La diferencia entre las emisiones oficiales de CO para los coches nuevos europeos, calculadas en laboratorio, y las analizadas en condiciones de conducción real fue de un 39% en 2017. Además, este desfase cuesta a los conductores europeos 400 euros más al año en combustible. Es la principal conclusión del estudio From Laboratory to Road, cuya sexta edición ha publicado hoy el Consejo Internacional de Transporte Limpio (ICCT). Esta organización fue la que demostró por primera vez que el sector automovilístico mentía de forma generalizada sobre la cantidad de dióxido de carbono que sueltan los tubos de escape de los autos europeos.
Para la realización del estudio, el ICCT ha reunido datos de 1,3 millones de coches analizados por 15 fuentes distintas de ocho países europeos. Entre ellas destacan Spritmonitor, una potente web alemana de análisis de datos en conducción en carretera cuya información aportan los propios conductores, así como Emissions Analytics, uno de los pocos centros de investigación en Europa que analizan emisiones en carretera.
Los autores del informe recuerdan que las emisiones de CO para coches nuevos se miden en laboratorio, un entorno controlado para poder comparar resultados. “Sin embargo, la evidencia empírica apunta a una histórica divergencia entre las emisiones oficiales y aquellas en conducción real”.
En un informe de 2012, la organización ya apuntaba que esta diferencia aumentó de un 8% a un 21% entre 2001 y 2010. Cinco años después, cuando estalló el 'Dieselgate', la brecha fue del 39%; en 2016, del 40%. Es decir, aunque se haya estabilizado, la diferencia entre los test oficiales europeos y la realidad sigue siendo muy acusada.
Para explicarla, los analistas que participan en el estudio aluden a numerosas nuevas tecnologías que se han generalizado en el mercado automovilístico en los últimos años. Una de ellas es el aire acondicionado. “Estos sistemas consumen energía durante la conducción, pero se apagan durante las pruebas en el laboratorio. Asimismo, se ha demostrado que los sistemas de ‘stop/start’ resultan desproporcionadamente eficientes durante las pruebas respecto a las condiciones en conducción real”. Los analistas añaden que los coeficientes de carga en carretera representan más de un tercio de la diferencia entre las pruebas oficiales y la conducción en condiciones reales.
En el documento, no obvian que el desfase entre el laboratorio y la realidad se ha estabilizado desde 2015, y relacionan este relativo estancamiento con el escándalo de las emisiones de Volkswagen: “La cuota de nuevas matriculaciones de coches diésel ha bajado desde el 'Dieselgate'. Puesto que estos vehículos tienden a mostrar una mayor brecha en las emisiones respecto a los de gasolina, esta bajada reduce la diferencia”. Por otro lado, desde septiembre de 2018, los fabricantes europeos están obligados a un nuevo protocolo de medición, el WLTP (Worldwide Harmonized Light Vehicles Test Procedure), más severo aunque siempre en laboratorio; y a partir de septiembre de 2019, serán necesarias pruebas de emisiones de óxidos de nitrógeno en condiciones de conducción real. En este marco, “los fabricantes pueden haber comercializado menos nuevos modelos”.
No obstante, desde el punto de vista de los consumidores, el estudio enfatiza que el consumo de combustible que declaran los fabricantes, y que está directamente relacionado con las emisiones de CO, cuesta 400 euros más cada año a los conductores por este desfase entre lo que declaran las marcas y la realidad. “Los valores de consumo declarados no sirven como una fuente fiable en la decisión de compra”. La mentira consentida de los test en laboratorio tampoco favorece a la industria de los coches. “Mensajes poco realistas sobre el resultado de los automóviles mina la confianza del público y también penaliza a los fabricantes que aportan valores de CO más realistas, pues aquellos con emisiones menos realistas pueden alcanzar los objetivos de reducción de emisiones a menor coste”, concluyen.
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