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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Ahora qué

La torpe estrategia puesta en marcha durante estos últimos días por la cúpula de Podemos ha sido, en muchos casos, recibida dentro y fuera del partido con exasperación. Sin duda, Podemos no es lo que era o, al menos, no es lo que podía haber sido. Quizá no es lo que aún puede llegar a ser. A saber, un instrumento de democratización de la vida política en el estado español capaz de competir con el monstruo bicéfalo del bipartidismo la batalla por el gobierno de la nación.

Parecer que el núcleo irradiador errejonista se haya fundido, que se le hayan saltado los plomos. La dinámica puesta en marcha es, se mire por donde se mire, desastrosa. Desde el punto de vista del proyecto de democratización, obviamente, es absurda. Pero también resulta incomprensible desde el punto de vista de la efectividad. Podemos se ha quedado estancado en las encuestas y resulta evidente que superar el techo electoral al que se enfrenta requeriría de una ampliación del espectro de población a la que involucra. Para llevar a cabo esta ampliación se presenta como un requisito indispensable intensificar relaciones con quienes dentro y fuera del partido difieren de las posiciones de la cúpula, es decir desplegar procesos de hibridación, recomposición y mezcla en lugar de los procesos de depuración que están teniendo lugar.

Esta estrategia, sólo comprensible como efecto bien de eso que Etienne Balibar llamó “miedo a las masas”, o de lo que Jacques Rancière denomina “odio a la democracia”, pone en una posición de fuerte debilidad a la cúpula constituida por el tandem Iglesias-Errejón, y, muy especialmente, a Pablo Iglesias, cuya legitimidad se asienta sobre la construcción mediática, pero, también, sobre el margen de respeto que hasta ahora le han concedido los movimientos sociales críticos. Es hasta cierto punto cómico ver cómo se aproxima al precipicio del que trata de huir. O, como diría Spinoza, cómo lucha por su servidumbre como si se tratarse de su salvación. Intenta reforzar posiciones mediante una estrategia que no hace sino profundizar su debilidad. La soledad que comienza a rodear a Iglesias inevitablemente revertirá en una fuerte devaluación del enorme capital simbólico acumulado en su persona y, con ello, en un descenso de las expectativas de voto de Podemos.

Frente a este proceso de deterioro en el que se ha embarcado Pablo Iglesias y en el que Pablo Iglesias ha embarcado a Podemos, no pueden sino comenzar a surgir otras voces que exigen y trabajan en favor de alternativas electorales capaces de jugar la partida de las generales con alguna opción de éxito.

En este escenario, los procesos y metodologías fuertemente democráticos que se han condensado en las apuestas municipalistas han acumulado la fuerza y la legitimidad para proponer otras formas de organización en paralelo a Podemos e, incluso, para arrastrar a las corrientes críticas de Podemos, obviamente insatisfechas y descontentas ante el cierre excluyente impuesto por la cúpula. No se trata, para estos sectores críticos, de llevar adelante una ruptura, pero sí de afianzar relaciones con el exterior de Podemos de modo que se consigan fortalecer las posiciones internas en el propio partido, puesto que sólo a través de la articulación con lo diferente, sólo a través de la composición con el afuera se evitan los momentos de aislamiento y deflación.

Estas formas de organización que corren en paralelo a Podemos, pero que, de algún modo, funcionan al mismo tiempo dentro y fuera de Podemos, diluyendo las fronteras entre quién pertenece al partido y quién no, ya se han puesto en marcha. Tienen a su favor el hecho de que responden a un deseo muy difundido e intenso de democracia y de participación que en este momento nadie más está en disposición de vehicular. Tienen a su favor que la inteligencia del brillante camarada Errejón, en otros instantes tan ágil, en esta ocasión parece como ausente. Tienen a su favor la herencia que recogen de las exitosas apuesta municipalistas. Tienen, en definitiva, a su favor que todo el mundo se está preguntando lo mismo, que todo el mundo se está preguntando “¿Ahora qué? —y que la respuesta comienza a ser para todos la misma: Ahora en Común.

La torpe estrategia puesta en marcha durante estos últimos días por la cúpula de Podemos ha sido, en muchos casos, recibida dentro y fuera del partido con exasperación. Sin duda, Podemos no es lo que era o, al menos, no es lo que podía haber sido. Quizá no es lo que aún puede llegar a ser. A saber, un instrumento de democratización de la vida política en el estado español capaz de competir con el monstruo bicéfalo del bipartidismo la batalla por el gobierno de la nación.

Parecer que el núcleo irradiador errejonista se haya fundido, que se le hayan saltado los plomos. La dinámica puesta en marcha es, se mire por donde se mire, desastrosa. Desde el punto de vista del proyecto de democratización, obviamente, es absurda. Pero también resulta incomprensible desde el punto de vista de la efectividad. Podemos se ha quedado estancado en las encuestas y resulta evidente que superar el techo electoral al que se enfrenta requeriría de una ampliación del espectro de población a la que involucra. Para llevar a cabo esta ampliación se presenta como un requisito indispensable intensificar relaciones con quienes dentro y fuera del partido difieren de las posiciones de la cúpula, es decir desplegar procesos de hibridación, recomposición y mezcla en lugar de los procesos de depuración que están teniendo lugar.