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El museo del juguete de don Pedro Martínez Baselga

Paco Sanz

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De la madera a la hojalata, del engranaje al circuito electrónico. Los juguetes expuestos regresaban para explicarnos la evolución de la industria; para contarnos que no todas las infancias son iguales, que a veces una muñeca se regala por caridad o se posee por capricho; que la niñez es un negocio y que, en fin, adiestrar o educar viene resultar un difícil equilibrio. En definitiva, una cruda lección de historia. Sí, esta ciudad, a la que poco a poco le va arrebatado por otras vías su memoria, necesita un museo de juguetes. Y eso que hace más de un siglo llegó a disponer de uno.

Un catedrático curioso y viceversa

Pedro Martínez Baselga fue hombre de ciencia. Nacido en Zaragoza en 1862, su imagen solemne de hípster galdosiano dice poco de su carácter. Catedrático de Veterinaria en esta ciudad desde 1903, don Pedro poseía una mentalidad liberal y un afán regenerador, como su tío Joaquín Costa. Sus nombres aparecen en mítines y sus opiniones estampadas en periódicos de la época, como el zaragozano “El progreso”. 

La prensa definirá a nuestro catedrático como “hombre de posición social y luchador incansables que derrocha energías por la causa republicana”, llegando a figurar en las listas de Unión Republicana para las elecciones municipales de 1905, por el distrito de San Carlos. 

Convencido de que un cambio político necesariamente había de pasar por una reforma pedagógica, este curioso profesor, hombre de buen natural, observador, sencillo y muy atento al decir y hacer de las clases populares, escribió una serie de libritos que reflejan esa mentalidad burguesa de casino republicano, escuela y despensa, fermento de aquella que nutrirá las bases intelectuales de la Segunda República: “Patología Social Española”, 1903 y “Sociología y Pedagogía”, 1909. A Don Pedro Martínez Baselga quiero recordarlo por un curioso tratado sobre  juegos y juguetes.

Escuela, despensa y recreo

Guiado por el principio de que la educación debe hacer felices a los niños, publicará en 1910 “Museo infantil. Juguetería y psicología”. Dividido en dieciséis capítulos, tantos como vitrinas acojen los juguetes que analiza, el libro se construye a partir de indicaciones que recaba de chiquillos y ancianos. Podemos imaginar a nuestro catedrático rodeado por la chavalería de San pablo o atento a los parroquianos de los carasoles junto al paseo del Ebro. Los apuntes tomados guiarán a “carpinteros y torneros” que el propio Baselga contrata para la reproducción de los juguetes. El resultado es un libro palpitante, tanto por sus fuentes y su materialización, como por su destino didáctico. Ni una escuela sin su museo, para deleite de la infancia y estímulo de investigadores.

Juguetes reflejo de su tiempo

Los juguetes van colmando las vitrinas y los capítulos del libro. Su clasificación y escrutinio adoptan un lenguaje preciso y detallista, pues Don Pedro es ante todo un científico: “Juegos gimnásticos”, “Juegos religiosos”, “Armeros infantil”, “Sistema monetario”, “Tauromaquia”, “Juegos literarios”, “Comestibles callejeros”... Una labor entre la filología y la antropología que ha contribuido a que palabras y usos como galdrufa, tapacondes, refinaderas o aleluyas lleguen hasta hoy.

A nuestros ojos de lector moderno, la compilación ha resistido bien el paso del tiempo, pues más allá de su pretensión analítica, la obra resulta sugestiva por su viveza de tono y la plasticidad de las explicaciones, acompañadas de simpáticas ilustraciones. Pero no sólo asistimos a una descripción de juegos y juguetes. La ideología regeneracionistas del autor se deja entrever en su comentarios, a menudo irónicos y siempre críticos con la sociedad y costumbres de su época. 

Crueldad con los animales

Así, a la hora de hablar de los juegos pirotécnicos, decribe: “(los petardos) se hacen estallar en los pucheros de las cocinas, en los cajones de las mesas, en las porterías y hasta en las mesas, y además de los sustos producidos por tan bonito juguete, tienen la ventaja de ir preparando temperamentos anarquistas.

La truculencia adquiere tientes brutales cuando describe los entretenimientos con animales: “Los pajaritos son el encanto de nuestros niños. Ya lo dice la maldición gitana: Pájaro de vuelvas y en mano de niño te veas.” “También se divierten mucho los niños- continúa Martínez Baselga- atando un gato en una tabla y rascándole la tripa con un palo impregnado de colofonia (resina química). A esto le llaman ‘el violín mágico’, y toca muy bien porque, como es natural, da el animalito gritos de dolor cuando le rascan, produciéndole el martirio consiguiente.” 

¿Qué fue del museo de juguetes?

Según me contó un librero de viejo, al parecer cuando Don Pedro murió en 1925, sin descendencia directa pues fue un solterón recalcitrante, el cúmulo catalogado de cachivaches acabó en manos de un industrial barcelonés, sin que supiéramos más de su destino. 

Y es así cómo Zaragoza se quedó sin su muestrario de juguetes. Por fortuna, aún es posible comprobar que algunos pasatiempos infantiles se mantienen en boga, pese al empuje de las nuevas tecnologías. 

De la madera a la hojalata, del engranaje al circuito electrónico. Los juguetes expuestos regresaban para explicarnos la evolución de la industria; para contarnos que no todas las infancias son iguales, que a veces una muñeca se regala por caridad o se posee por capricho; que la niñez es un negocio y que, en fin, adiestrar o educar viene resultar un difícil equilibrio. En definitiva, una cruda lección de historia. Sí, esta ciudad, a la que poco a poco le va arrebatado por otras vías su memoria, necesita un museo de juguetes. Y eso que hace más de un siglo llegó a disponer de uno.

Un catedrático curioso y viceversa