Conservar el hielo, ese bien que ahora escasea en los supermercados, era una preocupación en la época preindustrial, cuando todavía no existían frigoríficos o congeladores que lo mantuvieran durante meses. Desde la antigüedad, los pueblos han empleado la nieve o el hielo para diferentes usos en la medicina, la conservación de alimentos o la gastronomía. Durante siglos, la única manera de disponer de hielo fue usar primitivas construcciones, capaces de almacenar la nieve y transformarla en hielo, que surgieron en Mesopotamia y se fueron extendiendo por todo el Próximo Oriente y el Mediterráneo.
La Comarca Campo de Belchite (Aragón) atesora un variado y rico patrimonio etnológico que ha sobrevivido al paso del tiempo y testimonia la importancia del hielo y la nieve en épocas pasadas. Se trata de neveras o neveros que, todavía en pie, o mantienen su estructura primitiva, o bien han sido objeto de rehabilitaciones contemporáneas, renovando así los perfiles originales y posibilitando su visita.
Estas neveras son pozos, normalmente recubiertos de ladrillo o piedra sillar, con cúpulas de forma cónica y varios vanos para facilitar la carga de nieve y su salida o evacuación. Las que han llegado a nuestros días estuvieron en activo hasta el siglo XIX, cuando formas más modernas de obtener hielo desplazaron su uso.
Sus inconfundibles figuras jalonan el territorio como fantásticos exponentes de la arquitectura popular aragonesa y forman una ruta circular que recorre cinco municipios de la comarca: Lécera, Belchite, Moyuela, Azuara y Fuendetodos.
En 2021 la nevera de Moyuela, Azuara y Culroya, en Fuendetodos, fueron declaradas Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Aragón, dentro de la declaración conjunta de «Neveras y Pozos de Hielo en Aragón». Esta Ruta del Hielo creada por la Comarca Campo de Belchite propone recorrer el territorio conociendo de primera mano estas singulares infraestructuras.
Muchas de estas construcciones se sitúan cerca de ríos o barrancos, como la nevera de Belchite, localizada en una terraza que asoma al río Aguasvivas. Es allí, al sur del Pueblo Viejo, donde comienza esta Ruta del Hielo. Esta nevera es uno de los ejemplares más imponentes por sus dimensiones y su factura, lo que evidencia la importancia que tuvo Belchite antaño, especialmente en la Edad Media.
El municipio de Lécera llegó a tener tres neveros. La que mejor conservada ha llegado hasta hoy es la nevera del Val, que se sitúa al sur del casco urbano. Por apariencia y medidas -tiene seis metros de profundidad y 4,5 de diámetro en su anchura-, representa el modelo típico de las neveras de la comarca.
El siguiente paso de la ruta circular es la nevera de Moyuela, un pueblo situado a 700 metros de altitud, una cota a la que en siglos pasados nevaba con frecuencia. Esta estructura permite observar las características arquitectónicas más típicas de las neveras: la cúpula cónica con un sistema de aproximación de hiladas.
Continuaremos el recorrido circular hacia el norte, donde encontramos la nevera de Azuara, una construcción atípica en sus proporciones. Es más profunda y estrecha que otras de la ruta, y con una singular bóveda hecha mediante encofrado con tablillas, una técnica que también se usa en otras construcciones populares de la zona, como las bodegas.
La ruta de las neveras termina en Fuendetodos, donde se encuentran dos ejemplares de neverías visitables. La nevera del Calvario es una nevera periurbana de las varias que tuvo Fuendetodos, localizada al oeste, en la parte más alta del núcleo urbano, y muy cercana al castillo conocido como la “Obra de los Moros” que también alberga vestigios de un nevero.
Y al sur del núcleo urbano de Fuendetodos, se localiza la nevera de la Culroya, una de las más emblemáticas de Aragón y único ejemplar conservado íntegramente de los más de veinte que llegó a tener el municipio. Se caracteriza por su peculiar forma de huevo, muy esbelta, y por su fábrica en piedra caracoleña.
Historia de las neveras
Las ciudades de Mesopotamia ya idearon sistemas para disponer de este recurso en las zonas desérticas, como los yakhchal, construidos por los persas hace más de dos mil años, y que guardan semejanzas con las neveras existentes en la actualidad.
Estas primitivas neveras se fueron extendiendo desde Próximo Oriente hacia el Mediterráneo y la cultura clásica de griegos y romanos. Aunque se extendieron geográficamente, durante siglos el hielo siguió siendo un elemento de lujo destinado a las clases pudientes. Tras la caída del Imperio Romano, las referencias a la utilización del hielo son muy escasas en el mundo occidental, no así en el mundo árabe, donde existen noticias de la continuidad de esta tradición.
Uso de las neveras
A partir de la segunda mitad del siglo XVI y todo el siglo XVII, la nieve y el hielo se usaban fundamentalmente con fines terapéuticos, para uso gastronómico y en la conservación de alimentos. En el ámbito de la medicina, el hielo se utilizaba como antipirético, para el tratamiento de fiebres; antihemorrágico; analgésico o calmante de diversos dolores; antiinflamatorio, para el tratamiento de traumatismos o quemaduras; y anestésico, principalmente en intervenciones quirúrgicas.
La producción de hielo en el ámbito gastronómico se utilizaba para enfriar alimentos, especialmente bebidas, siendo en esta época cuando se popularizan los helados, los sorbetes, las horchatas o la limonada. Por último, tanto la nieve como el hielo se empleaban como conservantes de alimentos, y eran imprescindibles para poder transportar carne, pescado o fruta fresca sin que se estropease por el camino. Este sistema de preservación de productos de primera necesidad favoreció las rutas comerciales de productos como el pescado, de las zonas de costa hacia el interior. Además de la nieve o el hielo, se siguieron utilizando otras técnicas tradicionales de conservación como los adobos, las salazones o los ahumados.
Aunque durante siglos las neveras fueron fundamentales para la vida en estas latitudes, a partir del siglo XIX, con la llegada de otras técnicas, la industria del hielo entra en declive, momento en el que estos edificios caen en desuso y se abandonan. El expolio de la piedra, su uso como muladares o basureros recurrentes sentenciaron la vida de estas estructuras, llegando algunas al estado de ruina, hasta que en las dos últimas décadas algunas de ellas se han recuperado o restaurado.