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La Hipocresía o la victoria de la forma

Carlos López

Portavoz de Zaragoza en Común —

La sociedad, en un proceso irreversible, comienza a exigir cambios en el fondo, en las políticas que afectan a su vida. Pero estos cambios producen terror entre las clases dirigentes que temen perder los privilegios disfrutados en los últimos decenios. De hecho, van a perder poder, ya que el proceso de acumulación de riqueza es el mismo que explica las desigualdades sociales y el deterioro de la convivencia a nivel local, pero también internacional. Una redistribución de la riqueza, para hacer viable nuestra sociedad, implicará necesariamente un flujo desde las capas altas hacia las desfavorecidas. No es un escenario nuevo, fue necesario para salir de la macrocrisis de 1929 y la actual es peor (precisamente por no haberlo hecho aún).

La violencia en todas sus facetas (terrorismo, precariedad laboral, violencia familiar, marginación social, restricción de libertades, represión, miseria, xenofobia, etc.) nace de la misma desigualdad y crece con ella. La sociedad, repetimos, urge un proceso redistributivo que, inexorablemente, pasa por un esfuerzo “solidario” de las clases altas, aquellas que han acumulado la riqueza y que, sabiendo que el proceso no podía ser eterno, la han puesto a buen recaudo en guaridas fiscales. El pasado no puede mantenerse en el futuro. Esta es la base de lo que otrora se conociera como lucha de clases y ahora, tras muchos años de maquillaje, como indignación. Un cambio de forma, no de fondo.

Cuando alguien actúa diferente a cómo predica, decimos que es un hipócrita. La política actual es un excelente ejemplo de esas actitudes (la anterior tampoco sale muy bien parada en España).

Se suceden continuamente gestos en este sentido. Tras el reciente anuncio de Unidos Podemos de presentar una moción de censura contra Rajoy, PSOE y Cs responden que Rajoy no es el presidente adecuado, pero que no es momento ni forma de presentar la moción de censura. La forma antes que el fondo. Lo mismo se ha repetido con cada tema que llega al Parlamento, verbigracia la eutanasia.

El Ayuntamiento de Zaragoza no se ha librado de estos comportamientos, al contrario. En el caso de la municipalización del servicio 010, tras meses de retraso en el pago de nóminas a trabajadoras y ante la posibilidad de producir un ahorro a las arcas municipales y unas mejores condiciones laborales, la oposición (PP, PSOE y Cs) votó en contra con la excusa de que “Zaragoza en Común quería enchufar a sus amigos”, cuando las trabajadoras habían sido seleccionadas por una empresa concesionada por PP, primero y PSOE, después. La forma sobre el fondo.

En abril, la oposición municipal (PP, PSOE y C's) votó contra la concesión de una licencia de ampliación de instalaciones para antenas de emisión de radio, a pesar de ser un beneficio para la ciudad al sacar las instalaciones radioemisoras del casco urbano. La mala excusa de que era para el servicio de radios libres (aquellas no sujetas al mercado y, según la oposición, piratas), se niega a sí misma, ya que la competencia para otorgar licencias es del Gobierno de Aragón. La forma, desfigurada, es más mediática que el fondo.

El Gobierno de Zaragoza también ha sido criticado por llevar ante la justicia las inmatriculaciones irregulares de la Seo y otros templos por parte del Arzobispado. Aún sabiendo que no hacerlo significaba permitir su adquisición por usucapión (es decir, por el paso del tiempo), la oposición considera que la legitimidad para hacerlo es del Gobierno de Aragón o de España. Es decir, la forma vuelve a enmascarar el fondo.

Es muy importante, saber distinguir entre fondo (programa político que recoge el interés de la sociedad) y la forma (el programa de las élites que, con un discurso vacuo y repetido en medios, pretende hacerse pasar por programa social). Los partidos que pretenden mantener el statu quo (PP, PSOE, Cs, PNV, etc.) hace mucho tiempo que no tienen un programa verdaderamente social (aquel que beneficia a la mayoría de la sociedad, que la provee de ilusión y felicidad), por ello recurren a la forma, a la verborrea bien sonante (y con buenos efectos mediáticos) para seguir manteniendo su posición privilegiada y la de sus amigos adinerados. Un partido sin programa es socialmente inútil y acaba desapareciendo. Recortar en derechos y libertades sociales es muestra de la ineptitud para gobernar. Pretender salir de la crisis usando estos mismos instrumentos que nos han llevado a ella, es mentir a la sociedad. La crisis sólo puede enfrentarse con honestidad y redistribución, el fondo.

La sociedad, en un proceso irreversible, comienza a exigir cambios en el fondo, en las políticas que afectan a su vida. Pero estos cambios producen terror entre las clases dirigentes que temen perder los privilegios disfrutados en los últimos decenios. De hecho, van a perder poder, ya que el proceso de acumulación de riqueza es el mismo que explica las desigualdades sociales y el deterioro de la convivencia a nivel local, pero también internacional. Una redistribución de la riqueza, para hacer viable nuestra sociedad, implicará necesariamente un flujo desde las capas altas hacia las desfavorecidas. No es un escenario nuevo, fue necesario para salir de la macrocrisis de 1929 y la actual es peor (precisamente por no haberlo hecho aún).

La violencia en todas sus facetas (terrorismo, precariedad laboral, violencia familiar, marginación social, restricción de libertades, represión, miseria, xenofobia, etc.) nace de la misma desigualdad y crece con ella. La sociedad, repetimos, urge un proceso redistributivo que, inexorablemente, pasa por un esfuerzo “solidario” de las clases altas, aquellas que han acumulado la riqueza y que, sabiendo que el proceso no podía ser eterno, la han puesto a buen recaudo en guaridas fiscales. El pasado no puede mantenerse en el futuro. Esta es la base de lo que otrora se conociera como lucha de clases y ahora, tras muchos años de maquillaje, como indignación. Un cambio de forma, no de fondo.