“La cooperación al desarrollo ha aumentado, pero aún es solo el 10 % de lo que se gasta en armamento”
Medicus Mundi y Médicos del Mundo llevan 14 años coordinándose para redactar un informe anual sobre La salud en la cooperación al desarrollo y la acción humanitaria. Con esa experiencia, les resulta muy fácil ponerse de acuerdo para participar en una entrevista conjunta. Nos atienden el responsable del Área de Estudios e Investigación de Medicus Mundi, Carlos Mediano (Zaragoza, 1962), y el presidente de Médicos del Mundo Aragón, Chema Llorente (Zaragoza, 1981).
¿Qué retos afronta la sanidad en el ámbito de la cooperación al desarrollo?
Carlos: Después de una etapa de 15 años marcada por los Objetivos del Milenio, la reflexión es que hemos conseguido mucho, pero ni todo lo que queríamos, ni lo suficiente. Ahora, el gran reto es plantear que la salud es un derecho universal: la mayor parte de las muertes del mundo son evitables. La diferencia entre la mortalidad en África en niños y mujeres y la de Europa no tiene nada que ver con factores genéticos, sino con factores externos como el acceso a la salud o al agua. El gran reto es darnos cuenta de que, si queremos, podemos evitar gran parte del sufrimiento del mundo.
Chema: Además, denunciamos que ha habido un descenso importante en la ayuda oficial al desarrollo y el recorte en el área de la salud aún es mayor. Del mismo modo que reclamamos el derecho a la salud universal dentro de nuestras fronteras, también es un derecho para el resto del mundo. La salud no puede ser considerada como algo graciable o algo que se pueda obtener con rendimientos del trabajo. El aumento de crisis humanitarias en los últimos años, por el recrudecimiento de guerras y por los efectos del cambio climático, está haciendo que aumente la conciencia social. Sin embargo, en España las políticas han ido en dirección contraria.
Carlos: A nivel internacional, la cooperación al desarrollo sí ha aumentado muchísimo en los últimos años, pero aún es solo el 10 % de lo que gastamos en armamento. Yo me pregunto: ¿qué tipo de mundo queremos: uno de desarrollo o uno de conflicto? Muchas veces nos dicen que no hay opciones, pero siempre las hay. Siempre podemos elegir.
¿De qué recortes estamos hablando en la cooperación al desarrollo española?
C: La ayuda oficial al desarrollo en salud en el último año ha sufrido un recorte del 20 % a nivel estatal. Y, como apuntaba Chema, nos preocupa que se ha recortado más en salud que en otros sectores de la cooperación internacional. En 2008, el 10 % del dinero que se destinaba a cooperación era para salud. Ahora, teniendo muchísimo menos dinero para cooperación, se destina solo el 4 % a salud. Eso es inadmisible.
CH: La salud ha dejado de ser considerada estratégica.
C: Creo que una de las razones es que en España nos estamos dedicando básicamente a financiar compromisos con la Unión Europea y otros organismos multilaterales. En la ayuda bilateral, que es donde podemos apostar y decidir a qué países y a qué sectores queremos ayudar, es donde el presupuesto ha caído drásticamente. Aun así, en 2014 se destinaba a salud el 4 % de los fondos de cooperación en 2015, se calcula que será un 2'6 %. Queremos dar una voz de alarma, esto no puede ser: nosotros estamos pidiendo aproximadamente el 15 % de la ayuda oficial al desarrollo para salud para cumplir los compromisos que todos los países han adquirido.
¿Influye que la ayuda al desarrollo se utiliza de una forma propagandística, acudiendo a la crisis humanitaria “de moda” en cada momento?
C: Incluso así, podría haberse destinado más dinero a salud; hemos tenido una gran emergencia sanitaria como el ébola. Naciones Unidas pidió a la comunidad internacional en septiembre (de 2014) mil millones de dólares y dos meses después, no había conseguido ni el 30 %. Todo el mundo decía que sí, que el ébola era muy grave, pero cuando había que poner el dinero, ya era otra cosa. Con esta epidemia, tendríamos que aprender que existen cosas que no sabemos porque no pasan aquí. Y otra enseñanza es que en los países más afectados por la epidemia falleció mucho personal sanitario y resulta que dos de ellos, Guinea y Sierra Leona, son países en lo que más de la mitad de sus médicos vienen a los nuestros a cubrir las necesidades que tenemos nosotros. Es decir, de un sistema sanitario ya frágil nos hemos llevado a su personal sanitario, llega una epidemia y queda colapsado. Sabemos cuántas personas han muerto de ébola, pero no sabemos cuántos muertos ha habido de tuberculosis, de malaria, de diarrea, de infecciones respiratorias... simplemente porque no han podido ir a un sistema de salud que estaba colapsado y no funcionaba. Seguramente serán muchos más que los fallecidos por la propia epidemia. Por eso, reforzar los sistemas de salud es defender problemas posteriores y eso no se ha hecho. Hay mucha descoordinación entre las políticas internacionales y la salud no está por encima de intereses comerciales o políticos. No pedimos solo que llegue dinero, sino también que se gaste bien; eso no ha ocurrido siempre.
¿En qué se ha gastado mal?
C: Hay muchas iniciativas que están compitiendo entre ellas, en vez de buscar sinergias. Más de 100 asociaciones público-privadas están trabajando en cooperación en salud; hay una treintena diferentes dedicadas solo a la malaria. Esto provoca dispersión, pero, además, debilita los sistemas sanitarios de los países que reciben la ayuda, porque se ven obligados a destinar a algunos de sus funcionarios a cumplir con los compromisos burocráticos de las organizaciones, en lugar de trabajar en planificar la salud de su país. Además, todas las iniciativas necesitan personal y, en países donde no hay, ese personal sale del sistema público. Yo digo a veces que un sistema de salud es como una pizza: puedes tener en marcha iniciativas contra la malaria, contra el SIDA, contra las diarreas... si la masa no está fuerte, los ingredientes se caerán. Por eso, muchos países lo primero que necesitan es reforzar su sistema sanitario y eso no se ha hecho. Otro problema es plantear el trabajo por enfermedades. En algún país africano me ha ocurrido que teníamos medicamentos de última generación contra el SIDA, pero no amoxicilina para curar una infección respiratoria de un niño, cuando casi el 50 % de los niños mueren de infecciones respiratorias o de diarreas. Y la amoxicilina cuesta menos de un euro. Eso es gestionar mal; es cierto que todas las organizaciones tienen buena voluntad, pero deberíamos empezar a exigirnos profesionalidad en lo que hacemos. No basta con ayudar, hay que hacerlo bien. No sirven los pequeños parches que, cuando se vaya la ayuda externa, nadie va a poder sostener. En África, yo llamo “elefantes blancos” a algunos hospitales enormes en medio de la selva que están muertos de risa, se utilizan como gallineros.
¿Cómo veis los movimientos de refugiados desde el punto de vista de la atención sanitaria?
CH: Afecta muy negativamente a la salud. Evidentemente, el primer problema que hay que solucionar en estos casos no es el sanitario; es más bien una cuestión de voluntad política para abrir vías seguras, legales y exentas de violencia. Pero, con lo que se está haciendo ahora, internarlos en campos de refugiados, las condiciones de salud empeorarán.
C: Hay que recordar que el 86 % de los refugiados del mundo no van a nuestros países, están en países vecinos en vías de desarrollo, que tienen sus propios problemas y, aun así, son más solidarios que nosotros. Nadie ha hablado de la crisis de Burundi, donde Tanzania, sin apenas estructura, ha tenido que acoger de repente a 240.000 personas. Solo hablamos de lo que vemos aquí. Cuando empezamos a fijarnos en el ébola, no pensábamos en que ha habido 26 epidemias antes.
CH: La política de fronteras que estamos viendo estos días se aplica solo aquí, no se aplica en Tanzania.
C: No, porque el asilo es un derecho internacional, en principio. Nosotros pedimos una visión más global del problema y una solución más global. No podemos aceptar que existan los derechos solo cuanto no nos causen ninguna dificultad y que, si me afecta… vamos a ver si limitamos los derechos. No nos parece coherente.
CH: No puede ser “la Europa de los derechos” en los momentos en los que no tienes ningún problema y replantearlos cuando sí lo tienes. Con esta visión amplia que comenta Carlos, más global, tendríamos en cuenta que la restricción de fronteras supone trasladar el problema a otros lugares, como Burundi o Libia, que pueden acabar desbordados.
C: Sobre todo, porque ese es el espíritu de Europa. Y si Europa ha llegado a ser lo que es, ha sido precisamente por eso.
A pesar de que estos derechos no se estén garantizando, ¿pensáis que este tipo de crisis puede hacer despertar las conciencias de la ciudadanía?
C: No lo sé. Creo que la ciudadanía en algunas cosas ya está bastante despierta, pero mi experiencia es que es como un electrocardiograma: cuando hay una crisis, hay muchísimo interés; después, vuelve a bajar. ¿Quién habla del ébola ahora?
CH: O de la fiebre amarilla.
C: Del Zyka se habló porque hay Olimpiadas en Brasil; si hubiera aparecido en Haití seguramente habría sido solo una noticia marginal. Las organizaciones que estamos en países en desarrollo no conseguimos concienciar a la gente, transmitir lo que ves cuando estás viviendo allí, conseguir que se entienda que existen muchas realidades en el mundo, que tenemos que ver un poco más allá. No solo más allá de las fronteras, también más allá en el futuro. Pediría a la gente que reflexionara sobre qué tipo de mundo quieren para sus hijos. Y en base a eso, hay que pensar en qué acciones deberíamos desarrollar todos. La acción humanitaria es muy valorada, pero ahora tenemos que dar un paso más para, lo que decíamos al principio, plantear que el derecho a la salud sea realmente universal. Si se cierra aquí un centro de salud, en ese pueblo se organiza una gran protesta. Cerramos 30 hospitales en África porque no hay dinero y no pasa nada. Ese es el paso pendiente: entender que mi centro de salud de aquí al lado es tan importante como el que hay en otro país. En eso estamos trabajando.
Poco a poco…
C: Sí, en suajili se dice “Pole Pole”; es algo que siempre nos dicen cuando llegamos allí. A veces, la gente nos dice que llevamos diez años en un país y no hemos cambiado nada. ¿Cuánto tiempo nos ha costado en España cambiar eso? Parece que queremos pasar del siglo XIX al XXI en un proyecto de tres años. Hace falta paciencia y saber que quizá los resultados no los vamos a llegar a ver nosotros. Pero algunas veces pienso en esas personas de la Edad de Piedra que veían un pterodáctilo y querían volar. Ahora hay aviones, gracias a la gente que soñaba. A la gente le pediría que soñara un poco más.