El director terapéutico de la Asociación Aragonesa de Jugadores de Azar en Rehabilitación (AZAJER), José Vicente Marín (Zaragoza, 1951), tiene claros los aspectos positivos del juego: es una forma de ocio, de socialización, de aprender a respetar un sistema de normas… Nos lo comenta al terminar la entrevista, al acompañarnos a la puerta. De lo que hemos hablado es otra cosa: una adicción, en este caso, una adicción al juego.
¿Está aumentando la ludopatía entre los jóvenes?
Azajer empezó a funcionar en los años 80. En esa época y en los 90, atendíamos a chicos con problemas con el juego desde los 14 años. Sin embargo, con el tiempo, esos grupos de chavales fueron desapareciendo y hasta hace tres o cuatro años, no teníamos menores de 18 años. La irrupción de las nuevas tecnologías y de aparatos de juegos está provocando que, de nuevo, haya ludopatía entre gente muy joven. No van a jugar a las máquinas de los bares porque les parece una chorrada, no van al bingo porque lo ven obsoleto; pero, por ejemplo, sí van a las salas anexas al bingo, donde los juegos son electrónicos. Esas salas de apuestas se constituyen como un espacio dentro del salón de juego y no aplican la reglamentación de esos salones. Nosotros defendemos que la norma habría que aplicarla desde la puerta del establecimiento; cualquiera que entrase allí, debería ser identificado. Y, fundamentalmente, los menores apuestan desde su casa, desde su ordenador; incluso con el visto bueno de sus padres, que ven mucho mejor que jueguen encerrados en su cuarto a que salgan, estén de botellón, fumando o con mala gente. Los padres tienen la sensación de que así tienen controlados a sus hijos, aunque es mentira. En un principio, jugarán solo por la aventura, por probar, por buscar emociones, por la relación grupal... pero eso está llevando a que chicos que empezaron a jugar hace tres, cuatro o cinco años como máximo estén hoy aquí. Antes, con el juego presencial, el proceso de llegar a ser un adicto era muy largo: entre 10 y 15 años. Ahora, con la impulsividad y la inmediatez de los juegos virtuales, estamos viendo que en tres años muchos jóvenes ya han generado una patología.
¿Son, sobre todo, apuestas deportivas?
Fundamentalmente, sí. Aunque hace tres o cinco años, hubo un boom con el póker, ha ido bajando sustancialmente. El juego por antonomasia en estos momentos es la apuesta deportiva. La gente mayor quizá hace la quiniela, pero el 70 % de los jugadores de apuestas deportivas tiene menos de 35 años. Ese caldo de cultivo es un gran problema.
¿Hay alguna forma de evitar que los menores de edad accedan al juego?
Pensamos que los salones de juegos, lógicamente, deberían cumplir la misma norma que los bingos y los casinos. Cuando yo hablé en las cortes de Aragón de la laxitud en el control de estos espacios, la revista AZARplus se cabreó muchísimo; lo cierto es que la directora general de juego ha declarado que se han impuesto entre 200.000 y 300.000 euros en sanciones a salones de juego. La sanción media son 3.000 euros, con lo que las cifras demuestran que hay reincidencia. La directora general también explicó que en diez o doce salones se ha detectado a 42 menores. Yo no digo nada con el objetivo de fastidiar al sector, solo son cifras ciertas.
¿Y en el juego virtual?
Es más difícil; todos los portales hablan de responsabilidad social corporativa, de juego responsable, y todos, de alguna manera, ponen determinados filtros. Lo que pasa es que cualquier crío sabe saltárselos: al final, lo único que hace falta es una tarjeta de crédito, una fecha de caducidad y un código de seguridad, sea tuya la tarjeta o no. Además, en cualquier página web aparece publicidad de casinos o de apuestas, con bonos que invitan a probar sin gastar nada. Juegas, no gastas nada, vas ganando y para que sigas probando, te ofrecen otro vale. Entonces, ya tienes que inscribirte, después, te ofrecen otro bono si gastas algo; esa es la manera de engancharles. En España hay un millón y medio de personas inscritas en portales de juego, el 70 %, como apuntábamos, menores de 35 años. El número de personas que juegan de forma diaria o continuada es aproximadamente medio millar. Son cifras como para que la administración empiece a plantearse qué está pasando.
En menores de edad o gente joven que depende económicamente de sus padres, ¿en qué momento se considera que hay un problema?
Es igual en la gente de cualquier edad. El proceso de la ludopatía empieza jugando de una forma virginal, por regla general tienes la mala suerte de que ganas algo, te sientes ganador y sigues. Llega un momento en el que empiezas a mentir sobre dónde has estado, de dónde has sacado el dinero o mientes para que te faciliten más. Y entonces, tienes que empezar a jugar para recuperar. Cuando se producen esos dos hechos: jugar para recuperar y mentir para ocultar lo que estás haciendo, estás empezando a generar problemas.
¿A los jóvenes les cuesta más darse cuenta de que es un problema?
Todos en la vida necesitamos esa sensación de que controlamos las situaciones y negar la evidencia es lo más habitual en todos los adictos. Lo normal es que continúen jugando, siempre pensando que un golpe de suerte va a cambiarles la vida, podrán pagar las deudas y no jugarán más. Con los jóvenes, la mayoría de las veces quien pide ayuda son los padres; con los adultos, las esposas, a veces los hijos... En todos hay una incapacidad para controlar la necesidad de jugar y el juego no suele ser el problema de fondo, sino una solución mala para escapar de una realidad que no pueden resolver, no se atreven, no tienen capacidad o piensan que no la tienen. Por eso, temporalmente, todo el mundo es capaz de dejar de jugar. Aquí, en 20 o 30 días dejan de hacerlo, aunque tengan síndrome de abstinencia durante tres o cinco meses. Pero, ¿qué pasa cuando surgen situaciones de tipo personal, trabajo, emocionales, familiares, pérdidas...? Como no están resolviendo las cosas, llegará un momento en el que no podrán aguantar más y jugarán para olvidar. Luego, cuando terminan, están peor y, además, han generado nuevos problemas.
¿Es duro para los padres pedir ayuda?
Sí, para los padres es muy, muy angustioso, vienen incluso mucho más tocados que los hijos. A mí no me gusta llamarlo así, pero tienen sensación de fracaso y sentimiento de culpabilidad. Algunos padres, como justificación, hablan de los hijos y de lo que les pasa como si fuera una rifa en la que les ha tocado un hijo ludópata o alcohólico. Nosotros les decimos que no son culpables, pero sí corresponsables en el mantenimiento de la situación durante un tiempo porque la mayoría, cuando se enteran, no quieren saberlo. Piensan que es algo puntual, que no hay que darle importancia, que sea la última vez... eso es lo que nosotros denominamos “tontos útiles”. A esto hay que añadir la parte de corresponsabilidad tienen en el constructo de la personalidad del hijo.
¿La ludopatía puede aparecer en adolescentes de cualquier tipo de familia?
Sí, incluso la mayoría de los chicos que están en tratamiento son universitarios o estudiantes de cursos superiores. No hay diferencias ni por sexo, ni por clase social, ni por educación, ni nada de nada. Absolutamente todos somos susceptibles de llegar a ser de alguna manera dependientes de algo.
¿Cree que hay más permisividad con la ludopatía que con otras adicciones?
Por un lado, aunque se somatice, el hecho de haber estado jugando no tiene un traslado físico inmediato. Cuando alguien bebe en exceso, se nota, llama más la atención y alarma a los padres. Por otro lado, ¿cuántos anuncios publicitarios has visto para prevenir el juego? La mayoría los habremos hecho nosotros directamente, el estado no hace casi nada. Yo participé hace casi un año en el debate nacional de la Ley de Publicidad y Comunicación y ahí sigue, muerta. Desde nuestra asociación planteábamos que no hubiera figuras de entidad como Nadal o Neymar publicitando el juego, que se respetaran las franjas de horario restringido, que las retransmisiones deportivas sean estrictamente eso, sin mensajes continuos animando a apostar...
¿Serían unas limitaciones parecidas a las que sí existen para el alcohol y el tabaco?
Sí. Planteábamos también que no se pueda vender a menores camisetas que lleven publicidad de juego. Tampoco ayudan los mensajes de la ONCE de “apuesta y gana”: transmiten que no hay que hacer nada más, ni estudiar, ni esforzarse en nada, solo apostar para poder darle un corte de mangas a tu jefe. Con esos mensajes, es muy difícil que nos concienciemos del problema del juego. Y otro aspecto muy importante es que el alcohol y las drogas generan mucho gasto social a las instituciones. Sin embargo, en 2014, el Estado recaudó 9.000 millones de euros en tasas de juego. El Gobierno de Aragón en 2015 ha recaudado más de 41 millones de euros. Y todo eso, sin gasto: nosotros, el año pasado lo único que recibimos fueron 30.000 euros desde el Departamento de Interior para que hiciéramos campañas de información y prevención.
¿Los ludópatas no provocan gasto a la sanidad pública?
En Aragón, con la revisión de 2010 del plan autonómico de atención a adicciones, Azajer deja de ser centro de referencia. ¿Por qué? Porque se crean las Unidades de Atención y Seguimiento a las Adicciones, las famosas UASA. Suena a guasa: solo atienden adicciones con sustancia, es decir, alcohol, drogas y tabaco. La ludopatía, que es una adicción psíquica en estado puro, no se atiende. Si vas al psiquiatra, te receta unas pastillas para la ansiedad, te cita para dentro de mes y medio o te manda un informe para acudir a AZAJER. Aunque la Organización Mundial de la Salud y la Sociedad Americana de Psiquiatría ya reconocen la ludopatía un trastorno adictivo, ni el gobierno de Aragón ni el central la reconocen en su cartera de servicios. La ludopatía es una enfermedad silente; ni siquiera los que la padecen la manifiestan.