla.
María Dolores Tejero o un amor duradero por el campo
María Dolores Tejero (Lebrija, 1968) era una de esas jóvenes que, en los años 80, se enfrentó al problema de tener que replantearse su futuro. Era una época, como recuerda, en la que en la sociedad se mantenían las oportunidades justas para que las chicas pudiesen acceder a la Universidad, así que se reinventó y, entonces, encontró al gran amor de su vida: el campo.
Corría el año 1988, y con 22 años recién cumplidos decidió comprobar cuánto podía durar su relación con la tierra de labranza: “En aquel año comencé con 3.000 metros de invernadero que destiné al cultivo de la flor cortada, y fui creciendo poco a poco, ya que después monté 2.000 más, que luego fueron otros 5.000”, y lo hizo con visión de futuro, ya que el poco dinero que iba ganando lo iba invirtiendo en nuevas tierras para dedicarlas a otros usos.
De esa forma, cuando el negocio de la flor cortada dejó de ser productivo, ella ya estaba preparada con cultivos alternativos, con lo que “a día de hoy, ya tengo muy poco de flor, unos 1.000 metros cuadrados, ya que cuando años buenos, invertí”, y consiguió lo que tiene hoy día: 16 hectáreas de terrenos repartidas en distintos cultivos.
Precisamente, cuando habla con eldiario.es/andalucia se encuentra en plena producción de habas baby, uno de los productos que más ocupación le mantiene durante el año, que hace que su campo tenga un pico de trabajadores que llega a los 25. El resto de sus 160.000 metros cuadrados de campo lo ocupan distintas parcelas de quinoa, tomates o algodón, hasta lograr una producción que el año pasado consiguió una facturación en torno a los 120.000 euros.
Todo ello en la parcela 3021 del sector “B” del Bajo Guadalquivir, ya que la finca en sí, situada a unos 7 kilómetros del casco urbano de Lebrija, simplemente, lleva su nombre.
La lucha en la incertidumbre
María Dolores dice abiertamente que tiene pasión por el campo en todos sus aspectos, mientras asegura, hablando de la rentabilidad de su labor, que “nadie se hace millonario trabajando”.
Aún es joven para hablar de su jubilación, aunque cuando dice que puede que lo venda todo y viva holgadamente su tercera edad, asegura que “mi marido no se lo cree”, sobre todo porque el campo forma parte de su ADN, con presencia en la organización COAG y durante 14 años en el consejo rector de la cooperativa Las Marismas de la localidad lebrijana.
Y todo ello, a pesar de que admite que “cuando trabajas en temas agrícolas vives en una continua incertidumbre, porque si pasa como hace unos días, que se anuncia una fuerte borrasca, piensas que te puede tumbar las habas, tirar el invernadero, puede llover muy fuerte, y al final resulta que cuando haces balance de lo que has hecho, hay años muy buenos y otros ruinosos”, por lo que cree que el único secreto de su trabajo es que “hay que ser consciente de que hay que guardar, y que de que para la próxima campaña tienes lo que sabes que hay que gastar”.
Y todo ello lo explica en una mañana gélida, al frente de sus 25 trabajadores que recogen las pequeñas habas que irán a cualquier mesa en los próximos días: “¿frío? Estoy tan feliz en el trabajo que ni me entero de que hace frío”, asegura esta empresaria para siempre enamorada del campo.
María Dolores Tejero (Lebrija, 1968) era una de esas jóvenes que, en los años 80, se enfrentó al problema de tener que replantearse su futuro. Era una época, como recuerda, en la que en la sociedad se mantenían las oportunidades justas para que las chicas pudiesen acceder a la Universidad, así que se reinventó y, entonces, encontró al gran amor de su vida: el campo.
Corría el año 1988, y con 22 años recién cumplidos decidió comprobar cuánto podía durar su relación con la tierra de labranza: “En aquel año comencé con 3.000 metros de invernadero que destiné al cultivo de la flor cortada, y fui creciendo poco a poco, ya que después monté 2.000 más, que luego fueron otros 5.000”, y lo hizo con visión de futuro, ya que el poco dinero que iba ganando lo iba invirtiendo en nuevas tierras para dedicarlas a otros usos.