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La memoria ha sido considerada como simple contenedor de datos y, por esta razón, mal vista en el sistema educativo. “Aprender de memoria” era de personas poco inteligentes. La memoria no pensaba. Su ejercicio se reducía a tomar datos y colocarlos en la estantería del cerebro. Como actividad desprovista de inteligencia era ajena a la abstracción y al pensamiento.
Un grasiento error.
Primero, porque la neurociencia sugiere que la memoria responde a abstracciones y que su funcionamiento se rige por la asociación entre conceptos. La creación artística, poética y narrativa, no existe sin su concurso. El cerebro y la memoria nos ayudan a entender lo que procesamos.
Segundo, el cerebro no necesita mucha información para extraer un sentido de las cosas.
Tercero, la mente olvida los hechos en los que dejamos de pensar, pero le cuesta hacerlo cuando se asientan en emociones y afectos.
Cuarto, la memoria funciona en ausencia de referentes, sean hechos y personajes del pasado, también, edificios, por lo que no hay que temer su desaparición si nuestro propósito es recordar gracias a ellos. La memoria no los necesita. Es capaz, por ejemplo, de saber que, cuando la derecha está en el poder no respeta ni a Dios, y, cuando no gobierna, se alía con el Diablo para conseguirlo. En ambos casos, un peligro para la salud democrática.
A propósito de edificios, concito de pasada la opinión del profesor de arte, Santiago Amón, para quien sería un acto civilizador para Madrid demoler la Catedral de la Almudena. Y no reivindicaba esta destrucción por razones ideológicas o por anticlericalismo, sino por la fealdad de dicha catedral. Y proponía que las ciudades españolas establecieran un premio anual para destruir monumentos e inmuebles horrendos que, en su opinión, “abundaban en el país”. ¿Como el de Los Caídos? Sin duda.
Las personas llevamos la vida recordando como indica la neurociencia actual. Por eso, decir que la memoria de los vencidos está dañada por el odio y el rencor es mucho decir y poco precisar. Por el contrario, quienes afirman que la memoria que se pretende cultivar en las nuevas generaciones será memoria limpia y adánica, son tan voluntariosos como ingenuos.
Admitir, por ejemplo, que el mantenimiento resignificado de los Caídos hará que la gente se vuelva más pacífica, no es utopía, es falacia. Crear un Centro de la Memoria acompañado por todas las virguerías didácticas y transversales habidas y por haber estará muy bien para crear puestos de trabajo, pero que lo sea para conseguir que las próximas generaciones eviten lo que nuestros mayores no consiguieron, es falso espejismo. Sabemos que las personas más expertas en esta especie de conductismo moral jamás obtuvieron enseñanza de las guerras pasadas y actuales. Se han bañado en las aguas de la barbarie cuantas veces lo ha exigido el mismo detritus: Patria, Dios y Dinero.
Algunos dicen que el fascismo se combate mediante prácticas democráticas, plurales y divergentes, impulsadas por gobiernos responsables, manteniendo la dignidad, la libertad individual y la soberanía popular por encima de cualquier veleidad arquitectónica, del pasado o del presente. Así debería ser, pero no lo es, porque no existen dichos gobiernos, ni han existido.
En este contexto, ¿de qué sirve la memoria como frontón contra la barbarie? De nada. El ser humano ha demostrado a lo largo de la historia que las trágicas consecuencias de sus conflictos las ha olvidado por completo. Le importa poco saber que en las Guerras Mundiales y la Guerra española murieron millones de personas, que se torturó y se asesinó de forma tan impune como genocida. Y que, para mayor escarnio, a quienes dirigieron tales muestras de barbarie se les sigue teniendo como héroes, aclamados por gentes de su misma calaña moral.
Desengañémonos. Hay gente que sigue defendiendo a Franco, sin condenar sus crímenes y su dictadura, como hacen, no solo los nostálgicos, sino políticos del PP, como Casado o Méndez de Vigo, a quienes les parece bien que no se gaste un euro en sacar la momia del Valle, pero sí que gobiernos derechistas subvencionen la Fundación Franco con 150.000 euros. ¿Cómo es posible reconciliarse o entenderse con este personal? Llevan tatuadas en la piel las palabras del dictador cuando firmó en el decreto del 1 de abril de 1940, sobre la construcción del Valle de los Caídos: “La dimensión de nuestra Cruzada no puede quedar perpetuada por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades. Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos para que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los héroes y mártires de la Cruzada”, que no de los muertos de ambos bandos, como suele decirse.
En una democracia, no tendría que haber problema alguno en disentir desde la memoria o desde el presente. El problema empieza cuando vemos que las víctimas piden verdad, justicia y reparación, y los herederos ideológicos del franquismo, no solo abominan tales palabras, sino que sus representantes políticos tienen la desfachatez de decir que lo mejor es olvidar. O, en el colmo del cinismo, exhiben como modelo de esta reconciliación “a aquellos comunistas y militantes de Alianza Popular que se abrazaban emocionados, tras aprobar la Constitución”. Casado dixit. Olvida este derechista las veces que él y políticos de su camada han utilizado el término comunista para condenar cualquier propuesta de izquierdas, como hiciera hasta el hartazgo el régimen franquista.
No es cuestión de olvidar, ni de recordar, ni de abrazarse, ni de reconciliarse con el enemigo. Tampoco de superar el pasado, sino de convivir con él como se pueda. Para ello sería urgente y necesario conocerlo, aceptarlo y, después, olvidarlo… si la base emocional que lo avala lo permite y uno lo desea. La memoria es capaz hacer tales abstracciones.
Tampoco es asunto de tolerancia, sino de respeto. En inglés, francés y castellano la palabra procede del latín, re-specere, con el significado de “mirar atrás” y que se interpreta como “valorar la trayectoria o el pasado de alguien o de algo”, de ahí la expresión “tener respeto a alguien”.
La derecha de este país no ha respetado jamás a quienes sigue teniendo hoy como adversarios históricos por su condición de republicanos y caídos, muchos asesinados impunemente, en defensa de la II República. Nunca, la derecha los ha tenido como legítimos representantes políticos de una parte de la historia de este país. Siguen siendo escoria, es decir, rojos, comunistas y republicanos.
Este es el quid de la cuestión. La memoria de la derecha no creo que cambie jamás su chip mental en este aspecto. Sería reconocer su crimen. Y ella quiere reconciliarse olvidando este detalle.
*Victor María Moreno Bayona, simpatizante de MHUEL
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