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Derribando barreras de intolerancia

Elena Tajuelo Sánchez.

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“Hay que salvar a la humanidad de quienes levantan barreras”, así hablaba Charles Aznavour, francés de origen armenio, en uno de sus últimos conciertos en Madrid, en plena ofensiva de Trump contra la libre circulación de personas.

La historia se sigue repitiendo de manera incansable. Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos siempre se han movido en busca de una condición de vida mejor para sí mismos y para sus hijos. Es evidente que el fenómeno de la migración es imparable, y que, si en el momento en que el hombre comenzó a moverse, se lo hubieran impedido, hoy en día muchos de nosotros no estaríamos aquí.

Ser una persona migrante supone tener que aprender a vivir con el miedo de ser identificada, de ser detenida, de ver reducidos los derechos y quizás algún día ser expulsada. Cada persona que deja su país para establecerse en otro, quizá vive la experiencia más fuerte de su vida: tener que dejar su tierra, sea cual sea el motivo; tiene casi siempre motivaciones dolorosas tanto para el migrante como para sus seres queridos. Emprenden un camino largo, ligero de equipaje, dejando atrás su vida, intentando alejarse del hambre y de la violencia con la esperanza de poder llegar a un destino desconocido y empezar una nueva vida. La inmensa mayoría de estas personas tienen truncadas injustamente sus posibilidades de desarrollo en sus países de origen y lo peor de todo es que su identidad se ha reducido para siempre.

“No se está haciendo lo suficiente”

Ninguna de ellas ha elegido tener que jugarse la vida en una patera o tener que vivir en un campo de refugiados, se han visto forzados a hacerlo; desgraciadamente entre las personas migrantes, los niños, las niñas y las mujeres son los más vulnerables a la hora de migrar, sometidos/as a explotación, a la trata y a ser víctimas de la delincuencia. No se está haciendo lo suficiente para garantizar sus derechos y velar porque los más vulnerables tengan iguales oportunidades de migrar en condiciones legales y de seguridad.

El 18 de diciembre es el día internacional del migrante, este año coincide con el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y hace unos días se firmó en Marruecos el Pacto de la Migración, ¡Qué coincidencia!

Parece que el mundo se está concienciando, ¿será que los políticos se replantean un cambio de modelo de desarrollo social y económico? ¿O será papel mojado? Cada año la situación se recrudece y aumenta el número de personas desplazadas. Es necesario y urgente que los gobiernos tengan voluntad de hacer que esto cambie, pero para ello es imprescindible acabar con los obstáculos más importantes, los prejuicios y la indiferencia.

Esperemos que al menos este 18 de diciembre sea el punto de partida para tomar conciencia y que actúen, por un lado  los Gobiernos y los Estados tomando medidas y por otro, un llamamiento a los ciudadanos y ciudadanas para que lo exijan a sus representantes.

Elena Tajuelo Sánchez, presidenta de Andalucía Acoge.

“Hay que salvar a la humanidad de quienes levantan barreras”, así hablaba Charles Aznavour, francés de origen armenio, en uno de sus últimos conciertos en Madrid, en plena ofensiva de Trump contra la libre circulación de personas.

La historia se sigue repitiendo de manera incansable. Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos siempre se han movido en busca de una condición de vida mejor para sí mismos y para sus hijos. Es evidente que el fenómeno de la migración es imparable, y que, si en el momento en que el hombre comenzó a moverse, se lo hubieran impedido, hoy en día muchos de nosotros no estaríamos aquí.