Aragón Opinión y blogs

Sobre este blog

La ciudad de los parpadeos

22 de marzo de 2024 23:10 h

0

Además de los oficiales de “Muy Noble y Muy Heroica, Muy Leal (a veces) Siempre Heroica, Muy benéfica e Inmortal”, todos ellos evocadores de hazañas y desastres, Zaragoza ha recibido históricamente otros apelativos: “la ciudad blanca”, “Zaragoza, la harta”… Hoy proponemos otro muy merecido.

Estamos en la década de 1920 y enfocada la lente hacia a la letra pequeña de los asuntos locales en prensa, una noticia se vuelve recurrente. Sobre el tejido de la ciudad aparecen simas, hundimientos repentinos de terreno en aceras y calzadas del centro urbano.

Esta ‘gruyerización’ de las calles no parece algo nuevo. Encontramos ya noticias en 1884. La edición del 6 de diciembre del Diario de Avisos alerta de que “la plaza de Sta, Marta se halla totalmente obstruida por el hundimiento del suelo”. Por el tenor de la noticia no parece algo grave.

Ya en 1915, el Diario de Avisos alerta de “Simas en abundancia”. El recuento arroja la cifra de siete: desde Alonso V a Boggiero, pasando por la calles de Prudencio, Danzas y Arco de San Ildefonso. La procesión de hondonadas recorre la parte antigua de la ciudad. La noticia expone la razón: “el suelo de Zaragoza es propicio para estos trastornos terrestres.” Casos aislados, parece.

Pero estos síntomas cutáneos en el empedrado zaragozano comienzan a dar visos de pandemia a mediados de los años 20. En 1928 la suma de casos aislados se ha multiplicado. El recuento se eleva a 169. El record lo tiene el mes de diciembre, con 21 simas. El mapa de barranqueras se extiende desde la calle del Pozo (toda una provocación) hasta la de Canfranc, pasando por Barrio Verde, plaza de las Tenerías, San Valero, Pabostria, Dormer, Goicoechea (desaparecida) Jaime I, Convertidos, San Blas, Boggiero, Zamoray, Coso, Independencia, San Clemente… Una constelación de agujeros negros parece engullir a la muy Benéfica ciudad.

La opinión publica reacciona. La prensa bautiza a Zaragoza como “La ciudad de las simas” en artículos que un día tras otro aparecen al ritmo de los agujeros que se abren, algunos de hasta 80 metros de extensión. Las causas parecen apuntar a defectos en la conduccón del alcantarillado, el agua y el gas (La Voz de Aragón, 4 octubre de 1925). La ciudad se moderniza a trancas y barrancas sobre un intestino de bodegas, alcantarillado y colectores que recorre la urbe desde la antigüedad. 

Los trastornos que causan en la vida cotidiana hacen intransitable Zaragoza. Riesgos de derrumbe de inmuebles (como el de San Lorenzo número 20, en 1925), “los tranvías no pueden circular, haciéndose en un trayecto relativamente corto dos o tres trasbordos, caso de que el servicio no quede interrumpido, como ocurre con el de la Magdalena. Las calles, valladas de tal modo que impiden la circulación de carruajes e incluso la de peatones, tienen además el aliciente de que están llenas de altísimos montones de tierra, que se desparrama en cien metrosa la redonda y pone hechas una porquería todas las vías cercanas; nos callamos el efecto que todo lo anterior produce cuando caen cuatro gotas, ¡el delirio!” (La Voz de la Región, 1923).

Contribuye a soliviantar al vecindario la lentitud de las obras de reparación. Más de cuatro meses quedó a la vista el tajo abierto en la calle de Antonio Pérez, la desaparecida vía desde el Mercado Central hasta el torreón de la Zuda. Pero los equipos de faena del ayuntamiento no daban para más: “sólo dispone el municipio de un capataz, un albañil, dos auxiliares y dieciséis obreros” (La Voz de Aragón).

Pese a todas las vicisitudes, los vecinos se lo toman con guasa. Así titula El Día, el sábado 14 de julio de 1923: “El encanto de las simas nos hace a todos gimnastas”.

A la calle no se sale sólo a pasear, como creen muchos. Ocurre a veces que, a determinada hora, tiene uno que estar en un sitio, y procura ir por el camino más corto. Pero una cosa es proponérselo y otro conseguirlo. Pasa uno por una calle, sin que haya señal indicadora alguna, y, al final de ella, nos dice un vecino, un bombero o un guardia: 

—¡No se puede pasar! 

- ¡Caramba! ¿Y por qué?

- Se han abierto cuatro simas y varias amenazan ruina. El transeunte, corre peligro.

-Bien. ¿Pero tardarán mucho en cerrarlas ? 

- No, señor. Para las fiestas del Pilar ya podrán pasar los cabezudos.

En otras calles, aunque haya sima, dejan pasar a los transeuntes. Pero subiendo por encima de tablas y escombros, que resulta más arriesgado que subir a los Picos de Europa. A pesar de todo, esto de las simas no es perjudicial para los vecinos ¡Se fortalecen los músculos!“.

Hoy día podría darse una lectura metafórica emparentada con los sucesos políticos de la epoca, como presagio del hundimiento del régimen de la Restauración. Pero sin duda, la lectura poético festiva más lograda sobre aquel fenómeno siniestro lo publicó el diario Las Noticias el 31 de julio de 1924:

En cosa de una semana se han abierto por esas calles más agujeros que en la taleguilla de un torero principiante (…) Si Ramón Gómez de !a Serna escribiese hoy estas «cosas raras» seguramente que calificarla las simas zaragozanas como el «parpadeo de la tierra» o los «guiños del pavimento”.

Nos gusta el nombre: Zaragoza, la ciudad de los parpadeos.

Además de los oficiales de “Muy Noble y Muy Heroica, Muy Leal (a veces) Siempre Heroica, Muy benéfica e Inmortal”, todos ellos evocadores de hazañas y desastres, Zaragoza ha recibido históricamente otros apelativos: “la ciudad blanca”, “Zaragoza, la harta”… Hoy proponemos otro muy merecido.

Estamos en la década de 1920 y enfocada la lente hacia a la letra pequeña de los asuntos locales en prensa, una noticia se vuelve recurrente. Sobre el tejido de la ciudad aparecen simas, hundimientos repentinos de terreno en aceras y calzadas del centro urbano.