La moderna carretera que sale de Amán hacia el norte corta en dos un paisaje de arena y polvo: el 92% de Jordania es puro desierto. En una salida de tierra en medio de la nada, a unos 80 kiloÌmetros de la capital, se encuentra el Centro Vocacional de Mafraq, un instituto de formacioÌn profesional al que acuden unos 600 estudiantes al anÌo, incluido un centenar de mujeres. Entre la oferta de cursos, hay uno que hace furor entre ellas: fontaneriÌa.
Es diÌa lectivo, y en la nave industrial utilizada como taller, unas 30 alumnas vestidas con batas de lona azul oscuro escuchan atentas a la experta que ha venido desde Alemania para impartir las clases. Las explicaciones en ingleÌs de la formadora Brigitte Schlichting son traducidas al aÌrabe por una profesora asistente jordana, y tras la exposicioÌn inicial, se reparten por grupos entre las mesas de trabajo para comenzar el ejercicio de la jornada: cortar tuberiÌas de metal. La atmoÌsfera de concentracioÌn se ve salpicada de risas cada pocos minutos. Por la puerta entreabierta, se asoma de vez en cuando alguÌn joven curioso, estudiante del curso de electricidad del aula de al lado.
La escena no pasariÌa desapercibida en otros lugares del mundo, pero mucho menos en Jordania, conservador paiÌs medio-oriental encajado entre Israel, Siria, Iraq y Arabia SaudiÌ, donde la inmensa mayoriÌa de la poblacioÌn femenina se ocupa exclusivamente de las tareas del hogar. La fontaneriÌa era, hasta hace muy poco, algo solo para los hombres. “No habiÌa trabajado antes y mi familia teniÌa dudas”, explica en un descanso Haifa, de 38 anÌos y originaria de la ciudad de Mafraq. “Pero al poco de empezar el curso, mi padre me pidioÌ que reparara un grifo y lo hice. Desde entonces estaÌ muy orgulloso de miÌ... y yo tambieÌn”, dice con una gran sonrisa antes de volver a la faena.
El curso al que asiste Haifa estaÌ inscrito dentro de un innovador programa implementado por las autoridades jordanas en colaboracioÌn con la Agencia de CooperacioÌn Internacional alemana (GIZ) y ONG locales como el Fondo Hachemita Jordano para el Desarrollo Humano (JUHOD), Water Wise Women, con el objetivo de formar a mujeres en fontaneriÌa y promocionar un consumo responsable del agua. La iniciativa pretendiÌa dar respuesta a un grave problema nacional: Jordania, que un diÌa fue relativamente rica en recursos hiÌdricos, hoy se muere de sed. Si en 1946 los jordanos disponiÌan de 3.600 metros cuÌbicos de agua potable per caÌpita al anÌo, en la actualidad apenas alcanzan los 120 m3, una cantidad alarmantemente por debajo de los 500 metros cuÌbicos que el Banco Mundial establece como umbral criÌtico de acceso al agua. Para hacerse una idea, EspanÌa dispone de unos 2.400 metros cuÌbicos per caÌpita al anÌo y Estados Unidos, 9.000.
El desarrollo econoÌmico, el cambio climaÌtico y el crecimiento de la poblacioÌn son las principales causas, a lo que se suma la falta de conciencia social sobre su uso responsable y una infraestructura obsoleta, que hace que cada anÌo se pierdan millones de litros de agua potable durante su transporte y almacenamiento: entre el 40% y el 50% del total, seguÌn diversas estimaciones. La llegada al paiÌs de al menos 650.000 sirios (es la cifra registrada por ACNUR, aunque la real podriÌa llegar al milloÌn y medio), ha agravado auÌn maÌs la crisis al aumentar la demanda de este recurso.
En este contexto, el plan nacional de inversiones en el sector para el periodo 2016-2025 fijoÌ entre sus prioridades mejorar el sistema de distribucioÌn de agua y reducir las fugas, renovando las instalaciones y apostando por el mantenimiento de las tuberiÌas. Pero, en paralelo a la inversioÌn en las infraestructuras, las autoridades ya habiÌan empezado a buscar otras soluciones maÌs “creativas”. Los responsables del programa Water Wise Women partieron de la premisa de que, en una sociedad fuertemente tradicional como la jordana, donde los teÌcnicos hombres no tienen permitido entrar en casas en las que no esteÌn presentes miembros masculinos de la familia, la reparacioÌn de las (frecuentes) averiÌas se retrasaba innecesariamente hasta varios diÌas. Pero formando a las mujeres como fontaneras se arreglaba el problema teÌcnico al sortear esta cuestioÌn cultural.
La perspectiva de que madres y amas de casa dejaran de lado las tareas del hogar para mancharse las manos destripando tuberiÌas y retretes suscitoÌ no pocas reticencias al principio, sobre todo en las zonas rurales. “Pero aquiÌ tenemos pocos fontaneros, y los que hay no tienen suficiente formacioÌn y son caros, asiÌ que al final se impuso la cuestioÌn del ahorro”, resume Hind Alshdaifat, gerente del proyecto en GIZ, la Agencia de CooperacioÌn Internacional alemana.“En la primera edicioÌn se presentaron solo 60 candidatas para 40 puestos, y eso que los uÌnicos requisitos que pediÌamos eran tener entre 18 y 45 anÌos y saber leer y escribir”, recuerda la responsable de GIZ. “Pero el boca a boca ha funcionado y este anÌo se apuntaron 300”.
El curso, de tres meses de duracioÌn, tiene una primera parte teoÌrica dedicada a sesiones de concienciacioÌn y una segunda praÌctica, donde las alumnas aprenden a reparar un grifo que gotea, desatascar una tuberiÌa o arreglar una cisterna averiada. La formacioÌn es gratuita y se les entrega una pequenÌa ayuda econoÌmica para el transporte. Las alumnas salen con habilidades baÌsicas de fontaneriÌa y una caja de herramientas para que puedan empezar a trabajar, aunque si quieren hacer de esta su profesioÌn deben ejercer durante tres meses maÌs y posteriormente pasar dos exaÌmenes, uno teoÌrico y uno praÌctico. Si superan ambos, obtienen la licencia profesional.
En el taller, Khawlah, joven pizpireta de hiyab azul y maquillaje cuidado, se muestra encantada con las clases. Cuenta que antes de empezar ya sabiÌa hacer un poco de todo. “De la peluqueriÌa paseÌ a hacer cremas de belleza, luego a pintar paredes... y ahora fontaneriÌa”, explica, presumiendo de sus habilidades para aprender de forma autodidacta. Si algo tiene claro es que, al terminar el curso, buscaraÌ empleo en el sector de la fontaneriÌa.
Una encuesta raÌpida a mano alzada muestra que su intencioÌn es compartida por la praÌctica totalidad de sus companÌeras, un desafiÌo a las estadiÌsticas laborales del paiÌs: seguÌn un estudio de ACNUR de 2016, el 81% de las mujeres en Jordania no trabaja; solo el 20% de las jordanas y el 6% de las sirias estaÌ en el mercado laboral. El reino hachemita se situÌa en el puesto 134 de 142 en teÌrminos de contribucioÌn econoÌmica femenina, seguÌn un informe del mismo anÌo de la organizacioÌn Jordan Strategy Forum.
“Cuando empiezan se muestran tiÌmidas, pero luego cogen arrojo. A raiÌz de hacer estos cursos, algunas han decidido aprender a conducir, otras expresan sus opiniones por primera vez en voz alta”, revela la profesora Brigitte Schlichting, que lleva viajando a Jordania desde 2011 para impartir estas formaciones. “Esto les da la oportunidad de salir de casa, de conocer y estar con otras personas, no solo con la familia, y ver que pueden hacer otras cosas”, alega. “Lo que hacen aquiÌ sin duda las empodera”.
Mientras unas suenÌan con iniciar su propio negocio, otras dejan de ocuparse exclusivamente de las tareas domeÌsticas y empiezan a trabajar en la empresa familiar, esta vez como profesionales. “Mi marido tiene una tienda de piezas de repuesto y quiere que yo empiece a ofrecer en ella mis servicios como fontanera”, lanza otra alumna, en un momento de revuelo en el que todas tratan de hacer oiÌr sus planes de futuro.
Lo maÌs interesante de estos cursos de fontaneriÌa para mujeres es que estaÌn trastocando el reparto de roles de geÌnero en la sociedad jordana, considera Hind Alshdaifat. “Al principio, las familias no queriÌan ni oiÌr hablar de esto. Y, sin embargo, ahora vemos a maridos y padres trayendo a sus mujeres e hijas al curso, animaÌndolas a terminarlo. Para tratarse de una regioÌn tribal y anclada en las tradiciones, es un gran cambio y se ha producido en muy poco tiempo”, se entusiasma la responsable de GIZ, ella misma originaria de Mafraq.
Si los cursos suponen una oportunidad de emancipacioÌn y empoderamiento para las jordanas, lo son auÌn maÌs para las sirias, cuya situacioÌn de vulnerabilidad como refugiadas es mucho mayor.
Muna Mohammed, de 24 anÌos, acababa de empezar la universidad cuando estalloÌ la guerra en Siria y tuvo que huir a Jordania con su familia. En estos siete anÌos en el paiÌs hachemita, se casoÌ y dio a luz dos hijos, que hoy tienen dos y tres anÌos. En ninguÌn caso se planteoÌ trabajar. “Hasta que me divorcieÌ. Entonces decidiÌ empezar de nuevo”, explica esta joven procedente de la ciudad de Daraa. “QueriÌa volver a la universidad, pero mis padres no lo aprobaban, asiÌ que me puse a hacer cursos varios hasta que encontreÌ esta formacioÌn. Al principio, en mi entorno se reiÌan de miÌ por aprender este oficio de hombres y yo tampoco me lo tomaba en serio, pero luego me engancheÌ y ahora no me permito faltar ni un solo diÌa. Quiero aprender como sea”. Con una familia que mantener, la joven ya ha empezado a buscar financiacioÌn, porque pretende iniciar su propio negocio cuando acabe el curso. “Es difiÌcil, pero seÌ que voy a triunfar”, anuncia resuelta antes de hacer una demostracioÌn in situ de coÌmo se regula la presioÌn de un grifo.
Como ella, Alia Mohammed ha visto en la fontaneriÌa su tabla de salvacioÌn. Procedente de la ciudad siria de Homs, lleva cinco anÌos en Jordania, donde saca adelante a una familia de seis hijos ella sola, despueÌs de que su marido muriera en la guerra. Tras terminar el curso y pasar los exaÌmenes, se licencioÌ y ahora colabora como profesora asistente. “Para ser sincera, empeceÌ el curso porque con la ayuda al transporte que nos daban podiÌa pagar parte del alquiler”, confiesa. “¡JamaÌs se me pasoÌ por la cabeza que las mujeres pudieran hacer algo asiÌ! Pero me encanta mi profesioÌn y mis hijos estaÌn orgullosos de miÌ”, asegura con los ojos brillantes.
Alia, ademaÌs, estaÌ a punto de entrar en la primera cooperativa profesional de mujeres fontaneras creada en Jordania. La fundaron una decena de antiguas alumnas hace dos anÌos en AmaÌn: hoy ya son el doble y han abierto el acceso a las sirias, aunque su nacionalidad no les de plenos derechos dentro del colectivo por motivos legales. Su poder de decisioÌn es simboÌlico pero el apoyo mutuo es fundamental para iniciarse en el mundo profesional, explica Isra Ababneh, exalumna que terminoÌ el curso en 2014 y hoy asiste como traductora y profesora de apoyo en las clases de GIZ, ademaÌs de formar parte de la cooperativa desde su creacioÌn.
“Tenemos dos objetivos: por un lado, trabajar bajo un paraguas comuÌn que nos deÌ un nombre y genere confianza en nuestros clientes; por otro, crear conciencia sobre el ahorro de agua y proteger este recurso”, señala. Con ese objetivo, imparten talleres educativos en colegios y asociaciones de familia, y llevan a cabo iniciativas sin aÌnimo de lucro, como la limpieza de tanques en mezquitas y escuelas. A la cooperativa de AmaÌn se ha sumado una segunda en la ciudad de Arbid, y tambieÌn en otras localidades como Zarqa florecen los proyectos de mujeres fontaneras.
Recientemente, varias de las integrantes de la primera cooperativa fundaron una empresa. En la plantilla son cinco mujeres y un hombre y el negocio va bien: han conseguido contratos en toda Jordania con Zain, la principal companÌiÌa de telecomunicaciones del paiÌs, o con hoteles de cinco estrellas como el Landmark en AmaÌn. “Ahora queremos expandir nuestra actividad a otras aÌreas, como la electricidad o el mantenimiento general”, apunta Ababneh, asistente de direccioÌn en la companÌiÌa.
Con el objetivo de fomentar el emprendimiento, GIZ pretende ahora ampliar el proyecto: “Estamos pensando en incluir cursos complementarios, como clases de ofimaÌtica o de relacioÌn con el cliente para promover la profesionalizacioÌn de maÌs y maÌs mujeres”, apunta Hind Alshdaifat.
Unas 300 mujeres han participado en el programa Women Wise Water desde sus inicios, pero el alcance real de esta iniciativa en teÌrminos de concienciacioÌn social sobre el consumo responsable del agua va mucho maÌs lejos. El Fondo Hachemita Jordano para el Desarrollo Humano (JOHUD), la ONG jordana que colabora con GIZ en esta iniciativa, calcula que cada alumna tiene el potencial de transmitir la informacioÌn recibida en los cursos a 25 personas dentro de su comunidad local, y que los efectos del programa se dejariÌan sentir ya en unos 18.000 hogares. Esto sin contar que otra media docena de ONG en buena parte del paiÌs –incluido el campo de refugiados de Zaatari, el maÌs grande de Oriente Medio–, han empezado a replicar estos cursos. Por su parte, el Gobierno jordano ha hecho su propia evaluacioÌn de resultados: en las zonas donde se impartieron estos talleres, el Ministerio de Agua e IrrigacioÌn constatoÌ una reduccioÌn del consumo de agua para uso domeÌstico de hasta un 40%.
A vista de paÌjaro, las azoteas de cada ciudad del paiÌs ofrecen una imagen recurrente: la ropa tendida a secar bajo el sol inclemente se alterna con gigantescos tanques grises que esperan sedientos su turno para ser rellenados: el agua llega a la capital una sola vez a la semana y en algunas zonas del paiÌs, incluso una vez al mes. Hasta hace pocos anÌos, el desperdicio de este recurso, que paradoÌjicamente sigue teniendo un precio relativamente bajo por estar subvencionado, era habitual, pero gracias a cursos como estos la poblacioÌn va incorporando mejores haÌbitos de consumo.
“Que las mujeres tomen conciencia es fundamental, porque son ellas las que estaÌn cada diÌa en contacto con el agua y con la comunidad”, apunta la exalumna Isra Ababneh. En un paiÌs donde cada gota cuenta, el cambio de mentalidad sobre el uso del agua es de vital importancia. Parece que el mensaje va calando.
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