Un puñado de galeras remonta las aguas del Mediterráneo. Las naves, cargadas de corsarios berberiscos, divisan apetecibles costas y el desembarco, tan próximo, acrecienta en la tripulación la ansiosa búsqueda de un nuevo botín. Corre el siglo XVI y en un mar que no es sino un pleno bullir, el Cabo de Gata está anclado en un universo de pillería, traición y conquista. Como legado, mil historias, un reguero de fortalezas defensivas y un nombre eterno: la ruta de los piratas.
El mapa bucanero traza en Almería una línea zigzagueante de Los Escullos a la Cala de San Pedro. Los desembarcos de navegantes provenientes del norte de África convirtieron a esta zona del Parque Natural Marítimo-Terrestre de Cabo de Gata-Níjar en la 'costa de los piratas'. Rincones paradisíacos entre montañas volcánicas, playas de aguas transparente, calas vírgenes con espesos bosques de posidonia y un patrimonio cultural a la altura se acumulan en unas decenas de kilómetros. Y si encima la visita es en barco… leven anclas.
Cuentan las crónicas que las incursiones piratas buscaban manantiales de agua dulce en torno a los cuales crecían aldeas solícitas para el reposo del marino. Los más temidos corsarios en la zona pertenecían a la etnia bereber. Partían de puertos como el de Tánger, Mazalquivir o Sargel, y de Túnez o Argelia, con un destino: robo y saqueo en las costas europeas. Hacer caja, tomar esclavos.
Con el referente corsario de 'Barbarroja'
En los actuales destinos turísticos almerienses es posible seguir el rastro de aquellos corsarios musulmanes que tuvieron el referente más conocido en un pirata llamado Baba Aruj, más conocido como Barbarroja. En el año 1510, por su pericia, el rey de Túnez le otorga el gobierno de la isla de Yerba. ¿Dejaría algún tesoro escondido en la ruta?
Para frenar las incursiones berberiscas, los pueblos costeros construyeron 14 castillos y torres de vigilancia. Fortificaciones que hoy son patrimonio cultural y que desde su génesis fueron tituladas con una advocación religiosa, caso de San Pedro, Santiago, San José, San Ramón, San Francisco de Paula, San Miguel, San Felipe… Baterías de costas que protegían, en la medida de lo posible, calas que constituyen hoy uno de los tesoros turísticos de Almería.
Cabo de Gata desde la costa corsaria
Los Escullos. Alberga el Castillo de San Felipe, fortaleza restaurada (es la que presenta mejor estado de conservación) que data del siglo XVIII. Alzándose sobre el monte denominado punta del Esparto, preside un paisaje de dunas fósiles y aguas transparentes.
El sistema defensivo perdió baluartes como el de San José y el de San Francisco, ya desparecidos, e incluye torres para labores de aviso. Antes, la playa del Arco o puntos subrayados del mapa como Cala Higuera. Y La Isleta del Moro. El topónimo delata la herencia de ocupaciones berberiscas que tienen reflejo en una fiesta anual denominada ‘El desembarco pirata’ y en la que los actuales pobladores del lugar se disfrazan para recrear las escaramuzas de la época.
Luego, el Mirador de la Amatista ofrece una imponente panorámica de los acantilados de la ruta corsaria antes de desfallecer cayendo de golpe en una vertiginosa pendiente hasta el valle de Rodalquilar. Allí esperan los restos del antiguo poblado minero e incluso las grutas fantasmagóricas de lo que fueran minas de oro. Y otras estrategias defensivas como la batería de San Ramón que con sus cuatro cañones vigilaba el litoral desde El Playazo.
O la fortaleza más antigua de Cabo de Gata: la torre de los Alumbres. De ahí, los berberiscos debían enfilar sus barcos hasta las últimas paradas de la ruta pirata. Los tripulantes perseguían un rincón privilegiado para reponer fuerzas: Las Negras. El pequeño pueblo, cuentan, debe su nombre a una tragedia: el mar se tragó a un grupo de marineros y sus mujeres fundaron el nuevo asentamiento. El luto de sus vestimentas hizo el resto.
Y de este puñado de casas blancas enclavados entre el Cerro Negro y la Molatilla, el camino desemboca en la Cala de San Pedro, esa cálida introducción al caos a la que solo es posible acceder en barco o tras una larga caminata y donde aguardan una fuente de agua dulce, las ruinas de un castillo del siglo XVI y una de las playas más hipnotizantes del litoral volcánico.