Un espacio en el que está implicada toda la redacción de eldiario.es para rastrear y denunciar los machismos cotidianos y tantas veces normalizados, coordinado por Ana Requena. Puedes escribirnos a micromachismos@eldiario.es para contarnos tus experiencias de machismo cotidiano.
Sobre los comentarios machistas en la alfombra de los Goya: no somos ni putas ni frígidas y no existimos para satisfacer
No voy a decir nada que no se haya dicho antes ni que no se haya dicho mejor, pero siento la necesidad de ordenar ideas en voz alta y reflexionar acerca de la gravedad de la filtración de los comentarios de los Goya.
Allá voy.
Asumir la responsabilidad de que todxs lxs que nacemos en una sociedad machista inevitablemente lo somos, es como decidir que vamos a hablar todxs el mismo idioma para comenzar a entendernos.
Para ciertos sectores, la igualdad entre hombres y mujeres en nuestro país es un hecho; de ahí que no consideren necesarias las luchas feministas y las ignoren o ridiculicen. Esto no solo es falso —estamos lejos aún de conseguir la igualdad de derechos y oportunidades—, sino que, además, es muy peligroso. Solo en 2020 en España, fueron asesinadas 45 mujeres por violencia de género. Alrededor de estos crímenes hay roles, privilegios, hábitos y conductas machistas que se perpetúan una y otra vez en nuestro entorno.
El machismo, puesto que reside en todxs nosotrxs, puede ser obvio y zafio, pero también sibilino y escurridizo.
A menudo resulta que, cuando por fin visibilizas una capa machista cotidiana y te crees a salvo, hay otra debajo aún más arraigada y vil. Es como una raíz profunda incrustada en nuestras actitudes y miradas diarias. En todo.
En todxs.
Todo el tiempo.
Por otro lado, por el hecho de nacer en este sistema patriarcal y, por lo tanto, machista, hay una serie de cualidades que impregnan nuestra idea de lo femenino y de lo masculino, de lo que una mujer y un hombre son y deben ser -lo no binario no está contemplado-. Ambas ideas contienen cualidades estancas que todxs, dependiendo de nuestro sexo sentido, hemos de representar. Y que nos coartan y limitan. Por ejemplo, la mujer debe ser preferiblemente cariñosa, cuidadora, complaciente, deseable y bonita. Y, además, respira a diario el veneno de la narrativa del amor romántico. Un discurso soterrado omnipresente en el que se te hace creer que sin pareja no vas a poder ser feliz, no vas a poder realizarte como mujer. Holaquétal. Esto es algo durísimo, porque entonces no agradar no es solo salirte de la condición femenina mainstream, también es poner en riesgo tu realización personal, tu futuro.
Gustar y agradar se convierte en un mandato invisible que nos esclaviza y nos perturba a todas las mujeres. Casi siempre de manera inconsciente, porque, como todo buen sistema, consigue hacerte creer que tú eliges eso que te está obligando a hacer.
Cuesta tiempo darse cuenta de que al patriarcado y a su estructura de privilegios le conviene nuestro miedo a nosotras mismas, de que es el propio sistema el que provoca nuestros conflictos con nuestro cuerpo y se esfuerza para que nos atraviesen malestares diarios en forma de imágenes inalcanzables y juicios constantes sobre cómo tenemos que ser, cómo nos tenemos que comportar, cómo tenemos que vestir, follar, andar, hablar y, por supuesto, cómo tienen que ser nuestros cuerpos.
Cuanto más nos cuestionamos, nos criticamos, nos conflictuamos con nuestra celulitis, kilos, tatuajes, vello, grasa, huesos, arrugas o lo que sea, menos poder tenemos. Menos poder ejercemos. Más débiles somos. Más manejables. Más ocupadas estamos en nuestras inseguridades, creadas y apoyadas por el juicio contante externo. Y así es como un sujeto pensante, sintiente y poderoso se convierte en un objeto conflictuado de consumo. Débil, dudoso de sí mismo y de su efectividad de agrado. Y en competición por gustar. Siempre. Toooodo el tiempo.
Los juicios constantes a nuestros cuerpos y nuestras formas, como los que se filtraron en la pasada Gala de los Goya, como si el cuerpo de la mujer fuera parte del mercado de placer masculino, como si formáramos parte del consumo y de las experiencias del otro, son la punta del iceberg de las violencias machistas en nuestro ecosistema capitalista. Que ellos se sientan con derecho a opinar y nosotras en la obligación de agradar forma parte del sistema de creencias machista en el que hemos crecido todxs.
No somos putas o frígidas, somos seres complejos que desean. Saber y sentir que no existimos para satisfacer a nadie más que a nosotras mismas y que no por eso somos peores o menos mujeres, nos acerca a ese derecho masculino en el que ellos han crecido. Y nos iguala. Y nos libera. La experiencia de sentirse en el derecho es algo que hemos de conquistar cada una de nosotras porque no viene dado con nuestra condición femenina, en nuestra sociedad.
Convirtamos nuestros cuerpos en el primer espacio feminista. Reivindiquemos la conquista de nuestro amor propio como metáfora de la conquista del espacio social. Queramos nuestros cuerpos como son y expresémoslos con libertad y placer. El trabajo personal de cada una de nosotras con el amor hacia nuestro cuerpo es puro feminismo. Feminismo de dentro hacia fuera. Feminismo radical basado en el amor propio radical. Y, desde ahí, sororidad y hermandad con todxs. Desde nuestro derecho a amar nuestro cuerpo y a expresarlo como es, todo lo demás. Lo dicho, no es nada nuevo pero sí es algo aún por hacer.
No voy a decir nada que no se haya dicho antes ni que no se haya dicho mejor, pero siento la necesidad de ordenar ideas en voz alta y reflexionar acerca de la gravedad de la filtración de los comentarios de los Goya.
Allá voy.