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A algo más de un mes vista de las elecciones generales, y tras el revuelo mediático inicialmente generado con la entrada de los diputados de Podemos y de las confluencias al Parlamento, los defensores del régimen surgido de la Transición tratan de recuperar posiciones, aunque sólo sea mediante ese gesto simbólico que ha consistido en relegar a los diputados de la formación morada y compañía al fondo más oscuro de la cámara, aunque solo sea enviando al gallinero a esos que consideran como advenedizos recién llegados.
Cerrado en falso, y sólo temporalmente, el acelerado ciclo electoral que se iniciase poco antes de las elecciones europeas y alcanzase su punto de ebullición en las grandes ciudades del Estado español con las elecciones municipales, los partidos, todos, como no puede ser de otra manera, tratarán de hacer jugar su número de cargos electos en beneficio propio y, secundariamente, en beneficio del proyecto político que cada cual defiende.
Asistimos a poco más que a un baile. La metáfora que ha dado el portavoz del PNV es acertada. Se están ofreciendo otras igualmente afortunadas. La futbolera, en la disputa acerca de quién tiene el balón en su tejado, o la del ajedrez, para aludir a la “jugada” de los líderes de Podemos y a las sucesivas respuestas de Rajoy o Sánchez. En cualquier caso, todas coinciden, y ahí reside su fortuna, en mostrar la reducción de la política a mero espectáculo. El parlamento, en tanto que espacio de representación, es sólo un teatro. Desde el 20D y hasta las próximas elecciones, que se auguran prontas, veremos cómo se escenifica un conflicto que tiene lugar en otra parte, que se juega siempre en otra parte.
Sin infravalorar la importancia que ha tenido la llegada de Podemos al Parlamento, ni, menos aún, la de las confluencias, dado que tanto el uno como las otras, cada cual de una manera y con una intensidad diferentes, han permitido escalar el conflicto social hasta el interior de las instituciones de gobierno del Estado, hasta el punto de imposibilitar de facto la constitución de un nuevo Ejecutivo; sin embargo, en una situación de bloqueo de las luchas a pie de calle, es más que probable que los nuevos diputados tiendan progresivamente, y al margen de su buena o mala voluntad, a quedar encerrados en la jaula de la representación, a convertirse en meros actores institucionales.
Esto supondría, en primer lugar, la desactivación del potencial transformador que les ha permitido entrar en el Parlamento. Dicha desactivación, si acaso tiene lugar, pasará, no tanto por la disolución del juego de enfrentamientos verbales y del conflicto entre representantes electos, sino, más bien, por rehabilitación del marco de la representación parlamentaria misma, cuyo deterioro extremo se pusiese de relieve en el “¡No nos representan!” durante el 15M.
Sólo las declinaciones en positivo de la crisis de representación permitirán a los cargos electos de Podemos y de las confluencias mantener a medio plazo la iniciativa política y, por lo tanto, no verse asfixiados por la falta de aire fresco que caracteriza a las instituciones del Estado, enredadas como están en la trampa de la gestión responsable y ese gobierno sensato que, casualmente, siempre favorece a los mismos.
Estas declinaciones en positivo de la crisis de representación pueden tomar muy variadas formas, algunas de las cuales aún no podemos siquiera intuir. Ahora bien, algunas son ya fácilmente definibles.
Estas declinaciones en positivo de la crisis de representación, junto a otras posibles, fijan una línea de elaboración política que podría fijar una contra-tendencia frente a las inercias institucionales que necesariamente afectarán a los diputados electos de Podemos y de las confluencias.
A poco más de un mes vista de las últimas elecciones generales y a, aproximadamente, cuatro meses de las próximas, en este breve impasse del ciclo electoral en el que corremos el riesgo de que la política, una vez más, quede encerrada en una urna de cristal sólo accesible a los representantes-actores institucionales, conviene recordar a quienes han llegado hasta allí gracias a la movilización ciudadana que el suyo no ha sido un viaje a las alturas, que no han accedido a los cielos, ni por consenso ni por asalto, sino que han descendido a los infiernos, que no han hecho sino la parte fácil del trayecto y que el verdadero trabajo está aún por hacer.
Conviene acaso recordar los famosos versos en los que Virgilio relatase el camino de Eneas a los infiernos: “fácil es el descenso al Averno: noche y día permanece abierto el acceso del dios de las Sombras; / pero echar atrás el paso para de nuevo salir a los aires superiores / éste es el trabajo, éste es el esfuerzo”.
Parafraseando a Sade, camaradas, un esfuerzo más si queréis ser agentes del cambio.
A algo más de un mes vista de las elecciones generales, y tras el revuelo mediático inicialmente generado con la entrada de los diputados de Podemos y de las confluencias al Parlamento, los defensores del régimen surgido de la Transición tratan de recuperar posiciones, aunque sólo sea mediante ese gesto simbólico que ha consistido en relegar a los diputados de la formación morada y compañía al fondo más oscuro de la cámara, aunque solo sea enviando al gallinero a esos que consideran como advenedizos recién llegados.
Cerrado en falso, y sólo temporalmente, el acelerado ciclo electoral que se iniciase poco antes de las elecciones europeas y alcanzase su punto de ebullición en las grandes ciudades del Estado español con las elecciones municipales, los partidos, todos, como no puede ser de otra manera, tratarán de hacer jugar su número de cargos electos en beneficio propio y, secundariamente, en beneficio del proyecto político que cada cual defiende.