El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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En algún lado he leído que, en la era de la desinformación, tener razón (los hechos) no sirve de mucho. La realidad empieza a ser irrelevante y solo cuenta la percepción que, en la mayoría de los casos, se moldea alimentando las bajas pasiones, los sentimientos de odio contra algo o alguien.
Así ha vuelto Trump a la Casa Blanca dejándonos con el miedo en el cuerpo porque la antipolítica, “el gobierno y el estado son los enemigos y es el pueblo el que salva al pueblo”, evidencia que hay marcha atrás en las democracias y que cada vez hay más ciudadanos a los que no les importaría que gobernaran autócratas que les dieran identidad y seguridad a cambio de recortar libertades y derechos.
El miedo se puede llevar por delante la esperanza. Y la esperanza continúan siendo los estados democráticos y sociales, los estados de bienestar, y los servicios y servidores públicos que, en caso de catástrofes, nos protegen con su generoso trabajo, con los ertes, con las ayudas directas a todos los sectores, con la inversión en infraestructuras, y en el día a día con la sanidad y con la escuela públicas, con las ayudas a la dependencia, con el pago de las pensiones y con los subsidios.
Las señales son inquietantes. Una, la destrucción del discurso público (los medios de comunicación tradicionales, fiables y de calidad, han perdido las audiencias masivas, y son las redes, las plataformas digitales y los “influencers” los que lo dirigen y lo desordenan taquicárdicamente y lo intoxican con bulos cotidianos, sin que haya un eficaz control público).
Dos, la irrupción de multimillonarios tecnológicos, algunos nada discretos, que hacen temer que el poder democrático pueda terminar privatizándose a base de desregulaciones y tratos de favor.
Elon Musk, el CEO de Tesla, aliado de Trump, ha visto aumentar su fortuna en cuestión de horas en 26.500 millones de dólares, hasta los 290.000 millones de dólares, según el Índice de multimillonarios de Bloomberg. Un magnate que fabrica coches eléctricos y un presidente que ridiculiza el cambio climático y defiende los combustibles fósiles.
Mientras tanto, en la Unión Europea todavía no hemos sido capaces de montar una red social de debate con verificadores y control público que dé respuesta a X, el anterior Twitter que también en manos de Musk. Esto también forma parte de la autonomía estratégica.
La reflexión en La Vanguardia del flamante y reciente Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, el canadiense Michael Ignatieff, nos debería interpelar interiormente: “Trump ha sido el único que ha sabido escuchar a la otra América y detectar sus preocupaciones, aunque no creo que tenga ninguna solución para ello, mientras que los demócratas han puesto durante décadas su mirada más en la emancipación de género y racial que en la desigualdad que dividía en dos el país”. ¿Les suenan la música y la letra?
En el mismo sentido, la autora de El cuento de la criada, Margaret Atwood, decía en elDiario.es que “ahora la percepción es que los republicanos representan a la clase trabajadora y media. Los demócratas representan a las élites, que no quiere decir los ricos, sino a los snobs, los sabelotodo”. Y añadía que “los estadounidenses han tenido miedo a tener como presidenta a una mujer y racializada”. Desigualdad, tirón identitario y desinhibición de la masculinidad.
En la novela Fortuna, de Hernán Díaz, Premio Pulitzer de ficción 2023, el magnate protagonista de finales de los 30, Andrew Bevel, dice en conversación con la encargada de su biografía: “La prosperidad de una nación se basa en una simple multitud de intereses propios que se alinean hasta acercarse a eso que se conoce como el bien común. Si se consigue que los suficientes individuos egoístas converjan y actúen en la misma dirección, el resultado se parecerá mucho a una voluntad colectiva o a una causa común… solo cooperaré contigo en la medida en que sirva a mis propósitos. Más allá de eso, solo puede haber rivalidad o indiferencia”. Aviso para navegantes y defensores del bien común.
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