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ENTREVISTA
Socio fundador de la gestora de capital riesgo LUA Fund y editor de Sintetia.com

Javier García: “La capacidad de hacer buenas preguntas se puede reforzar con otra gran palanca, la humildad”

Javier García, socio fundador de la gestora de capital riesgo LUA Fund y autor de 'Desde la trinchera'

Bárbara A. Peri

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Javier García es un economista licenciado por la Universidad de Oviedo cuya pasión por la escritura es directamente proporcional a la que siente por el mundo de las finanzas. Socio fundador de empresas como Sensum Finanzas, de estrategia financiera, o de LUA Fund, la gestora de capital riesgo que ha impulsado el fondo de inversión Asturias Growth, cuenta con una amplia experiencia en management, evaluación de riesgos financieros y finanzas corporativas, participando en más de 300 operaciones en los últimos años.

Esta tarde presenta, en la sede de TotalEnergies en Oviedo, su último libro, 'Desde La Trinchera' (Orpheus Ediciones, 2023). Es el quinto que publica y además ha sido prologuista en español de autores de referencia en emprendimiento a escala internacional como Steve Blank y Bod Dorf. El también fundador y editor de Sintetia.com nos invita con su nueva obra a hacernos preguntas, a no perder la inquietud y sobre todo, a contribuir de forma positiva al mundo.

¿Desde cuándo se hace preguntas Javier García?

Mi mente cambió en segundo de Economía, en una clase optativa, a la que íbamos cinco compañeros (nada más). Se llamaba Metodología de la Ciencia Económica, con uno de los mejores profesores de la Universidad de Oviedo, Cándido Pañeda. Fue un antes y un después para mí, un chico de 18 años que encontró una pasión —alimentada— por la filosofía de la ciencia, la lógica, las preguntas como un mecanismo de aprendizaje. Me abrió tal campo intelectual que desde entonces la filosofía me acompaña en casi todas las lecturas de mi mesita de noche. Y creo que es una de las palancas críticas para entender la vida.  

Una pregunta sencilla esconde o necesita de tal profundidad de una respuesta que el mero hecho de tratar de responderla te abre las puertas a nuevos caminos, a nuevo conocimiento. Cuando empiezo a conocer una empresa, una tecnología, un plan de negocio, un equipo, una oportunidad, trabajo mucho las preguntas. Siempre están en mi caja de herramientas. Te ayudan a focalizar los problemas, buscar causas y, sobre todo, a darte cuenta que sabes menos de lo que te crees.

La capacidad de hacer buenas preguntas se puede reforzar con otra gran palanca del conocimiento, la humildad. Rodéate de equipos y de personas que tengan siempre la vocación de saber, de preguntar, y tengan la humildad para sentir que necesitan aprender para responderlas. Como te acostumbres a estar en la sala donde tú eres listo, entonces es que estás en la sala equivocada.

No hay aprendizaje sin preguntas, sin trasparencia, sin personas con conocimientos diversos de las que puedas aprender, sin miedo a desafiar tu ego. En el libro explico el papel de los hipopótamos en las empresas, personas que tienen un gran cargo y que, por ello, piensan que tienen todas las respuestas, y pocas veces hacen preguntas. Estos hipopótamos asfixian a los equipos hasta el fracaso y la burocracia absurda.

Habla de cuestionarse para no estancarse ¿cree que vivimos en una sociedad mayormente estancada?

No sé si podría decir que nuestra sociedad está estancada, pero sí que puedo decir que el pensamiento crítico se está erosionando con fuerza. Si levantamos la vista y nos fijamos en las redes sociales, algunas discusiones políticas o, incluso, gran parte de los debates en los medios, se observa que el ‘medio es el masaje’. Escuchamos y leemos aquello que es acorde a lo que ya pensamos; lo que alimenta nuestra ideología, nuestros puntos de vista. Los debates constructivos, las conversaciones, son cada vez más una lucha de memes y eslóganes que se repiten sin cesar, y que unos odian, otros veneran, pero nadie se cuestiona.

Los debates constructivos, las conversaciones, son cada vez más una lucha de memes y eslóganes que se repiten sin cesar, y que unos odian, otros veneran, pero nadie se cuestiona

Vivimos plagados de información, pero absolutamente perdidos de atención. Y la consecuencia es que cada vez tenemos menos tiempo para pensar. Pensar requiere esfuerzo, acceder a datos, escuchar opiniones diferentes, cuestionarse tus propias ideas, analizar detalles que requieren tiempo. Y esto me preocupa, porque la Inteligencia Artificial está aquí y ¿sabes?, como leía hace poco a la doctora en Psicología Maria Konnikova: «si estamos ocupados, estresados, distraídos o agotados por alguna otra razón, podemos dar algo por cierto sin dedicar tiempo a comprobarlo: cuando la mente se enfrenta a muchas exigencias al mismo tiempo no puede abarcarlas todas y el proceso de verificación es una de las primeras cosas de las que prescinde».

 Estamos tan saturados de información que estamos perdiendo la capacidad crítica y nos comemos con patatas y kétchup cualquier cosa que nos pueda soltar ChatGPT, por ejemplo. 

¿Tantas preguntas no pueden traer respuestas demasiado negativas viendo el panorama mundial y hacer caer en el pesimismo?

Yo trataba de explicar en el libro, precisamente al principio, porque nos enfrentamos a verdaderos desafíos y es importante convertirlos en oportunidades. El siglo empezó con una burbuja inmobiliaria mundial que se frenó en seco y trajo una crisis financiera en 2008 que nos costó más de 10 años, y muchos miles de millones —porque muchas de las pérdidas del sistema financiero se han socializado entre todos los ciudadanos—.  

Y, justo cuando lo estábamos haciendo, una pandemia irrumpió en nuestras vidas. La economía mundial echó el freno de mano y nos ha puesto en un jaque difícil de asimilar. Nada será igual desde entonces. Pero el 2021 la economía volvió a colapsar, la cadena de suministros global rompió: escasez de materias primas, rotura de stocks en las empresas, los precios de transporte se dispararon y, por primera vez en muchas décadas, fuimos plenamente conscientes de los desafíos de gestión que entraña un mundo globalizado.  

Pero, si fuera poco, a la ecuación se suma un escenario en 2022 donde un tirano invade un país —cosa que ya sabíamos desde 2012—, mata a diestro y siniestro. Los precios nos comen el poder adquisitivo. Los medios se han convertido en un campo de minas, cada vez más politizado y extremista. Esto disparó la inflación, obligó a los bancos a subir tipos y en el cóctel tenemos que meter a la sequía (que lo está poniendo aún más difícil). En el proceso, se gesta otra revolución tecnológica que puede afectar a muchas tareas que hacemos los humanos y que, fácilmente pueden hacer los robots.

Nadie sabe nada, pero todos parecen saberlo todo. Nos escupen en las redes sociales recetas fáciles, sencillas, indoloras y, normalmente contra alguien: un inmigrante, un político, una iniciativa. Las libertades empiezan a saltar por los aires, frente la seguridad y lo políticamente correcto. Nuestro modelo de crear riqueza se enfrenta a un gran desafío. Ya no sirven las recetas del management que han seguido, casi intactas, en los últimos 200 años. Las empresas, en general todas las organizaciones, se enfrentan a cambiar el modo de hacer las cosas.

La tecnología ya no puede ser un fin. Las personas no son “brazos, horas ni recursos”, sino que son la energía creativa, apasionada y determinante para progresar. Todos los desafíos, y más que vendrán, pasan por un mismo lugar: un nuevo renacimiento empresarial. 

Hay un recurso incombustible, renovable, poderoso, que nos ha sacado de las cavernas y nos ha metido en aviones: el conocimiento

Y es ahí donde veo la gran oportunidad. Hay un recurso incombustible, renovable, poderoso, que nos ha sacado de las cavernas y nos ha metido en aviones: el conocimiento. Mi amigo y co-autor de Management Humanista, Xavier Marcet, siempre lo dice: vivimos en los momentos del aprendizaje. Si el aprender siempre fue crítico en la historia de la humanidad, ahora será determinante. Y quien no tenga esa capacidad para aprender, lo pasará francamente mal. Y esto es duro.

 ¿Cómo se construye en positivo y desde dónde?

En todo problema hay oportunidades. ¿Sabes cuál ha sido la tecnología que más vidas ha salvado y salva a la humanidad? El inodoro. Se inventó hace casi 250 años, pero las ciudades era un foco de propagación de enfermedades, muchas de ellas mortales, debido a la mala gestión de las aguas fecales (se tiraban por la ventana,… ‘agua va’). Resolver el saneamiento público de una ciudad fue el primer paso del ser humano para ganar años a nuestra esperanza de vida. Piensa en la electricidad, la wifi, el procesador de textos donde escribo o el AVE con el que viajo mañana. Todos han sido posibles gracias a la mente humana, y a una capacidad increíblemente asombrosa para aprender y resolver problemas.  

Esa capacidad se ha multiplicado de forma exponencial: es cada vez más fácil trabajar con mentes conectadas abordando un problema (a la vez), a lo largo del mundo. Por ejemplo, las vacunas contra la COVID se consiguieron en un tiempo récord, y eso es un hito en la historia de nuestra humanidad. 

Si bien es cierto que cada vez es más costoso y complejo abordar problemas nuevos, la realidad es que ante los problemas como el cambio climático ya están emergiendo tecnologías y soluciones realmente potentes. Junto con el poder de las decisiones humanas, que lo pueden cambiar todo: qué consumes, por qué, de dónde procede. 

Soy optimista porque creo en el poder de la mente humana

Soy optimista porque creo en el poder de la mente humana. Publicaba hace días un artículo donde decía lo mismo que Maverick en Top Gun: “no es el avión, es el piloto”. Allí citaba a un investigador de Harvard, Daniel Gilbert, que dice: «Imaginar es experimentar el mundo como no es ni ha sido nunca, sino como podría ser. El logro más importante del cerebro humano es su capacidad de imaginar objetos y acontecimientos que no existen en el reino de la realidad, y esta habilidad es la que nos permite pensar en el futuro. Como dijo un filósofo, el cerebro humano es una ‘máquina de anticipación’, y ‘crear futuro’ es lo más importante que hace». Por eso me preocupa más observar que el pensamiento crítico y nuestras capacidades para pensar, hacerse preguntas y progresar, se descuiden.

Habla también de actuar rápido ¿esa rapidez no puede llevar a equivocaciones por decisiones precipitadas? En un mundo del slow food, del la meditación, de la recuperación del tiempo propio... ¿no puede sonar su mensaje algo vertiginoso?

Creo firmemente que se puede ser ágil y, a la vez, vivir concentrado, con pensamiento consciente y en equilibrio interior. Agilidad no es prisa, no es improvisación, ni correr como sin brújula. La prisa nos impide pensar, escribir, meditar, saber qué camino tomar. La agilidad no es funcionar por urgencias, sino que requiere tomar decisiones, y ejecutarlas con precisión. Requiere, aprender rápido, y cuidar no hundirte en la decisión. La agilidad es lo contrario a la burocracia paralizante y que nos desgasta energía.  

Precisamente, creo que el mejor entrenamiento para nuestra agilidad y actuación con precisión es saber trabajar en contextos de máxima concentración. Hay un capítulo en el libro donde reflexiono sobre esta cuestión. Ganar agilidad y precisión, requiere mucho de vida consciente y cuidado de nuestras mentes y el equilibrio. Una mente cansada jamás toma buenas decisiones. La fuerza de voluntad tiene límites. Si los pasas, no serás capaz de hacer nada.

Hacer sin discriminar, que es más habitual de lo que parece, es un error tremendo. No todo lo que hacemos tiene el mismo impacto, y la clave es saber gestionar nuestra energía y nuestra atención. Medimos mal la productividad. Durante años creí que era más productivo por estar conectado y accesible a cualquier hora, y hacer muchas tareas. Era un obsesivo de la lista de tareas. Mientras, la ansiedad me devoraba porque lo relevante costaba mucho sacarlo adelante. El trabajo de calidad no va de tiempo, va de calidad. Y la calidad depende de la capacidad de concentración y ejecución.

Decía Bruce Lee que él no temía a un contrincante que lanzó 10.000 patadas diferentes; sino que temía al que lanzaba una única patada, 10.000 veces. La agilidad es eso, precisión de ejecución en un proceso de prueba y error continuo, que es la única manera para luchar contra la incertidumbre.

¿Cómo es ese mundo mejor que usted quiere construir desde la trinchera, pisando el barro?

El barro te enseña cosas que quien está en las alturas no es capaz de ver, y no les importa, pero es un error terrible. Nací en una familia humilde, trabajé en negocios familiares de hostelería desde los 14 años, todos los fines de semana, y en la ganadería de mi abuelo hasta que empecé en la facultad; tuve que estudiar con beca (o no podría) y nada fue fácil.

Lanzar mi negocio, de consultoría financiera, desde cero fue una verdadera trinchera y lucha contra todos los inconvenientes que jamás imaginé. Crear empresas y hacerlas crecer es algo muy duro, personalmente, y por desgracia bastante desconocido. Pero la trinchera te enseña una cosa poderosa, es el lugar donde ocurren las cosas, es el campo de acción, donde las personas deben tener mucho conocimiento para tomar decisiones rápidas y precisas. Un lugar donde la energía fluye. Está poco reconocida, pero me gusta mucho trabajar con personas que se levantan todas las mañanas y están contribuyendo a que su empresa y su sociedad mejore. Sin tonterías y con mucho esfuerzo.

Se acabaron las organizaciones verticales, con órdenes de arriba hacia abajo y que tiren por el desagüe la energía y el conocimiento que existe en las trincheras. Quien lo haga acabará perdiendo la fortaleza de su empresa

Además, en el libro demuestro también que esta es una forma muy poderosa de gestionar el conocimiento en el gran renacimiento del management que estamos viviendo con fuerza. Se acabaron las organizaciones verticales, con órdenes de arriba hacia abajo y que tiren por el desagüe la energía y el conocimiento que existe en las trincheras. Quien lo haga acabará perdiendo la fortaleza de su empresa.

Las personas de una organización son un entramado humano muy poderoso. Y gestionarlo bien es un talento en sí mismo. Sin trincheras, por ejemplo, los equipos de élite como los Navy SEALs—que acabaron con Osama Bin Laden—, o los equipos de alto rendimiento de las mejores empresas, no existirían. Sin buenos jugadores de trinchera no veríamos los espectáculos de la NBA o a Fernando Alonso hacer cosas increíbles.

 Mi receta es siempre la misma: creer en las personas, ponerlas en el centro, darles contextos de confianza y ayudemos a que pongan su talento al servicio de un gran propósito. Estas son las ideas que desarrollo en mis dos últimos libros.

Dígame dos cosas que desterraría de las empresas para que se dirigieran hacia esas empresas más humanas de las que usted habla

Una gran parte de los procesos burocráticos de muchas empresas son absurdos y matan la creatividad humana. Fomentar compartimentos estancos (los de comercial, los de tecnología, los de marketing) es un arma de destrucción masiva de valor. La 'reunionitis' aguda es un cáncer en muchas empresas.

Las luces cortas, pensar en el trimestre y como mucho en el año, puede hacer que te la pegues ante la primera curva. Una empresa que no sabe gestionar y convivir el corto con el medio y el largo plazo, pierde oportunidades críticas.

Mataría muchos powerpoints y obligaría a todo consejo de administración a que se responda a sí mismo una pregunta importante: Si alguien del equipo humano de nuestra empresa tiene una gran idea, sin ser directivo, ¿cómo podría comunicarla y desarrollarla? ¿Tenemos un proceso para ello? ¿Cuántas nuevas ideas estamos testando así en el último año? Estas preguntas suelen tener como respuesta un silencio y muestran que el oxígeno creativo y de innovación no fluye como debería.

 

 

 

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