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“El recrudecimiento de videntes, echadoras de cartas, se debe a la inestabilidad de las instituciones (…) Inseguridad y creencia en la fortuna; parto del mundo, paso de una época a otra. Videntes a la vista.”
Max Aub escribió estas líneas en “Campo de Sangre”, una de las seis novelas dedicadas a la Guerra Civil que componen el ciclo “El laberinto mágico”, título que alude a la irracionalidad que gobierna los destinos humanos en esos periodos turbios en que los monstruos hacen su aparición.
Nuestra historia se desarrolla en Tarazona. El 21 de julio de 1936, los golpistas habían constituido un nuevo ayuntamiento. El legítimo alcalde, Fernando Laborda, junto a otros concejales, fue ejecutado a los pocos días. Comenzaba la represión en la capital del Queiles.
En febrero de 1939, el régimen franquista promulgó la Ley de Responsabilidades Políticas que trataba de dar una pátina de legalidad a sus abusos. En realidad, un engendro jurídico que institucionalizaba la arbitrariedad. Entre julio de 1936 y 1946 fueron asesinadas en Tarazona por motivos políticos 85 personas de una población que en 1930 apenas superaba los 9.600 habitantes.
En este aciago contexto, el Gobernador Civil de Zaragoza, Julián Lasierra, emite una orden el 6 de mayo de 1940 dirigida al jefe de la Guardia Civil de Tarazona para que investigue unos hechos que días antes le habían sido denunciados a través de un anónimo mecanografiado. El chivatazo, firmado por las misteriosas siglas “A.H.A.C.”, ha dormido en el Archivo Provincial de Zaragoza durante más de ochenta años, hoy lo invocamos para que nos cuente su historia. Comienza así:
“Una mujer, creo que casada, marchó a Zaragoza, donde aprendió las prácticas del espiritismo.” Un inciso antes de continuar. Efectivamente, desde el último tercio del siglo XIX Zaragoza fue un destacado núcleo de difusión de las teorías espiritistas impulsadas por sectores progresistas de la burguesía. En los años previos al golpe militar operaba en la calle de las Armas número 36 el “Centro Cultural Espiritista” que tras la guerra fue clausurado y prohibida cualquier actividad de esta naturaleza.
Pero volvamos a la carta: “Con ellas aprendidas (se refiere a las prácticas espiritistas) vuelve a Tarazona, y ejerce tal industria no tan sólo para curar enfermedades (?), sino para dar noticias de los difuntos .
Quien ha sido fusilado, quien ha desaparecido… Con semejante atractivo se congregan en su casa gentes que desean saber como, donde &&& (SIC) Con ello se encienden odios, se acrecientan resquemores, se avivan divergencias políticas. No gana nada el Régimen.“
Quien teclea estas líneas conoce las andanzas de la denunciada y muestra su animadversión por el espiritismo del que, sin embargo, parece escamar por lo que pudiera poner al descubierto. Pero lo más llamativo son las razones que emplea para justificar la delación.
Más de ochenta años después, son los mismos argumentos que esgrimen los partidos que gobiernan actualmente Aragón. En el preámbulo de la ley que derogó la de Memoria Democrática sostienen que destapar el pasado supone “sembrar la división y la confrontación entre los aragoneses”. ¿Quién puede tener miedo a que hablen los muertos de las cunetas?
Finalmente, la sangre no llegó al río. El jefe de la Guardia Civil de Tarazona contestó el 14 de mayo al Gobernador Civil confirmando las acusaciones de “prácticas de espiritismo, cura de enfermedades y a dar noticias de difuntos”.
Sin embargo, pese al “servicio de vigilancia permanente”, no pudieron esclarecerse los hechos. Las taumaturgas fueron identificadas como Dionisia Echenique Sainz, de 78 años, viuda; y Lucila Echenique Gómez, de 37 años, soltera, apodadas “Las Chinecas”. Dos mujeres acusadas de poner en riesgo el “Régimen” por trapichear con la angustia de los vencidos. Pero ¿quién ofrece certezas cuando gobiernan los monstruos?
“El recrudecimiento de videntes, echadoras de cartas, se debe a la inestabilidad de las instituciones (…) Inseguridad y creencia en la fortuna; parto del mundo, paso de una época a otra. Videntes a la vista.”
Max Aub escribió estas líneas en “Campo de Sangre”, una de las seis novelas dedicadas a la Guerra Civil que componen el ciclo “El laberinto mágico”, título que alude a la irracionalidad que gobierna los destinos humanos en esos periodos turbios en que los monstruos hacen su aparición.