A Marcos Garcés le ha llegado una fama inesperada. Tras hacer pública una carta, a través de la revista del sindicato UAGA, en la que reivindicaba el oficio de agricultor, las redes sociales propagaron su historia. Aún hoy se pregunta por qué ha llamado tanto la atención. Tiene 28 años, la carrera de Sociología y está acabando Ciencias Políticas. Pero lo que es, lo que ha sido desde pequeño, dice, es agricultor. Los últimos cinco años de manera profesional, en Bañón, un pueblo de Teruel que no llega a los 200 habitantes. Cree que su caso ha suscitado la curiosidad porque “se tiene una imagen de la agricultura que no es”, cargada de prejuicios, y la gente no parece entender que alguien, por decisión propia, elija el campo frente a la ciudad.
La sociedad “te orienta hacia trabajos maravillosos en los que ganas mucho, trabajas lo justo y no te ensucias. Y la agricultura nunca está entre esos idilios. Debe ser por lo de ensuciarse...”, relata en su carta.
“Mis amigos de la universidad y del colegio mayor no se creían que quería ser agricultor de verdad”, recuerda, pero “cuanto más les contaba más les interesaba”. “Es un trabajo muy vocacional y duro”, explica este joven que ha continuado la explotación familiar. “Hay falta de información y carencia de formación”, se lamenta.
El campo tiene mucha más tecnología y ciencia de la que se le presupone: “Tienes que saber desde labores agrícolas hasta gestionar una empresa y hacer balances, pasando por algo de química y biología”.
Y todo eso, después de enfrentarse a una “excesiva y a veces contradictoria” burocracia. La Política Agraria Comunitaria (PAC) tampoco ayuda. Por eso pide que sea “justa y social”, que defienda al “agricultor activo” y que las ayudas se destinen verdaderamente a los profesionales agrícolas, eliminando los derechos históricos. “La PAC es una herramienta clave y en España es una vergüenza”, sentencia.
Explica todo esto atendiendo al teléfono, mientras hace una parada con el tractor, y peleando con la falta de 3G. “Soy un enamorado del medio rural, lo disfruto pero lo sufro mucho, por el abandono de las instituciones”.
Para el sistema, los agricultores “somos unos bichos raros que vivimos de algo tan volátil como el suelo y el cielo y que practicamos un oficio del pasado económicamente nada guay”. “Se olvida -continúa- que el mundo está habitado por personas, y que viven porque comen verduras, fruta, carne, no valores de bolsa o acciones”.
Está empeñado en mejorar la imagen del sector y romper esos prejuicios basados en “poner la boina a un sector que puede ser tan tecnológico e innovador como el que más”. Granjas informatizadas, riegos que se programan desde una tablet.... La vida del agricultor y el ganadero hoy “es un mix” entre la tecnología y la mirada al cielo y a la tierra. “Hay agricultores todavía anclados en el pasado, y hay que tener en cuenta que es un sector muy envejecido pero los jóvenes también somos una parte importante”, defiende.
El futuro del campo pasa por un rejuvenecimiento que tiene difícil abrirse paso, porque son pocos quienes quieren continuar las explotaciones familiares, y empezar de cero es prácticamente imposible con las inversiones que se requieren.
A pesar de todo, la tendencia en los últimos años en lugares como Teruel es que el número de nuevos agricultores menores de 40 años aumente cada año. Según datos proporcionados por el Gobierno de Aragón, desde 2007 hasta 2014 se incorporaron 416 personas, más de la mitad de ellas menores de 30 años.