Cuando era un niño y miraba las estrellas desde el balcón de su casa en la plaza de Lizana de Huesca, Arturo Bernard Acín pudo tener la intuición de que un día daría nombre a uno de los muchos cometas que surcan el cielo. Pudo soñar con nuevos descubrimientos científicos en una época, la década de los 20 del siglo pasado, de avances decisivos en la astronomía. En 1923, este oscense descubrió el cometa C/1923 T1 Dubiago-Bernard. Una paternidad compartida, de manera injusta según los estudios, con el soviético Aleksandr Dmitrievic Dubiago. Ahora, el Ayuntamiento reivindica su figura y quiere que se le dé un reconocimiento a otro de sus ilustres vecinos olvidados.
El grupo municipal de Con Huesca Podemos Equo presentará en el pleno de este mes de marzo una moción, que será debatida y votada para que el Ayuntamiento de Huesca coloque una placa y un código QR en la fachada de la casa natal del científico. También plantea organizar a lo largo de 2023, en colaboración con la Agrupación Astronómica de Huesca, actos en conmemoración del centenario del descubrimiento del cometa. Además, apuesta por que el consistorio proponga en la comisión de relaciones institucionales y participación ciudadana que una calle lleve el nombre del también doctor. Finalmente, plantea que el Ayuntamiento incluya en la ruta de patrimonio invisible la visita a donde residió y la explicación del hallazgo.
“De entre todos los cometas localizados a lo largo de la historia tan solo uno lleva el nombre de un hijo de Huesca”, apuntan desde la formación política. Nacido en Huesca en torno a 1882, el médico y escritor Venancio Díaz es quien ha trazado una biografía más precisa. Desde joven manifestó afición por los astros. En la terraza de su casa tenía montado un cañoncito provisto de pólvora y de una lente que, de manera automática, se disparaba con precisión a las 12.00 horas cuando el sol pasaba por el meridiano.
Terminados los estudios de medicina en 1905 continuó con los de náutica en Barcelona y se comenzó a interesar por la astronomía como miembro de la Sociedad Astronómica Francesa desde 1906. Terminada su andadura naviera, optó por dedicarse a la medicina en tierra y su siguiente etapa se desarrolló en Madrid. Como médico de Moralzarzal padeció la conocida como gripe española y sus pasos le llevaron después a Colmenarejo, una localidad lejos de la luminosidad de la capital de España que le permitió dar rienda suelta a su afición en las estrelladas noches del campo.
Un telescopio rudimentario
En la terraza de su casa tenía un pequeño telescopio de 50 milímetros, muy rudimentario. La tarde del 11 de octubre de 1923, mientras hacía observaciones de estrellas variables en la constelación de Unicornio, vio un objeto que no había identificado hasta entonces. Se movía y su imagen solo podía corresponder a un cometa. Excitado por el descubrimiento, quiso de inmediato comunicarlo, pero no había teléfono en Colmenarejo. El más próximo estaba en Galapagar, y allí se dirigió al día siguiente para ponerse en contacto con el Observatorio Astronómico de Madrid. Le contestaron que comprobarían el hecho y lo comunicarían, pero el empeoramiento del tiempo con nubosidad hizo imposible la observación.
De manera simultánea escribió a los observatorios de Lyon y de París, pero las cartas llegaron con una semana de retraso. Cuando desde aquellos lugares se quiso comprobar la existencia del cometa, ya estaba más bajo en latitud y solo era posible verlo desde otro hemisferio. En España existía la Sociedad Española de Astronomía de España y América, pero por razones no conocidas no se le comunicó entonces el descubrimiento.
Por fin, París trasladó el hecho al observatorio de Copenhague, que era donde se registraban oficialmente estos descubrimientos, pero para infortunio de Bernard el cometa había sido comunicado ya por un ruso, Aleksandr Dmitrievic Dubiago, del observatorio de Kazán, que lo había visto dos días más tarde, el 14 de octubre, y por ello pasó a llamarse Dubiago-Bernard.
Muy poco se conoce de sus posteriores actividades como astrónomo y como médico en Colmenarejo. El periódico semanal jacetano ‘El Pirineo Aragonés’, con fecha del 2 de marzo de 1935, fue el único en hacerse eco de su fallecimiento en Madrid el día anterior a una edad aproximada de 53 años. Mientras que Dubiago recibió homenajes tan curiosos e importantes como la concesión en 1964 de un cráter lunar que lleva su nombre, el único reconocimiento que el oscense obtuvo por su descubrimiento fue la medalla Donohe de la Sociedad Astronómica del Pacífico, con sede en San Francisco (California).