Cristina Hernández (Zaragoza, 1983) considera una “suerte” haber crecido en un hogar en el que sí le animaron siempre a dedicarse a una carrera científica: desde llevándole a museos hasta regalándole un microscopio. Sin embargo, denuncia que hoy en día las mujeres siguen teniéndolo más difícil que los hombres.
¿Las mujeres científicas siguen enfrentándose a más obstáculos que los hombres?
Desde mi vivencia personal, pienso que la situación ha ido mejorando. Ahora tengo la suerte de contar con un equipo muy concienciado y en el que somos todos exactamente iguales. Aun así, durante toda mi carrera científica, sí me he tenido que enfrentar a situaciones desagradables. Por ejemplo, ya estudiando la carrera, con el mismo rendimiento, las calificaciones de las mujeres siempre eran menores que las de los hombres, sobre todo, en las asignaturas de cálculo. Nosotras teníamos que defender mucho más nuestro trabajo para que se tuviera en consideración. Y al emprender una carrera científica, hacer un máster o un doctorado, el hecho de ser mujer también limita. A mí no me dieron una beca de doctorado de la Universidad de Zaragoza con el argumento de que era mujer en edad fértil. Me dijeron que estábamos en una crisis económica y que no se podían permitir el lujo de contratar a una persona que, quizá, podría coger una baja maternal. Decidieron darle esa beca a un hombre.
Muchos años antes de llegar a sufrir esos obstáculos, las niñas ya se interesan menos que los niños por las ciencias, ¿por qué cree que ocurre?
Para empezar, hacen falta muchos más referentes: no se muestran roles de científicas, por ejemplo, es muy difícil encontrar en libros de texto de cualquier instituto la presencia de mujeres científicas. Están invisibilizadas, sus artículos siempre tienen menos citaciones, llegan a menos puestos directivos… A esto tenemos que añadir que, desde el ámbito familiar, suele ser poco frecuente que a las niñas se les anime tanto como a los niños a ser ingenieras, matemáticas o bioquímicas. Quizá es algo inconsciente, pero está ahí, parece que sigue habiendo profesiones que son más de hombres que de mujeres. Y aunque haya un incremento de mujeres que estudian carreras científicas, que luego se dediquen a una carrera investigadora sigue siendo mucho más difícil. También está extendida una imagen de que las científicas estamos todo el día metidas en el laboratorio, sin amigos, con la bata puesta... seguimos siendo personas exactamente iguales que el resto, que salimos por ahí y que tenemos aficiones como cualquiera.
Con todo, ¿la presencia de la mujer en la ecología es algo más frecuente que en otros campos de la ciencia?
En general, el porcentaje de mujeres es muy bajo en la mayoría de las ramas científicas. Quizá sea aún menor en matemáticas o en las ingenierías y puede que la influencia de las mujeres sea algo mayor en las carreras con más carga social… pero, en general, en comparación con el hombre, sigue siendo más baja. También es cierto que para algunas mujeres científicas, su principal objetivo no es ocupar puestos de mayor posición, sino hacer una contribución a la sociedad.
¿Piensa que, más allá del ámbito académico, las mujeres pueden estar más sensibilizadas que los hombres en cuanto a la ecología?
En el tiempo que yo llevo en el ámbito de la ecología, también he visto implicación bastante notable en hombres; quizá en este caso sí diría que hay más paridad. En nuestro proyecto de ciencia urbana, en la parte más científica, estamos investigadores tanto hombres como mujeres. Y cualquier persona, de cualquier edad y de cualquier género, puede participar como voluntaria.
¿Qué hacéis en ese proyecto?
Se llama “Vigilantes del cierzo”: hemos repartido mil plantas de fresa para utilizarlas como biosensores y medir la contaminación ambiental. Es una manera de hacer partícipe al ciudadano en temas de ecología y de obtener datos de estas plantas biosensoras que se solapan y que compararemos con las estaciones meteorológicas normales para mapear la ciudad. Lo único que tienen que hacer los voluntarios es enviarnos unos datos por correo postal, sin necesidad de un smartphone o de Internet.