El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Podríamos definir la política como el conjunto de actividades encaminadas a la organización de las sociedades humanas. Dicho así, puede parecer sencillo, pero las sociedades son muy diversas -por mucho que haya quien las quiera dividir en dos-, existen diferencias religiosas, lingüísticas, culturales… que complican las cosas. Además, existen intereses distintos que todavía las complican más, porque quienes tienen privilegios, difícilmente aceptan renunciar a ellos y, quienes sufren algún tipo de discriminación, siempre tendrán en el horizonte el objetivo de la igualdad. Con todo, si queremos vivir en comunidad, tenemos que diseñar proyectos comunes, espacios en los que una gran mayoría pueda desarrollarse aceptablemente.
Los gobiernos, instituciones y legislación que regulan el funcionamiento de las sociedades, dependen de la fuerza que, en cada momento, tenga cada uno de los sectores sociales en litigio. Pero este resultado no siempre es aceptado por todas las partes, especialmente cuando los poderosos creen que está fuera del ámbito de sus intereses o creencias: entonces insinúan que les han robado el gobierno y, con frecuencia, la actividad política se orienta, casi exclusivamente, al acoso y derribo del adversario por todos los medios.
En España lo vemos cada vez que el PP está en la oposición, no lo soporta. La estrategia diseñada contra el gobierno de coalición no es algo novedoso, insultar al presidente del Gobierno, poner en cuestión el resultado electoral, anunciar la ruptura de España, considerarse los únicos defensores de la patria – otra cosa es defender a los que vivimos en ella- o asegurar que el Ejecutivo está al servicio de los separatistas/terroristas se remonta a los tiempos de Aznar. Aunque con el “moderado” Feijóo, las descalificaciones, insultos y crispación han llegado a un nivel desconocido hasta ahora.
Así no es posible buscar espacios comunes que permitan acordar algunas políticas esenciales para la ciudadanía. Así la política polariza a las sociedades -para ganar apoyos se miente, se exagera-, las separa en dos bloques irreconciliables -con el riesgo de convertir en enfrentamientos sociales lo que debería ser discrepancias políticas- y deriva en un combate total contra los otros, los que opinan diferente. El acoso a la vivienda de Irene Montero y Pablo Iglesias en la legislatura pasada, a las sedes del PSOE al comienzo de esta o las declaraciones de Abascal anunciando que pronto el pueblo colgará de los pies al presidente Sánchez son claros ejemplos.
Tampoco ayudan a hacer de la política el arte de organizar lo público quienes se creen en posesión de la VERDAD y con la obligación de propagarla. Porque, en el supuesto de que exista la VERDAD, ¿quién puede ser tan osado como para pensar que está en posesión de ella? En cualquier caso, el objetivo de los políticos no puede ser el de propagar la VERDAD con valentía -por mucho que digamos que el ejército israelí está cometiendo crímenes de guerra, no va a cambiar la situación de los palestinos- sino el de transformar la realidad, y para esto es necesario tener en cuenta el grado de comprensión y compromiso de la ciudadanía ante las distintas propuestas.
Otro gran problema de la política actual, tanto en las instituciones como en los partidos, es la dificultad de saber conjugar lo colectivo con lo individual, lo general con lo particular. En una sociedad tan compleja como la española, es difícil gobernar con acierto si no se tienen en cuenta la diversidad existente, pero tampoco puede funcionar una sociedad si cada colectivo se preocupa solo de lo suyo sin tener en cuenta las reivindicaciones del resto, sin buscar un denominador común, sin lealtad con el conjunto. En esta legislatura va a tener especial protagonismo la cuestión territorial, pero poco avanzaremos si los distintos nacionalismos, el español centralista y los periféricos, no tienen entre sus objetivos un espacio de convivencia aceptable para todos.
La política es una actividad muy dura y, con frecuencia, poco reconocida. Es cierto que hay políticos que han aterrizado en la política para enriquecerse; otros, ocupan su puesto sin más preocupación que sobrevivir; los hay hooligans de su partido, que no tienen ningún reparo en mentir, retorcer la legalidad o utilizar los poderes del Estado contra sus adversarios; incluso hay algunos que son capaces de dormir tan tranquilos después de haber firmado una ley que machaca, todavía más, a colectivos muy debilitados. Pero también hay muchas personas, desde el gobierno de España hasta el ayuntamiento más pequeño, que ven en la política el instrumento para construir una sociedad más justa, más libre y más respetuosa, y vuelcan en la tarea todas sus energías. Estas sufren mucho con la política.
La semana pasada, con motivo del 45 aniversario de la Constitución, se volvió a hablar de la reforma de la Carta Magna. Está claro, y así lo entiende la mayoría de la ciudadanía, que necesita cambios, las sociedades evolucionan y las leyes, incluso las más importantes, también lo tienen que hacer, no se puede considerar la Constitución como algo inamovible, como el punto de llegada de la evolución de una sociedad, no estamos ante el final de la historia. Su reforma -con un PP que se niega a formar una comisión de trabajo con el PSOE para tratar cuestiones mucho más sencillas- va a tener que esperar tiempos mejores, pero hay muchas cosas que pueden funcionar mejor sin necesidad de cambiar la Constitución.
La política española necesita sosiego, preocupación por las necesidades de la mayoría, una mirada larga, no dejarse arrastrar por las prisas, compatibilizar la urgencia del día a día con la importancia de los objetivos estratégicos… También es imprescindible, para que la política cumpla con su cometido, revisar críticamente el funcionamiento de las organizaciones: mejorar la comunicación, tanto entre los afiliados como con la ciudadanía, potenciar el debate, la participación en la toma de decisiones… y, como dijo Alberto Garzón en su carta de despedida a la militancia de IU, cuidar a las personas. El rosario de dirigentes, en el ámbito de la izquierda, que han dejado la política o pasado a un segundo plano en los últimos tiempos es demasiado largo. En la mayoría de los casos los motivos están relacionados con el funcionamiento de los partidos y, al menos en los casos de Alberto Garzón, Nacho Álvarez o Alejandra Jacinto, algo ha tenido que ver el escaso cuidado a las personas.
Es necesaria otra forma de hacer política. Demandarla puede parecer utópico, una carta a los Reyes Magos, pero todos podemos hacer algo para acercarnos a esa utopía: practicarla y exigirla en las organizaciones políticas o sociales en que participemos, con nuestro voto o, simplemente, defendiendo determinados valores en nuestra actividad cotidiana.
Podríamos definir la política como el conjunto de actividades encaminadas a la organización de las sociedades humanas. Dicho así, puede parecer sencillo, pero las sociedades son muy diversas -por mucho que haya quien las quiera dividir en dos-, existen diferencias religiosas, lingüísticas, culturales… que complican las cosas. Además, existen intereses distintos que todavía las complican más, porque quienes tienen privilegios, difícilmente aceptan renunciar a ellos y, quienes sufren algún tipo de discriminación, siempre tendrán en el horizonte el objetivo de la igualdad. Con todo, si queremos vivir en comunidad, tenemos que diseñar proyectos comunes, espacios en los que una gran mayoría pueda desarrollarse aceptablemente.
Los gobiernos, instituciones y legislación que regulan el funcionamiento de las sociedades, dependen de la fuerza que, en cada momento, tenga cada uno de los sectores sociales en litigio. Pero este resultado no siempre es aceptado por todas las partes, especialmente cuando los poderosos creen que está fuera del ámbito de sus intereses o creencias: entonces insinúan que les han robado el gobierno y, con frecuencia, la actividad política se orienta, casi exclusivamente, al acoso y derribo del adversario por todos los medios.