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De nuevo celebramos el 22 de marzo el Día Mundial del Agua, en un año marcado por la pandemia pero también por iniciativas para mitigar sus graves consecuencias sanitarias, sociales y económicas. En el plano socioeconómico una de las más relevantes es el establecimiento a nivel europeo de un fondo para la recuperación post-Covid 19 (o fondo Next Generation), entre cuyos ejes se encuentra la transición ecológica, incluyendo la gestión y conservación de los recursos hídricos. Aunque todavía no se ha decidido sobre los proyectos concretos que en España serán financiados con cargo a estos fondos, parece que en el ámbito del agua una de las partidas más importantes se destinará a proyectos de modernización de regadíos. Es más, se plantea incluso la posibilidad de que los proyectos de modernización que vayan a recibir fondos europeos para la recuperación post-Covid 19 puedan ser eximidos del procedimiento de evaluación de impacto ambiental, sobre la base de que tales proyectos son intrínsecamente beneficiosos para el medio ambiente, por ahorrar agua, dada su mayor eficiencia. Esta apuesta coincide plenamente con las peticiones de los regantes: la Federación Nacional de Comunidades de Regantes (FENACORE) ya ha solicitado que el grifo de inversiones millonarias en más modernizaciones de regadíos continúe abierto.
Pero ¿es la modernización de regadíos realmente útil para ahorrar agua? ¿Benefician de verdad las modernizaciones de regadíos al medio ambiente? Para contestar a estas preguntas hay que aclarar algunas confusiones habituales. En primer lugar, es necesario distinguir entre uso de agua y consumo de agua. No toda el agua captada (usada) en el regadío es consumida por el mismo. El agua no consumida o agua de retorno vuelve a ríos y acuíferos a través de distintos flujos. Aunque el agua captada para su uso a nivel de parcela agraria pueda disminuir tras la modernización de regadíos, el consumo total de agua no lo hace, ya que la tecnología de riego moderna reduce sustancialmente los retornos de riego a ríos y acuíferos, que ven reducidas sus aportaciones.
En segundo lugar, es necesario distinguir entre ahorro de agua y eficiencia en el uso de agua. Ahorramos agua cuando gastamos menos, pero no siempre más eficiencia equivale a ahorro: podemos ser más eficientes porque obtenemos el mismo producto con menos agua (ahorramos) o porque producimos más con la misma cantidad de agua (no ahorramos). Pues bien: los proyectos de modernización a menudo conducen a cultivos más intensivos, en los que la productividad aumenta mucho a través de marcos de plantación más pequeños, cultivos dobles o cultivos más exigentes en agua. Estos aumentos en la producción neutralizan cualquier potencial ahorro de agua y en muchos casos el consumo de agua total no sólo no se reduce sino que aumenta tras la modernización. Además, las concesiones de agua no se revisan después de los proyectos de modernización, de forma que el posible ahorro de agua que se pudiera obtener en el agua usada, en muchos casos se utiliza para esa intensificación e incluso para ampliar la superficie regada.
En tercer lugar, es necesario distinguir entre ahorro y eficiencia a escala de parcela agraria y ahorro y eficiencia a escala del conjunto del sistema de regadío. Los cálculos de eficiencia a escala de parcela no son extrapolables al conjunto del sistema de regadío. Por ejemplo, en el caso de los regadíos situados a lo largo de un río, los retornos de riego de los regadíos situado más arriba vuelven al río y son de nuevo utilizados en los regadíos situados aguas abajo, por lo que tales retornos no se pueden considerar una pérdida en el sistema. Si esos retornos dejan de estar porque se consumen aguas arriba, en realidad es un agua que deja de estar disponible para los regantes y otros usuarios situados aguas abajo.
Estas confusiones mantienen la falacia, ampliamente extendida, de que la modernización de regadíos ahorra agua (pueden consultarse detalles en este enlace), cuando multitud de estudios a nivel internacional y también en España han constatado que la mayoría de proyectos de modernización de regadíos no ahorran agua e incluso dan lugar a un aumento del consumo total de agua.
Pero además, la modernización de regadíos puede ocasionar efectos ambientales negativos, como la reducción de caudales fluyentes en cauces que dependen mucho de los retornos agrícolas o el incremento del consumo energético, justo cuando debemos reducir las demandas de energía en todos los ámbitos en el marco de la transición energética. Un impacto especialmente relevante de los proyectos de modernización de regadíos se produce en el caso de los regadíos históricos, un valioso agropaisaje que ha pervivido durante siglos y que está amenazado de desaparición. El patrimonio hidráulico de estos regadíos tradicionales, alberga acequias y otros elementos de enorme valor cultural, arqueológico y etnográfico, a lo que se unen sus grandes valores ambientales, al mantener el paisaje y el hábitat de numerosas especies, muchas de ellas protegidas. Todo este patrimonio ambiental y cultural de los regadíos históricos queda irreversiblemente dañado con los planes de modernización.
En el ámbito del agua, en lugar de seguir invirtiendo dinero público en actuaciones poco útiles a nivel ambiental como la modernización de regadíos, deberíamos aprovechar la oportunidad histórica de los fondos de recuperación post Covid-19 para poner en marcha una transición hídrica justa, componente esencial de la transición ecológica, que permita recuperar la buena salud de los ríos y resto de ecosistemas acuáticos y que permita reducir las demandas hídricas para adaptarnos de verdad al cambio climático. Con una demanda agraria que consume más del 80% del agua disponible en España y superada la falacia de confiar en la modernización de regadíos como medida para ahorrar agua, hay que abordar la necesidad de reducir la superficie total de regadío, especialmente en los territorios en los que se ha expandido claramente por encima de lo sostenible. A ello hay que añadir un programa ambicioso de medidas para reducir de forma sustancial los impactos del regadío, incluyendo la contaminación difusa agraria por nitratos y pesticidas. Se trata en definitiva de reorientar el conjunto del regadío con objetivos y criterios de sostenibilidad real, superando visiones productivistas crecientemente inadaptadas a la realidad actual y los retos futuros.
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