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“No somos conscientes de la sequía porque abrimos el grifo y tenemos agua”

Ernesto Tejedor (Zaragoza, 1988) estuvo el año pasado en Alemania aprendiendo de Jan Esper, uno de los científicos más prestigiosos del mundo en reconstrucción del clima de épocas pasadas. Tras esa experiencia, un grupo de la Universidad de Zaragoza ha estudiado los periodos de sequía entre 1694 y 2012 analizando los anillos de los árboles.

Ahora, un nuevo proyecto financiado por el Ministerio intentará seguir viajando hacia atrás en el tiempo unos 800 o incluso 1.000 años, en busca de sequías. Tejedor también sigue colaborando con Esper para estudiar cómo fueron los tres meses de verano en todo el valle del Ebro en los últimos 300 años, reconstruyendo un índice que incluye temperatura y precipitación.

¿Realmente ha sido excepcional la sequía de este verano en España?

Sí, es un periodo de sequía bastante fuerte. En Zaragoza, por ejemplo, llevamos sin precipitaciones considerables más de dos meses. El problema es que nosotros documentamos las sequías a posteriori y, por tanto, todavía no tenemos datos para comparar este año con la sequía de 2012, que nuestro estudio documentó como la más grave en 318 años. De todas formas, en el área mediterránea las sequías son un fenómeno normal que la sociedad se ha acostumbrado a afrontar: tenemos embalses, canalizaciones…

Este año, los ganaderos han tenido que comprar forraje porque los pastos se han quemado por la radiación solar y los agricultores empiezan a preocuparse porque podrían perder las cosechas. Pero el resto no somos conscientes de la sequía porque abrimos el grifo y tenemos agua. En otras épocas, sin los medios actuales, las consecuencias eran mucho más graves: las sequías derivaban en muertes y pestes. 

¿Cómo realizó ese estudio de las sequías en 318 años, de 1694 a 2012?

Nos basamos en que los arboles tienen memoria y el clima influye en su crecimiento anual o incluso en el del año posterior. El objetivo era estudiar la evolución de las sequías en una zona concreta, en el sistema ibérico turolense, y también extender lo que llamamos el “periodo instrumental”, el periodo de tiempo sobre el que tenemos datos concretos de qué temperaturas y precipitaciones ha habido. En España, de forma generalizada, esos datos sólo están registrados desde mitad del siglo XX.

¿Cómo saber qué clima hubo antes? Nosotros utilizamos los anillos de los árboles: cada año, el árbol genera un anillo y, pasado el periodo de crecimiento juvenil, el crecimiento depende fundamentalmente del clima. Detectamos los factores que limitan su crecimiento: en el Pirineo, los árboles crecen más o menos en función de si el verano ha sido cálido o frío; en el sistema Ibérico turolense, el crecimiento está relacionado con los índices de sequía.

Los árboles están localizados siempre en el mismo sitio y pueden ser longevos; por eso, sin llegar a ser termómetros ni  pluviógrafos perfectos, nos permiten extraer información climática de periodos preinstrumentales.

Utilizamos unas barrenas para sacar unas muestras de unos cinco milímetros de los troncos de los árboles, medimos en milímetros el grosor de los anillos, eliminamos las tendencias que pueden deberse a factores no climáticos, como podría ser la polución, y tenemos que “crossdatar” todas las muestras, es decir, descubrir a qué fecha exacta corresponde cada anillo del árbol. Por ejemplo, si en 1816 hubo una sequía, debería reflejarse en todas las muestras de los árboles estudiados; este trabajo acaba siendo un gran puzle en el que tenemos que encajar todas las muestras en las fechas que corresponden.

¿No había ningún dato científico sobre sequías anteriores a 1950 antes de que elaborara este estudio?

En España, nuestro trabajo es el primero que estudia las sequías a partir de los anillos de los árboles, aunque hay varios estudios de este tipo, por ejemplo, en Rumanía y en Turquía que, curiosamente, demuestran que hay años en los que la sequía afectó de forma general a toda Europa, como está ocurriendo ahora.

En España, lo único que teníamos era la información histórica: por ejemplo, a un periodo de diez años a principios del siglo XIX, en torno a la Guerra de la Independencia, se le denominó “las hambres decimonónicas” porque fueron años nefastos por culpa de las sequías.

También están muy documentadas en toda la Europa occidental y en América del Sur las rogativas que hacía la Iglesia tanto para pedir a Dios lluvia en épocas de sequía como para pedir que dejara de llover cuando había periodos extremos de inundaciones.

Estas rogativas estaban muy bien organizadas metodológicamente. Si la sequía no era muy grave, si sólo llevaba un mes sin llover, hacían una misa, que era el nivel uno. Si habían pasado tres meses sin lluvias y la sequía peligraba, quizá hacían una procesión; era el nivel dos. En el nivel tres, el nivel extremo, llegaban a meter el santo al río o incluso a cambiar la figura del santo. Muchos de los años de sequía que hemos detectado en los anillos de los árboles, los hemos relacionado con rogativas del nivel tres. 

¿Su estudio sobre los anillos de los árboles muestra los efectos del cambio climático?

Sí, porque constatamos un aumento de estos fenómenos extremos. Sólo en los 12 primeros años del siglo XXI ya hemos registrado dos fenómenos extremos secos y otros dos húmedos. La conclusión es que hay un aumento en la recurrencia de fenómenos extremos, que es uno de los hechos que apuntaba el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). También es cierto que ha habido otras épocas, como el S. XVIII, con un gran número de años extremadamente secos y húmedos.

¿Hasta cuándo se podría retroceder en el tiempo estudiando las sequías a través de los anillos de los árboles?

En el norte de Europa se ha llegado a reconstruir la temperatura de verano de los últimos 2000 años combinando árboles vivos con árboles muertos que quedan fosilizados en los lagos. Además, se utilizan maderas de antiguas construcciones para ampliar en el tiempo las cronologías. En España estamos tratando de extender estas cronologías con maderas localizadas en antiguas masías. Esas maderas pertenecen a árboles que eran longevos cuando fueron cortados  Por ejemplo, si datamos una de estas maderas en 400 años y fue cortada en 1600 podríamos extender la cronología al año 1200 porque tenemos datada la fecha de algunos árboles vivos que llegan al año 1600.