“Creía que no daba el perfil de académica de Ciencias, por ser muy joven y mujer”
La profesora e investigadora de la Universidad de Zaragoza y del Instituto Universitario de Ciencias Ambientales de Aragón, Laia Alegret (Huesca, 1975) acaba de ser nombrada Académica Correspondiente Nacional de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Se convierte en la componente más joven de esta institución científica, la más prestigiosa y longeva a nivel nacional.
¿Cómo ha recibido la noticia de que ingresa en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales?
Con mucho honor porque, además, cuando me lo propusieron en febrero del año pasado, ya me advirtieron de que iba a ser muy difícil. Yo aún lo veía más lejano todavía; me parecía que no encajaba en el perfil de una academia de ciencias. Cuando me lo dijeron... es todo un honor. No se me había pasado por la cabeza nunca formar parte de la Real Academia de Ciencias. Estoy muy contenta.
¿Por qué creía que no daba el perfil?
Porque soy muy joven; pensaba que todavía me quedaba mucho por hacer hasta recibir un reconocimiento así. Por otra parte, tampoco nos engañemos, las mujeres no abundan en la Real Academia. Ahora, constituyen un 10% del total de académicos. En la sección de Ciencias Naturales, que es a la que pertenezco, el porcentaje es un poco más alto, del 17%. Pero, aun así, sabía que iba a ser complicado.
Ese porcentaje tan bajo de académicas mujeres puede explicarse, en parte, por la edad media de los miembros de la Academia, por una desigualdad muy honda en las carreras investigadoras de hombres y mujeres hace unas décadas. ¿Sigue ocurriendo ahora?
Sí, estoy de acuerdo en que el porcentaje de mujeres académicas es tan bajo porque antes no había tantas mujeres que estudiaran en la Universidad. Sin datos en la mano, me da la sensación de que sigue siendo mayoritaria la entrada de hombres. Lo que sí puedo decir, a ciencia cierta, es que las últimas personas que hemos entrado a la Academia somos mujeres. Eso dice mucho de la renovación de la Academia. Aunque es una institución muy longeva, con siglos de vida, se ha ido adaptando a los nuevos tiempos. De otra forma, no habría sobrevivido.
¿Se ha marcado algún objetivo concreto en la Academia?
Todavía no he ido ni a la primera reunión, la tendremos en junio. En principio, me gustaría contribuir a los objetivos de la Academia, que son el desarrollo y el apoyo a las ciencias en todos los ámbitos. Querría contribuir a través de las líneas de investigación que he llevado hasta el momento y que pienso continuar, al mejor nivel posible. Algo que también me apetece mucho es contribuir a otro de los grandes pilares de la academia, que es la comunicación. La Academia, entre sus objetivos principales, cuenta con la difusión y la comunicación de la ciencia a todos los niveles, tanto al público en general como a empresas o instituciones. Está más que demostrado que los descubrimientos científicos van unidos al desarrollo económico de un país. Por eso, es importante contribuir a que la sociedad apoye a la ciencia, además, una ciencia moderna.
¿Cuáles son esas líneas de investigación que ha desarrollado?
Principalmente, son tres. La primera, que es sobre la que hice mi tesis, fue el impacto del meteorito que cayó en la península de Yucatán, en México, hace 65 millones de años y que acabó con muchísimas especies, entre otras, los dinosaurios. Es una línea que llevo desarrollando durante los últimos 20 años. Se trata de conocer los efectos del impacto del meteorito sobre el planeta. Esto tiene implicaciones en la actualidad porque nos permite conocer cómo se reajusta el planeta y cómo evolucionan los ciclos biogeoquímicos. Se trata de un evento global: afectó a los océanos y a la atmósfera a nivel global; nos permite conocer mejor nuestro planeta. La segunda línea de investigación tiene que ver con el estudio de cambios climáticos del pasado, para compararlos con el presente y mejorar los modelos predictivos, para ver qué va a pasar en el futuro con el actual cambio climático. La tercera línea de investigación, que es la más reciente, la comencé en 2017, es la exploración de un nuevo continente, Zelandia. Es un continente que se encuentra sumergido bajo las aguas del Pacífico y del que únicamente afloran las montañas más elevadas, que son Nueva Zelanda, Nueva Caledonia y alguna otra pequeña isla del pacífico. El resto de este continente, un 94% de la superficie, se encuentra bajo las aguas del Pacífico, a grandes profundidades, incluso a 2.000 ó 3.000 metros de profundidad. Se separó de Australia y la Antártida hace 80 millones de años. Fue moviéndose, hacia el noreste, con una especie de giro antihorario. Y se desconoce casi todo lo demás. ¿Quién nos iba a decir que en pleno siglo XXI íbamos a estar descubriendo un nuevo continente en nuestro planeta? Participé en la expedición que se realizó en el mar de Tasmania para perforar sondeos en el fondo marino; ahora nos encontramos estudiando esos sondeos. Traemos roca del fondo marino y la procesamos. Hago estudios de fósiles microscópicos y también de geoquímica. Con eso, trato de reconstruir a qué profundidad se encontraba el continente en cada momento. Hubo momentos en que estuvo a 3.000 ó 4.000 metros de profundidad y otros momentos en los que sufrió grandes cambios verticales y ascendió hasta la superficie. Estos estudios también me permiten reconstruir, de nuevo, el clima del pasado, durante los últimos 60 millones de año. Eso, a su vez, nos lleva a retroalimentar los modelos climáticos para predecir la evolución de nuestro clima en el futuro.
¿Se siente como una “Cristóbal Colón” científica del siglo XXI?
Sí, totalmente. Cuando estábamos navegando, me acordaba mucho de James Cook, que también estuvo por esas aguas. Fue una experiencia única, muy emocionante, también por todo lo que nos ocurrió durante la expedición. Hubo muchos problemas técnicos, porque se rompían los tubos de perforación... Nos azotaron dos tormentas enormes, de las que asustan incluso al capitán. Tuvimos que sacar corriendo la maquinaria del fondo marino y huir, literalmente, navegando dos días en dirección contraria a la tormenta hasta que encontramos un lugar más calmado donde esperar a que llegara el buen tiempo. Fue realmente emocionante, aparte de la emoción que tiene para una científica estar investigando un nuevo continente, claro. Se desconocía qué había bajo el fondo marino. Sólo se especulaba, se pensaba que podría haber un tipo de materiales u otros; tuvimos la primera oportunidad de contrastar las hipótesis y de, sobre todo, falsar algunas. Hubo algunos puntos donde realizamos sondeos que esperábamos obtener algo determinado, por los estudios que se habían realizado, y salía todo lo contrario. Fue realmente emocionante en todos los sentidos.
Aunque todavía esté analizando el material recogido, ¿nos puede adelantar alguna conclusión?
Las observaciones de primer orden son esos grandes movimientos verticales que sufrió el continente de Zelandia a lo largo de millones de años. Hemos podido determinar en qué momentos precisos estuvo sumergido bajo miles de metros de columna de agua y en qué momentos emergió o estuvo en zonas muy someras.
¿Tiene alguna aplicación práctica para la actualidad, como ha comentado que ocurría con el estudio del meteorito de Yucatán?
Sí, tiene muchas, por varios motivos. La primera es el análisis de los cambios climáticos del pasado, porque los datos que obtenemos del registro fósil nos permiten retroalimentar los modelos climáticos de la actualidad para predecir la evolución del clima en el futuro. Por otro lado, nos permite comprender cómo funciona el sistema Tierra, cómo funciona la tectónica de placas; no olvidemos que es un continente que se ha separado de Australia y de la Antártida y que se está moviendo. Es una placa independiente. Además, a medida que se va moviendo, la placa del Pacífico se desliza por debajo de la placa de Zelandia. Es decir, Zelandia se superpone al Pacífico o el Pacífico se hunde por debajo de Zelandia. Es lo que se llama una zona de subducción. Esas zonas son tremendamente importantes, no sólo porque, por las grandes presiones y temperaturas, generan recursos minerales y otros recursos naturales, en general. Además, son el origen de muchos riesgos geológicos que en la actualidad nos están afectando. Esta zona que hemos estudiado forma parte de lo que se llama el anillo de fuego del Pacífico. Si nos imaginamos mentalmente el océano Pacífico, está rodeado de zonas de subducción. Son zonas donde la placa del Pacífico se hunde debajo de otras placas tectónicas y ese calor genera cadenas volcánicas y mucha inestabilidad sísmica, es decir, terremotos. El 90% de los terremotos que se producen en este planeta se generan en el anillo de fuego del Pacífico, así que es muy importante para los geólogos entender cómo comienzan estos movimientos de subducción de placas. Es lo que estamos analizando en Zelandia: no sólo cómo evolucionan y se desarrollan, sino también cuál es el mecanismo que inicia esos movimientos de subducción. Eso nos puede llegar a aportar información muy importante para predecir riesgos geológicos. No olvidemos que una situación muy similar se encuentra muy cerca de nosotros, en el Mediterráneo, con una subducción de placas que puede provocar movimientos sísmicos. Por eso, toda la información que obtengamos de Zelandia será útil para predecir las consecuencias también en zonas cercanas.