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Todos los domingos, en el boletín ‘Política para supervivientes’, algunas de las historias de política nacional que han ocurrido en la semana con las dosis mínimas de autoplagio. Y otros asuntos más de importancia discutible.

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A Díaz Ayuso le parece bien que Israel mate a quien quiera.

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Los últimos doce meses han sido terribles para cualquier persona interesada en Oriente Medio y el destino de los palestinos. En realidad, para cualquier ser humano. Es imposible no sentirse conmovido por la carnicería que se está produciendo ante nuestros ojos sin que eso que se llama la comunidad internacional haga nada al respecto. Nada que sirva para algo. 

Hace unos días, Isabel Díaz Ayuso quiso dar su opinión al cumplirse un año del ataque de Hamás contra territorio israelí en el que mataron a cerca de 1.200 civiles y militares israelíes y secuestraron a un centenar de personas. No tuvo ni un ápice de compasión con los 42.000 palestinos que han muerto en la invasión de Gaza en una ofensiva militar que no distingue entre combatientes y civiles. Según los cálculos israelíes de los miembros de Hamás a los que ha matado, la cifra de civiles asesinados no baja de 25.000. Son aquellos que por su edad o condición no pueden ser identificados como combatientes.

Para la presidenta de Madrid, no merecen ninguna mención ni se puede adjudicar al Gobierno israelí ninguna responsabilidad sobre su muerte. Tampoco le conmueve que al menos la mitad de Gaza se haya convertido en un lugar inhabitable, que su economía haya sido totalmente destruida o que los supervivientes no reciban la ayuda humanitaria que necesitan.

En una conversación con el presidente de Nuevas Generaciones, Díaz Ayuso afirmó que cualquier cosa que haga Israel está justificada. “Pedirle que no haga nada, que no se defienda, que no ataque el terrorismo y que, por tanto, se deje simplemente aniquilar es algo insensato y que no nos pedirían a nosotros”, dijo. Esa carta blanca para la violencia indiscriminada no es permitida por ningún acuerdo internacional o las Convenciones de Ginebra que rigen las normas sobre la guerra desde 1949 y que fueron ratificados por 196 países. 

Esa frivolidad de afirmar que “no puedes pedirle (a Israel) que con flores a Hamás o Hizbulá les pongan fin” es una respuesta que carece del más mínimo sentido moral y que ignora todo lo que el mundo occidental, que Ayuso dice defender, ha hecho desde el fin de la Segunda Guerra Mundial para impedir que se produzcan atrocidades en los conflictos bélicos.

“Es perverso e injusto pedirle a Israel simplemente que se deje aniquilar”, dijo. Eso nos lleva a la cuestión que algunos políticos suelen repetir, la de que Israel tiene derecho a defenderse. Es como no decir nada o intentar negar la responsabilidad propia ante una matanza. Todos los estados del mundo tienen derecho a defenderse de una agresión exterior. Los países como España o Francia que no temen ser invadidos también tienen la obligación de garantizar la seguridad de sus ciudadanos.

La pregunta no es si deben hacerlo, sino cómo lo hagan. Cometer crímenes de guerra, destruir edificios enteros donde viven civiles por la sospecha de que se encuentra en su interior un dirigente de una organización enemiga, acabar con la infraestructura civil de un lugar, incluidos sus hospitales, colegios y lugares de culto, impedir la entrada de alimentos y medicinas, realizar declaraciones de intención genocida, todo eso vulnera el Derecho Internacional. 

A principios de los años 90, viví dos años en Jerusalén, donde trabajé como corresponsal. Diez años después, entre 2000 y 2005 estuve allí en varias ocasiones en la época en que trabajaba en televisión. No voy a decir que nunca cambié de opinión sobre lo que estaba viendo. Sería ridículo. Pero siempre tuve clara una cosa.

No importa cuál sea tu opinión sobre un conflicto histórico o político. Atacar a civiles de forma indiscriminada es un crimen de guerra, si se trata de un conflicto bélico, o una violación manifiesta de los derechos humanos. No hay excusas ni razones históricas que lo justifiquen. Es lo mismo destruir un edificio de seis plantas lleno de civiles para matar a una persona que entrar en un restaurante lleno de familias y hacer estallar una bomba. Podemos tener algún tipo de simpatía por las ideas que defienden los autores de esa violencia en nombre de un Estado o de un grupo insurgente. Lo que importa es cómo defiendes esas ideas. 

A lo largo de la historia, muchos líderes han decidido que la vida de un niño es un precio que están dispuestos a pagar para obtener sus objetivos políticos. Épocas más turbulentas que las nuestras. Sencillamente, no es algo que podamos permitir en el siglo XXI.

Israel ha prohibido la presencia de periodistas extranjeros en Gaza. No quería testigos de lo que estaba ocurriendo. Un centenar de periodistas gazatíes ha perecido a manos de las bombas israelíes, algunos de ellos en ataques deliberados. Su trabajo ha ido mucho más allá de lo profesionalmente exigible. Estamos en deuda por su sacrificio. Contamos con el testimonio del personal sanitario, local o extranjero, que ha tenido que trabajar en circunstancias terribles. Algunos ya habían sido voluntarios en otros conflictos bélicos y nunca habían visto nada parecido. Nunca habían tenido ante sus ojos tantos cadáveres de niños y adolescentes. The New York Times ha recogido sus palabras.

“Una noche a lo largo de cuatro horas en la sala de urgencias, vi a seis niños de entre cinco y doce años, todos con un único impacto de bala en el cráneo”. Dr. Mohamad Rassoul Abu-Nuwar, de Pittsburgh.

“Vi a varios niños a los que habían disparado con balas de alta velocidad, tanto en la cabeza como en el pecho”. Dr. Mark Perlmutter, de Rocky Mount, Pennsylvania.

“Nuestro equipo atendió a cuatro o cinco niños, de cinco a ocho años, a los que dispararon con un solo tiro en la cabeza. Todos llegaron a urgencias al mismo tiempo. Todos murieron”. Dr. Irfan Galaria, de Chantilly, Virginia.

“Un día en urgencias, vi a dos niños de tres y cinco años, cada uno con un único disparo en la cabeza. Cuando pregunté qué había ocurrido, su padre y su hermano contaron que les habían dicho que los israelíes se estaban retirando de Khan Younis. Volvieron para ver qué quedaba de su casa. Había un francotirador esperando que disparó a los dos niños”. Dr. Khawaja Ikram, de Dallas.

“Un niño que había perdido a toda su familia deseaba haber muerto. Decía: ‘Todos los que amo están en el cielo. No quiero estar aquí más tiempo”. Dr. Tanya Haj-Hassan.

“Traté a muchos niños con heridas de metralla. Muchos niños se mostraban impávidos y no lloraban por el dolor, lo que es una respuesta inusual en niños. Teníamos que suturar heridas sin anestesia, y los niños no reaccionaban cuando lo hacíamos en vez de resistirse. Vi a niños que habían sido testigos de la muerte de sus familiares. Todos decían preferir estar muertos para unirse a sus familiares”. Abeerah Muhammad, de Dallas.

En el artículo, hay decenas de testimonios de médicos y enfermeras que nunca habían tenido que afrontar estas situaciones. Hasta el viernes, el Ministerio de Sanidad de Gaza cifra en 42.126 los palestinos muertos por la invasión israelí. Aproximadamente, son el 2% de la población de Gaza. Hay también 98.117 heridos. Hasta mediados de septiembre, han identificado con su nombre y apellidos a 34.344 de ellos. Se desconoce el nombre de los demás. De ellos, 1.999 son personas de más de 60 años. 6.643 son mujeres adultas. Los niños, niñas y adolescentes son 11.355. El resto, 14.347, son hombres adultos. 

El Ejército israelí dice haber eliminado a 17.000 miembros de Hamás sin precisar cómo ha llegado a esa estimación. Sólo con sumar las víctimas que no pueden ser combatientes de Hamás entre las que han sido identificadas –me refiero a menores de edad y mujeres– salen 17.998 personas asesinadas. La cifra real es mayor si incluimos a menores, mujeres y ancianos de los que no sabe su nombre, a los que habría que sumar muchos de los miles de cadáveres que continúan bajo los escombros.

Es difícil no llorar ante una matanza de estas dimensiones. ¿Cómo se puede decir que es “perverso e injusto” negar el derecho de Israel a cometer tales atrocidades y afirmar que, a pesar de estas cifras, Israel continúa siendo una democracia?

El discurso necesario sobre inmigración

Esta semana, Pedro Sánchez hizo en el Congreso el discurso necesario sobre inmigración. En primer lugar, recordó de dónde venimos. Comentó una noticia aparecida en un periódico de Venezuela en 1949 sobre la llegada de un barco de inmigrantes: “Llegaron en condiciones lamentables. Famélicos, sucios. La bodega parecía un vomitorio. Podrían ser nigerianos, senegaleses, pero eran españoles, canarios. España es un país de emigrantes. Siempre debemos empezar recordando este hecho”.

Después, planteó la realidad actual de España. Al igual que los demás países europeos, necesitamos a los inmigrantes. No es sólo una cuestión de humanidad, que eso ya sería suficiente, o de admitir que las migraciones han existido siempre a lo largo de la historia de la humanidad. Por cuestiones económicas y demográficas, España necesita a los inmigrantes que ya han llegado y los que llegarán. 

Desde el punto de vista colectivo, no son una carga, sino una ayuda: “La realidad es que los inmigrantes tienen una tasa de actividad cuatro puntos superior a los nacionales. Aportan el 10% de los ingresos a la Seguridad Social. Y usan los servicios públicos y las prestaciones sociales un 40% menos que los nacidos en España”, dijo Sánchez.

De media, son más jóvenes que los españoles que han nacido aquí. A día de hoy, por así decirlo, consumen menos sanidad pública y pensiones. 

El crecimiento obtenido por España desde 2022, muy por encima de la media europea, no hubiera sido posible sin ellos. Es lo mismo que ha ocurrido en EEUU. La falta de trabajadores en el mercado laboral es un problema real en la economía que tiene repercusiones negativas en el PIB, el empleo y la recaudación fiscal. Los inmigrantes han contribuido a la prosperidad de los últimos años.

Algunos dicen que eso es una visión utilitarista de un problema humanitario, que es como dar pábulo a los ataques de la extrema derecha con una aproximación coste-beneficio. En primer lugar, garantizar el Estado de bienestar no es precisamente un cálculo de intereses económicos, sino una necesidad social. En segundo lugar, los análisis deben hacerse desde la realidad. El debate político debe afrontarse también a partir de las críticas que se reciben. No vale sólo con gritar ¡Desinformación! o ¡Son bulos! y pensar que ya está todo solucionado con eso y los que duden son unos fachas. 

Muchos de los grandes debates políticos se pierden por incomparecencia. En Gran Bretaña, casi nadie hablaba en favor de la Unión Europa en los veinte años anteriores al referéndum del Brexit. Los euroescépticos eran una minoría, no pequeña, pero tenían el campo abierto. Como mucho, desde los gobiernos se decía que los intereses económicos del país estaban mejor defendidos dentro de la UE.

No vale con decir que la inmigración es un fenómeno de nuestro tiempo (además, siempre ha existido) y que hay que adaptarse. Si nadie la defiende con todos los argumentos posibles –políticos, económicos o morales–, al final las ideas xenófobas se impondrán en las sociedades europeas. 

La foto

Últimamente todo le sale mal al Gobierno. Esta semana ha sido movidita y no ha acabado muy bien con el informe de la UCO sobre el caso Koldo que coloca al exministro Ábalos a la puertas de la imputación. Hablando de un mal paso, nada peor que lo de la vicepresidenta María Jesús Montero, que apareció el miércoles en el Congreso con un pie escayolado. El trayecto del escaño a la silla de ruedas fue lo más complicado.

Cuando las bromas sobre Juan Carlos también estaban prohibidas

David Trueba ha escrito esta semana sobre el día de 1994 en que el programa de TVE en que trabajaba tomó la loca decisión de entrevistar al escritor Quim Monzó. Para hablar sobre literatura. Gran error. Monzó se había choteado en TV3 de la familia real por su intensa agenda de trabajo. La reacción fue fulgurante:

“Cuando terminamos el ensayo general de las ocho de la tarde, Wyoming y yo fuimos conminados a subir de inmediato al despacho de los directivos de TVE. Allí nos dijeron que debíamos sustituir al entrevistado de esa noche. ¿Por qué? Se ha metido con la Casa Real y eso es inaceptable. Les tranquilizamos, no venía a hablar de eso, sino de su literatura. No sirvió de nada, se emperraron en que no podía salir y nos ofrecieron varias opciones para sustituirle. Pero ya habíamos comido con él, teníamos el programa ensayado y entraríamos en directo a las 22.30. Teníamos que sustituirle o cancelarían la emisión de esa noche, insistieron”.

Trueba y El Gran Wyoming, que presentaba el programa, se negaron a aceptar la censura. Al día siguiente, les comunicaron que se cancelaba el programa y les echaron de TVE, lo que además hizo que les vetaran durante algún tiempo para cualquier otra intervención en la televisión pública. Eso para que la gente entienda por qué todas las fechorías de Juan Carlos I permanecieron en secreto durante décadas.

Hasta el próximo domingo y recordad que si los programas de humor no pueden burlarse de los poderosos, no será sólo el humor el que saldrá perdiendo.

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