De nuevo otro choque con los jueces. Qué aburrimiento. Y qué grave. Los ciudadanos sienten en la piel que hay algo extraño cuando un magistrado en activo, pongamos como ejemplo Manuel García-Castellón, aparece en una conferencia pública, y allí suelta sapos y culebras contra decisiones del Gobierno. ¿Pero los jueces pueden hacer esas cosas? ¿Y la separación de poderes, dónde queda?, se preguntan las buenas gentes, atónitas ante las airadas manifestaciones contra el Gobierno de ilustres togados con sus lucidas puñetas a las puertas de los juzgados. Pero como dice ese amigo gallego del Ojo, ya antes citado en estas humildes columnas, todo es empeorable, y resulta que ese mismo juez, y tras él la cohorte de togas sacrosantas y defensoras a ultranza de la independencia judicial, como ellos mismos se autodefinen con cara de cemento, se encocoran y dan saltitos de berrinche porque desde el Gobierno les sacuden algún que otro pescozón, más bien ligero, que tampoco llega la sangre al río.
La cosa del terrorismo esgrimida por García-Castellón en el llamado Tsunami Democràtic tiene sus bemoles, cuando en este país el terrorismo de verdad, el de ETA, ha dejado un atroz reguero de muerte y desolación, 850 muertes, como para jugar con la definición de terrorista. Parece lícito, pues, que la ciudadanía se harte de esos jueces, tan peculiares. Pero dicho lo cual, permitan al Ojo inquirir de las autoridades gubernamentales qué genio de la comunicación –¿no hay una Secretaría de Estado dedicada a esos menesteres?– decidió que la personalidad más relevante del gabinete para soltarle las frescas al señor juez era la vicepresidenta Teresa Ribera. Respeta este vetusto comentarista los conocimientos técnicos que en torno a los objetivos de su departamento tendrá la señora, incluso admite que quizá sepa resolver hasta ecuaciones de segundo grado, pero recordarán ustedes que la vicepresidenta jamás ha sabido explicarnos los arcanos del recibo de la luz, del cómo y el porqué de sus subidas y bajadas, o en qué consistía, facilito para que todos lo entendiéramos, de qué iba aquello de la excepción ibérica. De oratoria más bien pedregosa, con claras dificultades para unir unas frases con otras, alguien la soltó en el circo romano frente a los leones. ¿Qué hacía una chica como tú en un sitio como éste? Lío sobre lío.
Pero por favor, que estas nimiedades no nos hagan olvidar el tema mollar de esta semana: la bochornosa actuación del Ministerio del Interior de Mariano Rajoy frente a la cuestión catalana. O contra Bárcenas, antes su gran amigo, si nos ponemos a ello, que en aquel ministerio había tiempo, dinero, comisarios de policía y estómago, mucho estómago, para ocuparse de ejecutar innúmeras canalladas a la vez, como en un circo de varias pistas. El tema de Cataluña es especialmente penoso y tiene unas cuantas derivadas que han causado daños gravísimos, quién sabe si irreparables, a la causa de la democracia y la convivencia. No es la menor, por difusa, la tarea de revertir la desconfianza de muchos catalanes frente a Madrid, sea cual sea su gobierno, y no sólo de los apaleados aquel triste 1 de octubre de 2017, que va a requerir toneladas de trabajo y empatía. Aquí ya han tenido ustedes mucha y buena información, con documentos y testimonios de primera línea sobre esta policía patriótica, sus espionajes y la elaboración de falsos dosieres, pero a todos nos queda la enorme duda de cómo se va a sustanciar esta aberración y de qué manera van a pagar sus autores y consentidores, por muy alto que estuvieran.
No es de recibo que varios tribunales se tiren la pelota unos a otros para no entrar a tratar el asunto. Mía, tuya, de nadie. La Fiscalía debe aguzar argumentos y acertar con la diana precisa para depositar allí, en esa exacta ventanilla, la denuncia adecuada en el lugar adecuado. Todo menos la impunidad que está dejando sin rozar siquiera al partido culpable de todo aquel desaguisado antidemocrático y corrupto. En esa bochornosa impunidad, Núñez Feijóo, su actual gran jefe, osa, además, situarse para su defensa tras las togas de ese Consejo del Poder Judicial envilecido. No, no se puede admitir que una sociedad democrática se permita el lujo de dejar sin castigo tales daños a la convivencia de sus ciudadanos.
Porque es de aquella desidia e ineptitud de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, aliñada con la desvergüenza de la llamada policía patriótica, informes sobre las mesas de todos los responsables de aquel Gobierno, de la que vienen estas cenizas y estos lodos a los que para mayor desvergüenza, es el mismo partido que los creó quien boicotea ahora cualquier amago de solución. Son los dirigentes del PP que causó el horror, tiene bemoles, quienes se constituyen hoy en defensores de la patria, la legalidad y hasta de la Constitución. Hicieron de bombero pirómano, sucias maniobras de mafiosos, y ahora se visten de salvadores con vistosos trajes ignífugos. Pero los conocemos. Y sabemos que mientras no se sustancien aquellos delitos y comparezcan en la plaza pública para cantar la gallina, nada podremos avanzar, porque con ellos no se puede ir ni a la vuelta de la esquina. Y menos aún si además los acompañan los bárbaros de Vox.
Es una pena que sigamos enzarzados en estas miserias que de tan poco provecho son para el respetable. A ver si acabamos con estas mandangas, y el Gobierno y sus socios, tan de izquierdas, se ocupan, por ejemplo, de buscar soluciones urgentes al drama de la vivienda y la juventud. Una vergüenza. Eso sí nos preocupa y a eso queremos que se dediquen en cuerpo y alma, y no a pelearse con otras cosas que no son las de comer. Hechos y eficacia. Ahí tienen que demostrar para qué y por qué se les ha elegido.
Algún apunte más, sólo para dejar constancia. Estuvo bien Pedro Sánchez, y por tanto España, rásquese a quien le pique, en la cumbre de Davos. Máxime cuando le tocó hablar tras el loco argentino de la motosierra y los pelos raros. ¡Qué extraña fijación de la ultraderecha liberal con lucir cabellera alborotada: Milei, Trump, Boris Johnson, Geert Wilders! No servirá de nada el discurso de Sánchez, pero queda bonita esa defensa de la socialdemocracia ante aquel auditorio donde flotaba, etérea nube, el efluvio que exudan las cuentas corrientes con muchos, muchísimos ceros. Nos pasó algo similar con las verdades del barquero que le cantó a Netanhayu en sus mismísimas narices. Sigue la masacre en Gaza, claro, ¡25.000 víctimas, qué horror!, pero un poco de dignidad siempre se agradece.
Adenda. Lleva algunas semanas la lideresa Isabel Díaz Ayuso danzando en la pista como pollo sin cabeza. Harto el respetable de sus números circenses, la reina del vermú ha exagerado la pantomima y ya ha caído en el ridículo. Sólo los paniaguados recipiendarios de sus innúmeras dádivas se resisten a decirle a la cara que la reina está desnuda. Primero acusó a Sánchez de querer matar de sed a Madrid y al poco de robarle la electricidad, que ya es cosa de hacérselo mirar. Luego, en compañía de la jefa de Vox, lanzarse a una campaña contra el gobierno “socialcomunista que ataca a las víctimas de ETA”. Entre medias, aquello de que los jóvenes no quieren trabajar. Y para rematar la semana, con el público mirando a otro lado, qué cosas dice usted, alma de cántaro, armó su ofensiva xenófoba y peligrosa, muy peligrosa, contra la emigración con sus mentiras sobre Alcalá de Henares. Pues tampoco. Aburre. Miguel Ángel Rodríguez, desesperado, se muerde los nudillos.
Vístase Ayuso de bombero torero. Quizá así…
De nuevo otro choque con los jueces. Qué aburrimiento. Y qué grave. Los ciudadanos sienten en la piel que hay algo extraño cuando un magistrado en activo, pongamos como ejemplo Manuel García-Castellón, aparece en una conferencia pública, y allí suelta sapos y culebras contra decisiones del Gobierno. ¿Pero los jueces pueden hacer esas cosas? ¿Y la separación de poderes, dónde queda?, se preguntan las buenas gentes, atónitas ante las airadas manifestaciones contra el Gobierno de ilustres togados con sus lucidas puñetas a las puertas de los juzgados. Pero como dice ese amigo gallego del Ojo, ya antes citado en estas humildes columnas, todo es empeorable, y resulta que ese mismo juez, y tras él la cohorte de togas sacrosantas y defensoras a ultranza de la independencia judicial, como ellos mismos se autodefinen con cara de cemento, se encocoran y dan saltitos de berrinche porque desde el Gobierno les sacuden algún que otro pescozón, más bien ligero, que tampoco llega la sangre al río.
La cosa del terrorismo esgrimida por García-Castellón en el llamado Tsunami Democràtic tiene sus bemoles, cuando en este país el terrorismo de verdad, el de ETA, ha dejado un atroz reguero de muerte y desolación, 850 muertes, como para jugar con la definición de terrorista. Parece lícito, pues, que la ciudadanía se harte de esos jueces, tan peculiares. Pero dicho lo cual, permitan al Ojo inquirir de las autoridades gubernamentales qué genio de la comunicación –¿no hay una Secretaría de Estado dedicada a esos menesteres?– decidió que la personalidad más relevante del gabinete para soltarle las frescas al señor juez era la vicepresidenta Teresa Ribera. Respeta este vetusto comentarista los conocimientos técnicos que en torno a los objetivos de su departamento tendrá la señora, incluso admite que quizá sepa resolver hasta ecuaciones de segundo grado, pero recordarán ustedes que la vicepresidenta jamás ha sabido explicarnos los arcanos del recibo de la luz, del cómo y el porqué de sus subidas y bajadas, o en qué consistía, facilito para que todos lo entendiéramos, de qué iba aquello de la excepción ibérica. De oratoria más bien pedregosa, con claras dificultades para unir unas frases con otras, alguien la soltó en el circo romano frente a los leones. ¿Qué hacía una chica como tú en un sitio como éste? Lío sobre lío.