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Las gotas de agua verde hicieron presencia en las calles de una mañana fría en Buenos Aires. A lo largo del día más moléculas de esperanza fueron haciendo su aparición; más numerosas y más sonoras. El asfalto de la capital de Argentina se mojaba de ilusión. Se fundieron unas con otras y llegó la noche acompañada de una riada de fuerza esmeralda.
En Buenos Aires, la madrugada del miércoles al jueves pasado, toda Latinoamérica durmió al son del rugido de una marea de mujeres alegres, luchadoras, temblorosas, combativas y rebeldes. Una marea de euforia feminista contenida ante la expectativa de ver reconocido su derecho a la libre decisión sobre sus cuerpos. Un tsunami de mujeres argentinas dispuestas a celebrar, por fin, la libertad de elegir sobre su maternidad. Decenas de miles de mujeres hicieron vigilia a lo largo de las 22 horas de debate en la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación Argentina. Había mucho en juego: la posibilidad, cada vez más cercana, del derecho por ley a abortar de manera segura, libre y gratuita.
A miles de kilómetros de distancia, muchas mujeres seguíamos con nerviosismo, desazón y expectativa el debate entre los 257 diputados y diputadas dentro de la Cámara de Diputados del Congreso. Escuchamos con estupor los argumentos de la sección reaccionaria, rancia y retrógrada exhibiendo los manidos argumentos obcecados en dirigir nuestros cuerpos y acusarnos de ser culpables de querer vivir según nuestras normas. Pero también contuvimos el aliento envueltas en lágrimas cuando el discurso venía de diputadas y diputados que exigían votar a favor de la salud, de la autonomía de las mujeres y por sacar de la clandestinidad el aborto. Gritando alto y claro que este es el siglo de los Derechos de las Mujeres. Que venimos para quedarnos y para seguir luchando para que esos derechos sean de todas.
Especialmente excitada y sobrecogida escuché la intervención de la Diputada del PRO, Silvia Lospennato. Un discurso con garra, político, feminista e ideológico; un discurso que tuvo su broche de oro (o verde) con un discurso final y un puño en alto que se ganó con creces los aplausos que le dedicó buena parte de la Cámara.
Lospennato reconoció y agradeció a las feministas argentinas que la precedieron. Aquellas por las que, hoy, ella estaba allí. Mencionó a muchas de ellas que en Argentina llevan años luchado por el derecho al aborto. Y lo expresó con estas palabras: “A las mujeres que con su lucha nos trajeron hasta acá, a Martha Rosenberg; Marta Aanis; Nelly Minyersky; Diana Maffía; Mabel Bianco; Silvina Ramos y Virginia Franganillo, entre otras”.
Continuó nombrando y haciendo presentes a las que ya no están entre ellas, pero que dedicaron su vida a la conquista de tantos derechos para las futuras generaciones de mujeres argentinas, y lo hizo así: “En la memoria de Carmen Argibay; de Dora Coledesky, de Loana Berkins; de Verónica Barzano”, contiendo la voz para no romper a llorar y con un tono de dignidad que honró a todas las grandes mujeres mencionadas.
Pero, sobre todo, fue poderosamente emotivo el reconocimiento sincero, sororal y colectivo a todas las mujeres feministas de Argentina. A ellas, a las que estaban en las calles y en sus hogares, a las que van a cambiar juntas y fuertes un sistema patriarcal que las somete y gobierna. Y les dedicó a todas ellas estas potentes palabras:
“A las sororas, esta multipartidaria de mujeres que llegó para quedarse en la política argentina, unidas en nuestra diferencia pero siempre a favor de las mujeres. A las mujeres en sus casas, a nuestras madres y a nuestras hijas. Que el aborto sea legal, seguro y gratuito. Que sea ley”
Mientras transcribo sus palabras para este artículo se me vuelven a empañar los ojos. Pero lo hago con lágrimas verdes, como el color de los pañuelos de esa avalancha de emancipación que inundó las calles de Buenos Aires. Que tiñó Argentina de esperanza feminista.
Y ganaron. Ganó la razón, la lucha, la unión, el hartazgo de ser consideradas objetos. De morir por querer vivir. Ganó la sororidad, el feminismo, las mujeres de ayer y de hoy. Ganaron por las del mañana.
Y desde esta distancia física yo brindo y festejo por todas ellas. Por su victoria. Por haberle ganado el pulso a un patriarcado enfermo y genocida con acento argentino. Y lo hago con esa cercanía que me permite el ser una mujer feminista que, desde otro continente y otro hogar, lucha día a día porque las mujeres del futuro sean liberadas del apartheid machista.
Brindo por seguir en marcha, juntas y fuertes hasta que todas seamos libres.
Brindo por vosotras, hermanas. Gracias por tanto y ¡ENHORABUENA!
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