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Las macrogranjas de porcino devoran a las explotaciones tradicionales y llenan de nitratos el agua de decenas de pueblos

La versión industrial de la ganadería porcina prolifera en Aragón a espaldas de la problemática ambiental

Eduardo Bayona

Zaragoza —

“El sector porcino tiene que aprender a explicar a la sociedad qué es lo que aporta, que representa y por qué es tan importante para Aragón”, sostiene el consejero de Desarrollo Rural de esta comunidad, Joaquín Olona, para quien “todos los agentes implicados estamos llamados a afrontar este reto y, entre todos y cada uno desde su posición, tenemos que ser capaces de explicar a la ciudadanía la importancia de este sector”.

No lo están consiguiendo, pese al empeño en presentar la proliferación de macrogranjas y mataderos de cerdos como una herramienta para combatir la despoblación y a remarcar los beneficios, que los tiene, que esa industria aporta a la renta agraria tras situarse su volumen de negocio en el entorno de los 600 millones  de euros y los 11.000 empleos, aunque menos de la mitad de ellos se ubican en las cuadras que, semana a semana, crecen en volumen y en dimensiones por varias zonas de la comunidad.

¿Qué obstáculos encuentra esa comunicación? Varios, entre los que destaca la realidad que se vive en el campo: 34 pueblos con nitratos en su red de agua potable, restricciones a las granjas que se anuncian para después recortarlas o suprimirlas en los 'papeles', alertas como la de la CHE (Confederación Hidrográfica del Ebro) sobre los potentes efectos contaminantes que las granjas ya provocan en los acuíferos, un decreto de distancias que pasa por alto esa circunstancia, otro de purines que deja la regulación de la inspección para más adelante, la existencia de una docena de municipios en los que no se pueden instalar más cuadras porque sus términos no soportan más estiércol y ayuntamientos, como los de Chimillas y Sabiñánigo, que optan por establecer sus propias moratorias ante la laxitud de la comunidad autónoma con los efectos ambientales de un sector que se está industrializando al socaire de la exportación mientras la cabaña bate su récord y supera los 8 millones de cabezas.

Los efectos económicos de la proliferación del porcino en Aragón están fuera de duda. Tanto, al menos, como la inquietud que las consecuencias de esa expansión para el medio genera en amplios sectores de la población o la perplejidad que causa el apoyo oficial, ahora ya con algún matiz, a iniciativas como la construcción en Binéfar del mayor matadero de Europa promovido por el grupo italiano Pini, cuyo jefe ha sido detenido en Polonia y en Hungría por fraude fiscal y permanecerá en prisión, al menos hasta primeros de julio, en el segundo de ellos.

La industrialización del porcino

Según los Indicadores del Sector Porcino del Ministerio de Agricultura, la cabaña porcina aragonesa pasó entre 2009 y 2017 de 5,5 a 7,7 millones de cabezas, con el mayor incremento del Estado tanto en volumen como en porcentaje (40 %). Eran 4,5 en 2005, lo que indica que la cabaña, de mantenerse la progresión, estará cerca de duplicarse en quince años.

En los cuatro últimos años de ese periodo, entre 2013 y 2017, el número de granjas pasó de 3.887 (seis de ellas extensivas) a 4.221 (cinco): 334 cuadras más para 2,2 millones de animales, en una evolución que, con 119 establos más en 2018, marca un camino decidido hacia la industrialización.

Los datos sobre la capacidad de las cuadras dan fe de ello. En cinco años, entre 2013 y 2018, han cerrado 224 de las pequeñas (el 15 %), de menos de 350 cabezas, mientras las medianas, de entre esa cifra y 2.000, aumentaban un 20 % con 335 nuevas instalaciones y las macrogranjas con capacidad para engordar hasta 5.500 animales se disparaban un 46 % al añadir 142 a las 303 ya existentes.

Las “xenogranjas”, la despoblación y el empleo

Esas tendencias, perceptibles a simple vista en el mundo rural cuando se recorre cualquier carretera de la Litera, el Bajo Cinca, los Monegros o la estepa zaragozana, han llevado a la organización agraria Uaga, la de mayor implantación en la comunidad, a acuñar el término “xenogranjas” para referirse a ese emergente modelo de cuadras de grandes dimensiones que se aparta de lo que siempre fue el de pequeñas instalaciones, cuya producción servía como complemento para los ingresos familiares en el campo. Vienen granjas extrañas, distintas de las autóctonas.

Y está por ver el efecto de ese cambio de modelo en la fijación de población y en la mejora del empleo en las zonas rurales en las que se asientan después de que un estudio de Ecologistas en Acción revelara cómo en los municipios de Castilla-La Mancha y Andalucía con mayores cabañas de porcino el censo mengua y el paro crece, al mismo tiempo, en los últimos años.

Mientras tanto, a la espera de que se pongan en marcha el proyecto de Pini en Binéfar y el de la Corporación Agropecuaria Guissona (CAG) en Épila, que prevén generar, respectivamente, hasta 2.000 y hasta 4.500 empleos, otros dos mataderos, el de Zuera del Grupo Jorge y el de Ejea de Vall Companys, retienen en Aragón, junto con el histórico Fribín de Binéfar, una parte del valor añadido que antes viajaba a otras comunidades ante la escasa capacidad de sacrificio de animales de la comunidad.

Una parte de esa parte, más bien, ya que solo dos de los cinco (Jorge y Fribín) están controlados por capital autóctono. Vall y CAG tienen su sede en Lleida. Los Pini, en Italia.

La puesta en funcionamiento de los mataderos es, junto con  la proliferación de las macrogranjas, uno de los cierres del círculo del nuevo modelo de la industria del porcino en Aragón, sobre cuyo futuro, como en el resto del país, perciben unos burbujeantes nubarrones los observadores que ya se han percatado de que China, el principal destino de las exportaciones, comienza a reducir sus compras en Europa al haber empezado a producir sus propios cerdos a menor coste en países africanos como Senegal.

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