El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Leyendo la prensa, viendo Facebook u ojeando Twitter tengo en el último mes una sensación de dejavu que me tiene perpleja. Venezuela, Bolivia, Chile, Brasil, Argentina... en todos se viven situaciones que dan lugar a titulares que hacen dudar de si estamos en 2019 o en plenos años 70.
Eduardo Galeano escribió uno de los libros que más marcaron mi adolescencia, que me hicieron replantearme el mundo tal y como lo había concebido a mis 17 años, “Las venas abiertas de América Latina”, y leyendo y viendo lo que pasa al otro lado del Atlántico, la indignación se apodera de mi al ver que a mis 38, las reflexiones de Galeano están más vigentes que nunca.
América Latina se desangra, su gente (que es en en realidad la que define un territorio) se desangra o la desangran. En los últimos tiempos hemos visto ganar a la ultraderecha en algunos sitios, apoyándose en fake news, el populismo y el marketing emocional, y en otros lugares hemos visto situaciones ya vividas en el pasado con opositores de la derecha que se autoproclaman presidentes o presidentas de un país sin haber pasado por las urnas.
Podremos cuestionarnos y aprobar o no aprobar que Evo Morales siga presentándose a las elecciones llevando 14 años en el cargo, podremos también criticar muchas de las actuaciones de Maduro en Venezuela, pero lo que no podemos defender como sociedad democrática es que haya personajes autoproclamándose presidentes con la complicidad de Estados Unidos y que haya un silencio mediático que pone la piel de gallina a alguien como yo que se pegó gran parte de su adolescencia estudiando las dictaduras que durante el siglo XX destrozaron América Latina.
Lo que está ocurriendo en Bolivia es un golpe de estado, porque es así como se llama cuando la policía y los militares se ponen al servicio de aquellos que no han ganado elecciones para hacerse con el poder. Un golpe de estado como el de Pinochet en 1973 o como el de Videla en 1976.
Los medios se empeñan en silenciarlo. Ninguna televisión española ha reflejado esta realidad, pocos lo han hecho en el extranjero. Diarios como Clarín o La Nación recuperan los titulares del 76 para hablar de Bolivia: “ Pierde atractivo la democracia en la región” o “Evo renuncia a la presidencia”. Faltan informaciones hablando de golpe de estado o líderes mundiales condenándolo.
Y esta permisividad de los medios de comunicación es sólo la anécdota dentro del problema real: hay clases sociales que defienden acabar con gobiernos elegidos en las urnas si no satisfacen sus intereses, por supuesto, económicos, y, además, no están solos. Tienen el apoyo económico, estratégico y mediático de Estados Unidos.
Qué casualidad que sea una clase social frente a otra, los de arriba contra los de abajo en el momento que los de abajo son respetados por el poder. Evo Morales molestó a los de arriba y, por ende, a Estados Unidos, nacionalizando los recursos y redistribuyendo las ganancias entre la sociedad.
Trump no es el primer presidente estadounidense en apoyar a todos los niveles estos movimientos antidemocráticos en sus vecinos del sur. Durante todo el siglo XX, la injerencia de Estados Unidos ha estado presente en la historia de América Latina y sigue vigente en el XXI. La riqueza de la tierra fue y es su objetivo. El apoyo a las clases favorecidas para recuperar lo que determinados líderes han intentado devolver al pueblo tiene un único objetivo: llevarse su parte del pastel. ¿Qué pastel? El depósito de litio más grande del mundo en Bolivia, el petróleo venezolano, el hierro brasileño, el cobre chileno, tierras fértiles, ríos salvajes perfectos para represas hidroeléctricas y un largo etcétera.
América Latina tiene el 15% de las reservas mundiales de hierro, el 25% de las de estaño, bauxita, zinc y níquel, casi la mitad de las de cobre y plata, y entre el 60% y el 70% de las de litio. Todo ello muy apetecible.
Las clases adineradas han aprovechado los recursos de sus países para realizar negocios con Estados Unidos convirtiendo en una verdad incuestionable una de las teorías de Eduardo Galeano: el subdesarrollo latinoamericano es una consecuencia del desarrollo ajeno.
Galeano siempre defendió que los latinoamericanos deben su pobreza al rico suelo que pisan y que los lugares privilegiados por la naturaleza siempre han sido malditos por la historia. Y viendo lo que está pasando, la teoría parece cierta.
Y una vez más, esto está sucediendo con el beneplácito y apoyo de los militares, tal y como sucedió en otras épocas. En Bolivia, la fuerzas que apoyan el golpe de estado actúan sin piedad contra los miles de indígenas bolivianos que se mantienen movilizados. Ya hay muchos muertos y los asesinatos quedarán impunes gracias al decreto ley aprobado por Jeanine Añez, la autoproclamada presidenta, que exime de responsabilidades y da impunidad a las Fuerzas Armadas.
Esto me lleva a pensar que si esto no es considerado un golpe de estado es porque los intereses de muchos están mandando en la realidad política y mediática, no sólo de Bolivia, de sus países vecinos o de Estados Unidos, sino del planeta entero.
Aunque esta vez, el pueblo grita. Los indígenas bolivianos se han movilizado para defender a Evo Morales; también la gente ha paralizado Chile en manifestaciones masivas con ataques por parte del estado que, además de muertos, han costado los ojos de más de 200 chilenos; la mujeres se han unido en Brasil contra Bolsonaro y sigue viva la lucha de la asesinada Marielle Franco con miles de personas defendiendo los derechos de los vecinos y vecinas de las favelas; también hay movimientos y organizaciones sociales protestando en Argentina por las políticas neoliberales de Macri, dando lugar en agosto a masivas marchas en todo el país para que se activase la ley de “emergencia alimentaria”.
Las movilizaciones masivas son las únicas capaces de frenar los golpes de estado, los presidentes autoproclamados, la represión de la ultraderecha y las políticas neoliberales. El pueblo es el que afea el silencio cómplice de las grandes potencias mundiales y de los grandes medios internacionales.
Las redes se llenan de videos que nos muestran la esperanza de personas que resisten, que no se achantan, que se movilizan y dan voz a los sin voz. En Facebook o Twitter encontramos las voces de miles de personas que gritan alto lo que el resto del mundo calla.
Y además de miles de personas que se asoman a las redes para denunciar cómo las venas de América Latina siguen abiertas, algo nos separa de lo vivido en el siglo XX: ahora hay voces en Estados Unidos que critican abiertamente lo que ocurre en Argentina, en Chile, en Brasil y, por supuesto, en Bolivia.
El politólogo Noam Chomsky, denunciando que EE.UU. está detrás del derrocamiento de Morales, ha sido uno de los primeros en criticar el golpe y las violaciones de los derechos humanos. Además, por primera vez un posible candidato a la Casa Blanca en 2020 se ha posicionado en contra de las oligarquías bolivianas y ha criticado la injerencia estadounidense. Bernie Sanders, uno de los favoritos para hacerse con la candidatura demócrata en las elecciones de Estados Unidos, ha hecho unas declaraciones insólitas hablando claro al tildar lo sucedido en Bolivia de golpe de estado y defendiendo el papel de Evo Morales como presidente. Estas voces suenan a esperanza, son indicio de que algo se mueve en el gigante americano.
Las democracias en América Latina son jóvenes y endebles, pero luchan por resistir aunque los poderes fácticos del planeta celebren en silencio sus debilidades y callen ante el derrame de sangre y el expolio de los recursos.
En pleno siglo XXI, cuando los movimientos populares avanzan para cambiar las cosas e incluso consiguen hacerse con el poder, existe una oligarquía que se niega a renunciar al orden establecido durante el siglo pasado aunque la perpetuación de ese orden de las cosas suponga la perpetuación del crimen.
Y aunque la sensación de dejavu no me abandona desde el cómodo sofá de mi casa, y aunque sea consciente de que estamos ante un bucle histórico del que se alimenta Estados Unidos y, especialmente, el insensato e imprudente Trump, una sonrisa triste pero sonrisa aparece en mi cara al asomarme a las redes y ver como miles de personas anónimas luchan para defender sus débiles democracias y poner una tirita en la venas que todavía hoy siguen abiertas.
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