Falta de alfabetización digital y acceso a internet, las otras carencias que descubre la COVID-19
El barrio de San Pablo de la capital aragonesa está acostumbrado a vivir en la calle. La plaza de Santo Domingo, la de Las Armas o la concurrida arteria de Conde Aranda, que conecta el centro de de la ciudad con su distrito más poblado, Delicias, son siempre bulliciosas. En el también conocido como el Gancho conviven familias que lo habitan desde hace varias generaciones y recién llegados; es una de las zonas de Zaragoza con mayor diversidad cultural pero también de las más empobrecidas.
Una de las primeras medidas para contener la pandemia de la COVID-19 fue el cierre de los centros educativos y la implantación del teletrabajo. Para todos quedarse en casa ha supuesto un esfuerzo, sin embargo no ha sido igual el impacto que esto ha generado en cada familia. En San Pablo, el acceso a internet de todos los niños y niñas, para que no perdieran sus vínculos afectivos y pudieran continuar el curso escolar, preocupó, entre otras cuestiones, al tejido vecinal y asociativo.
“Tras declararse el estado de alarma, varias personas nos planteamos qué iba a pasar durante el confinamiento en las casas que no tienen internet y empezamos a abordar cómo atajarlo”, explican desde la Red de Apoyo del Gancho. En sólo unos días llenaron las calles y plazas de carteles con el mensaje 'Liberad a Wifi' y elaboraron un manual con líneas generales y conceptos básicos para generar una red de invitados y dividir la banda ancha.
El planteamiento con el que nace esta iniciativa es que cualquier persona pueda desarrollar estructuras seguras para compartir su internet y que esto sea posible mediante la comunicación entre los vecinos de portal. Hay un formulario online para realizar las peticiones y un correo electrónico y número de teléfono para consultas, pero lo que más está funcionando es el boca a boca.
Para Rebeca López, una de las impulsoras de 'Liberad a Wi-Fi', es también una oportunidad para generar un acercamiento a la tecnología. “Hemos perdido la curiosidad por abrir un router, hemos retrocedido tecnológicamente con respecto hace 10 años”, indica esta activista. López también destaca que esta pandemia está sacando a relucir muchas de nuestras carencias como sociedad y una de ellas es la falta de alfabetización digital.
En este aspecto es donde la Red ha detectado otra necesidad: “Los menores pueden tener acceso a internet y dispositivos para ello, pero también hace falta que alguien les enseñe y acompañe en el mundo digital. Poder manejar la tecnología es también una cuestión de clase”. Para intentar paliarlo, los voluntarios están facilitando dispositivos electrónicos como tabletas y ordenadores y realizando traducciones para las familias en las que ninguno de sus miembros habla castellano, tareas bien complicadas bajo las medidas del confinamiento.
'Liberad a Wi-Fi' ya se ha replicado por la Red de entidades para la inclusión social, por la Red de Apoyo del barrio de Delicias y está comenzando a andar en la Magdalena. El Gobierno de Aragón ha lanzado una campaña en esta misma línea y distribuido en Zaragoza 80 ordenadores para el uso de escolares que ya están pudiendo disfrutar varias familias de San Pablo.
Cuidados y solidaridad en el Gancho
El “derecho a internet” de todas las familias de San Pablo es sólo una de las líneas de trabajo de la Red de apoyo del Gancho, que comenzó al inicio de la pandemia a través de un grupo de WhatsApp del que ya forman parte más de 60 personas y que ha puesto a disposición un número de teléfono y un correo electrónico para canalizar las demandas. El grupo tiene su propio protocolo de cuidados: no difundir bulos, enviar recomendaciones para protegerse contra el virus y dar consejos de vida saludable dentro de casa.
El funcionamiento de esta red de solidaridad vecinal ha sido posible gracias al trabajo comunitario previo que ya existía antes de la pandemia. “La resilencia es una forma de vivir de este barrio. San Pablo es un lugar diverso y acoge a quien está necesitado. Desgraciadamente, en estos momentos tan críticos, estamos haciendo el trabajo de los servicios sociales, que ahora están bajo mínimos”, apuntan desde la Red.
Esta situación fue denunciada el pasado 1 de abril por Javier Mediel Cobo, presidente del Consejo de Salud de San Pablo, en una carta que envió al Ayuntamiento de Zaragoza manifestando su preocupación por la infradotación de recursos en Servicios Sociales Comunitarios. Según exponía, debido al estado de alarma, el acceso a muchos de los circuitos de ayuda ha cambiado ya que se han reorganizado y los presenciales -ya conocidos por los usuarios- han desaparecido para dar paso a otros circuitos en general telemáticos.
El Ayuntamiento solo ha mantenido abiertos tres de sus centros municipales de servicios sociales y ha puesto en marcha una línea 900. Los usuarios y entidades trasladaron mediante esta misiva que “este número está colapsado, es muy complicado acceder, hay personas que no consiguen contactar o que ni siquiera saben que existe ese teléfono”. Exigen que se garantice el 100% del funcionamiento de los Servicios Esenciales y previenen de que cuanto más se prolongue el confinamiento más necesidades van a surgir puesto que las familias no tienen ahorros, ni alimentos almacenados, ni otros productos de primera necesidad etc...).
Salud más allá del coronavirus
Precisamente, los responsables de que la Red comenzara a andar fueron quienes mejor conocen las realidades de sus residentes: el Consejo de Salud y el Centro Médico de Atención Primaria. Este grupo motriz fue desde donde se empezó a conectar a personas enfermas o con síntomas con su vecindad para evitar que salieran a la calle ofreciéndoles pasear a sus perros o hacer compras. También llaman por teléfono a mayores que viven solos para preguntarles cómo se encuentran.
El siguiente grupo en ponerse en marcha fue el de creación de mascarillas y batas. Durante los primeros días de confinamiento, cuando se evidenció la falta de medidas de protección y déficit de material sanitario, miles de personas se pusieron a coser en sus casas. En San Pablo, recogieron sábanas de algodón cuando se agotaron las telas, fabricaron en sus viviendas cientos de mascarillas y las repartieron entre comercios, trabajadores, hospitales y en el Centro Penitenciario de Zuera.
Por último hay un nodo que aborda las situaciones más criticas, las de aquellas personas que no tienen qué comer o a quienes se les ha cortado la luz. Su función es derivar a los servicios sociales las distintas necesidades para que las ayudas municipales puedan llegar antes y distribuir alimentos donados por comercios de proximidad.
Desde la Red concluyen que el confinamiento, difícil para todo el mundo pero que a muchos les ha puesto contra las cuerdas, ha servido para “ponerse en la piel de los otros y que esta situación va a dejar poso”. Ya preparan mecanismos para fortalecer la comunidad en el barrio, para continuar creciendo el día en que sus calles vuelvan a contar con todas sus gentes.
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