“Le hemos saltado las costuras a la Tierra”: el cambio climático explicado por Miguel Delibes de Castro
“O la Tierra se nos ha quedado pequeña o nosotros nos hemos vuelto grandes para lo que la Tierra puede soportar”. Con esta duda (que no lo es tanto) expresa el biólogo e investigador Miguel Delibes de Castro, que fuese director de la Estación Biológica de Doñana durante 12 años, la situación a la que se enfrenta la humanidad por su propia acción sobre el planeta. La cuestión tiene en el cambio climático uno de sus principales reflejos, fruto básicamente de que “le hemos saltado las costuras a la Tierra”. Eso, y que encima no nos comportamos como las lombrices.
¿Y eso qué significa? Pues que los humanos “no somos tan distintos de otras especies en lo básico de la ecología”, con un impacto que viene determinado por dos factores fundamentales: el tamaño de la población y el efecto de cada individuo. Y en los dos la humanidad está dejando su huella para mal, ya que por un lado el número de personas “se ha disparado de forma imparable y terrible en 150 años” y, por otro, cada uno de nosotros a nivel individual no hace lo mismo que nuestros predecesores de hace 10.000 años, porque consumimos más recursos y encima generamos más residuos.
Aquí, como ejemplo comparativo, es donde aparecen las lombrices, con un número que habrá variado más o menos, pero no así su impacto individual. Dicho de otra manera, una lombriz de hoy hace lo mismo y se comporta igual que sus ancestros hace 10.000 años, justo al contrario que el hombre, que de media gasta más recursos y contamina más. La impronta que dejamos en el planeta como especie no es precisamente sostenible.
“La gran aceleración”
Esta exposición la hacía Delibes en un reciente acto en la Facultad de Filosofía de Sevilla, en la que junto a otros ponentes reflexionó sobre los retos del cambio climático. La marca del hombre es tal que parte de la comunidad científica utiliza el término antropoceno para referirse a la actual época geológica, con “un consumo excesivo de energía, el abuso de fertilizantes, las presas, el uso que se hace del agua, el turismo masivo...”, todo ello disparado sobre todo a partir de 1950, cuando se produce lo que ha dado en llamar “la gran aceleración”.
Todo esto se traduce en que tenemos unas tasas de extinción de especies “superiores a cuando desaparecieron los dinosaurios hace 65 millones de años”. “Estamos fascinados por nuestro éxito biológico, somos los primeros de la clase y los más listos”, lo que nos lleva a “descuidar el riesgo asociado”. Porque al final, como especie, estamos empeñados en “ponernos el traje de Primera Comunión el día de la boda”, cuestión complicada por mucho que la prenda sea crecedera y elástica. Y eso es lo mismo que le pasa a la Tierra pero, como no hay planeta B, lo que deberíamos hacer es “estabilizar la población y reducir el consumo y los residuos”.
Con semejante panorama, hay que darle la vuelta a la “mentalidad social” que busca la felicidad en un consumismo desbocado y que se ha establecido sobre unas bases con las que “basta que no nos podamos comunicar y que desaparezca internet para que se produzca el colapso”. Esto, además de “desasosegante”, implica que si queremos mantener el actual ritmo al final no habrá más remedio que recurrir a la energía nuclear, un escenario en el que las vencedoras serán “las bacterias que se relamen con la radiación”.
Delibes contrapuso “el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”, y tiene claro que la senda a seguir es la de “el buen vivir sin un consumo excesivo”. “Tenemos que cambiar la forma en la que estamos en el mundo”, apostilló.
La solución no la va a dar el capitalismo
En la mesa redonda en la que Delibes dejó estas reflexiones también intervino Ana Díaz Vázquez, del Centro de Investigación de la Comisión Europea (JRC por sus siglas en inglés) en Sevilla, quien también admitió que “la energía nuclear entra en la ecuación si queremos seguir al mismo ritmo que ahora”. La única manera de evitar esto es apostar por “desenchufar” y cambiar cómo se están haciendo las cosas ahora. A su juicio, “el colapso ya está aquí”, y que existen vías para para aliviar la situación, aunque desde luego la solución “no se la podemos dejar al capitalismo”.
Otra cuestión clara es que va a costar dar los pasos necesarios, porque estamos en pleno reto para cumplir el compromiso de rebajar al 50% las emisiones de dióxido de carbono (CO2) para 2030, y para ello sería necesario un ritmo anual de reducciones de un 8%. Frente a esa cifra, en 2020, con el mundo paralizado varios meses por la pandemia, se logró reducir un 5,2% la concentración de CO2... para incrementarlo en 2021 un 6%, “el mayor dato de la historia”.
“El CO2 sigue el ritmo de la economía”, resumía, y eso explica que desde 1950 se hayan cuadruplicado las emisiones, que en un 73% proceden del consumo de energía: en la industria, para el transporte, en los edificios... Y sí, China es el mayor productor de CO2, pero Estados Unidos se sigue llevando la palma si analizamos el dato per cápita. Sea como sea, “si no hacemos nada la temperatura subirá tres grados en 2100”, una cifra más que considerable si tenemos en cuenta que la temperatura media de la Tierra es de 15 grados.
“Muchas soluciones que son baratas”
Por su parte, Reyes Tirado, investigadora de Greenpeace y de la Universidad de Exeter, además de “activista y hortelana”, ponía sobre la mesa que “el poder y la economía tienen intereses creados que bloquean la toma de medidas”, y así va a ser complicado cumplir en 2050 el compromiso de cero emisiones. Y eso que para este camino cree que “hay muchas soluciones que son baratas”: combustibles bajos en carbono, protección y restauración de la naturaleza, suelos ricos en carbono, cambios en el sistema alimentario, dietas con menos carne...
Una parte nada desdeñable de las emisiones están relacionadas con la alimentación animal para la producción sobre todo de carne, lo que se traduce en que la media mundial es de 40 kilos de proteína animal por persona y año. En la India, en cambio, no llega a cinco kilos, mientras que España se dispara hasta los 80 kilos, el país que más consume. “En la práctica hemos abandonado la dieta mediterránea, ya es más parecida a la americana”, lamentaba.
Incluso para contaminar, vino a decir, hay clases y clases. El 10% de los que más emiten contribuyen con entre el 35 y el 45% de las emisiones globales, y el 1% de la población mundial emitió el 50% del CO2 debido a la aviación comercial, especialmente significativo si se tiene en cuenta que sólo entre el 2 y el 4% de la población global cogió un vuelo internacional en 2018.
“Tenemos que reducir el consumo de energía para no ir a la nuclear, es necesario un cambio cultural” que se antoja complicado porque en el actual contexto de crisis por la guerra en Ucrania los gobiernos europeos están apostando por subvencionar la gasolina, cuando “sólo eliminando los subsidios a los combustibles fósiles se reducirían las emisiones globales un 10% en 2030”. Entre otras iniciativas, se mostró partidaria sin medias tintas de fijar más impuestos “a la riqueza absoluta” e instó a actuar porque “es ahora o nunca”, “consumimos mucho más recursos de los que la Tierra puede producir y depurar”.
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