“A la memoria de María Ferrer Palau. Recuerdo de su compañero Manuel Montes”. Una lápida con esta inscripción en el pequeño cementerio de la localidad oscense de Igriés recuerda la figura de una joven miliciana que murió al comienzo de la Guerra Civil en el frente de Aragón y a quien ni la historia ni el franquismo lograron borrar. Las 13 palabras de esa inscripción permiten leer la historia personal y colectiva de las mujeres que lucharon en el bando republicano, a menudo demasiado jóvenes. María fue una de aquellas que tomaron las armas con una mezcla de fervor ideológico y rebeldía juvenil.
Varios estudiosos han buceado en la figura de María Ferrer Palau, de modo que puede trazarse con formas precisas su recorrido biográfico desde que salió de su Ibiza natal hasta su muerte apenas unas semanas después. Con 17 años se escapó de su casa en la isla balear acompañada por una amiga, María Costa Torres. En agosto de 1936, la Guerra Civil acababa de estallar y ambas querían sumarse a la columna de combatientes del Sindicato del Transporte Marítimo de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT). Con ella desembarcaron en Mallorca, donde combatieron hasta el 3 de septiembre de 1936.
De allí se dirigieron a Barcelona y, posteriormente, hacia el frente de Aragón con la denominada Columna Roja y Negra. Estaba conformada por alrededor de 1.500 milicianos y estableció su cuartel general en la población de Sipán. Hostigó la capital oscense, en manos de los rebeldes, y estableció como base Igriés. La columna apenas contaba con militares de formación y la componían mayoritariamente afiliados a la CNT, con otro porcentaje de la Unión General de Trabajadores (UGT) a los que se sumaron combatientes aragoneses y andaluces.
Se sabe que María Ferrer Palau murió en el frente, mientras que María Costa Torres se exilió a Francia, donde residió hasta su regreso a Barcelona tras la muerte del dictador. Del mismo modo que ha sucedido con otras miles de víctimas de la guerra y la represión de la dictadura, el recuerdo de sus seres queridos le ha permitido una manera de supervivencia. La losa de mármol sirve para mantener su memoria vigente y también dio lugar a una llamativa costumbre recogida por los vecinos del pueblo. Todos los 14 de abril, y hasta hace unos pocos años, aparecían flores frescas depositadas sobre la lápida. Tanto la inscripción como esta costumbre sortearon de manera sorprendente la inflexible sombra del franquismo, intolerante ante cualquier manifestación que recordarse al bando republicano.
Historiadores como Manuel Aguilera Povedano, Gonzalo Berger y Tània Balló, estos últimos en el libro Les combatents. La història oblidada de les milicianes antifeixistes, editado por Rosa dels Vents, han rastreado la figura de la miliciana ibicenca y también la del hipotético responsable de la colocación de la placa, de aquel Manuel Montes compañero de armas en aquel verano de 1936. Entre todos tratan de unir las piezas del puzzle y de reivindicar el papel de las mujeres en la guerra, expuestas con demasiada frecuencia al peligro de la invisibilización.
La identidad de la persona que dejaba las flores no está clara. Berger y Balló descartan que se tratase del propio Manuel Montes, un miliciano andaluz que se enroló en el Transporte Marítimo, coincidió con ambas desde el periodo en Mallorca y fue quien colocó la placa en memoria de María. Creen que se trataba de alguien del pueblo; posiblemente, “una mujer mayor” o bien “varias personas que se iban turnando”. La muerte de la ibicenca causó un hondo impacto en Igriés, hasta el punto de llevar a uno o varios de sus vecinos a preservar la memoria de la miliciana en un contexto difícil, con el saqueo indiscriminado de las tumbas de los combatientes republicanos a la orden del día.
Los historiadores recogen los recuerdos de un anarquista relevante en Baleares, Tófol Pons, que habla en sus memorias de dos chicas que querían combatir por la República y pelearon en la primera línea del frente. Lanzan reivindicaciones al papel de la mujer en la Guerra Civil, a menudo infravalorado. Aunque su presencia en número era residual si se compara al de los hombres, lucharon con el mismo fervor y empuje y su papel no se limitó al de enfermeras en la retaguardia, como a menudo se cree. Algunas de ellas llegaron a ser tenientes y capitanas.
Algunas teorías apuntan a que María se suicidó por amor, lo que no prueba ningún documento y puede parecer más bien una hipótesis producto de un tiempo masculino y patriarcal en el que su recorrido vital habría causado extrañeza. Lo apunta, por ejemplo, el propio Tòfol Pons, según quien se habría quitado la vida por una “adversidad amorosa. Se había unido a un marino que se había agregado a la Roja y Negra después del desembarco de Mallorca”. Le respaldan testigos indirectos que se amparan en la versión ofrecida un año después por su compañera de armas María Costa Torres.