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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Animales en primera persona

Imagen de la serie 'White Fang' emitida por Netflix en 2018

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En la literatura universal abundan las historias de animales humanizados, al estilo de las fábulas de Esopo o El libro de la selva de Rudyard Kipling. Este tratamiento ha sido eventualmente definido como antropomorfismo proyectivo.

Hay también investigaciones que describen la vida real de animales, y novelas donde son narradas en primera persona, desde el punto de vista del propio animal como individuo y no solo como uno más de su especie. Pero tampoco en estas últimas coinciden siempre el atractivo literario con la veracidad científica.

El año pasado, justo antes de que la pandemia llegara al mundo occidental, se estrenó la enésima versión de La llamada de lo salvaje de Jack London y La serie española Los favoritos de Midas, inspirada en The minions of Midas, también de London. En medio de las urgencias, ambas pasaron casi desapercibidas. Confieso no poder ser objetivo con las dos “biografías caninas” de London: las leí entre niño y adolescente, y me siento muy influenciado por ellas.

La llamada de lo salvaje (The call of the wild, 1903) y Colmillo blanco (White fang ,1906) siguen el mismo recorrido en sentido contrario: Buck es un enorme y consentido perro doméstico que vive en un rancho en California a quien secuestran y venden para llevarlo a Alaska a arrastrar trineos. Después de largas peripecias, Buck vuelve al estado salvaje y convive con una manada de lobos. Colmillo Blanco en cambio nace salvaje, es domesticado, y también lo venden pero para usarlo en peleas. Después de algunas aventuras, envejecerá plácidamente en un rancho californiano.

Ambas historias reflejan la visión de la vida de los perros domésticos y de los perros lobos que se tenía en la época, y la vida de los aventureros en Alaska y otras zonas. London mezcla comportamientos y sentimientos caninos reales con alegorías de su propia vida, de la sociedad de su tiempo y de la humanidad en general.

Un siglo después, Joseph Smith cosecha un gran éxito con El lobo (The Wolf, 2008), que narra en primera persona los últimos días de un lobo solitario, enfrentado al invierno, al hambre, el frío, los linces, los humanos y a su imaginación. En Toro (Taurus, 2010), del mismo autor, el protagonista cuenta su vida de toro de lidia, desde que es un novillo ya separado de su madre hasta su muerte en la plaza.

La obra literaria de Concha López Llamas centrada en el lobo se compone de la novela Beatriz y la loba (2014) y de 14 cuentos reunidos en Espejo lobo (2018) y ha sido analizada exhaustivamente por Carmen Flys Junquera en un ensayo sobre la escritora. En Espejo lobo los protagonistas son humanos cuyas vidas cambian de alguna forma gracias a los lobos y con frecuentes paralelismos entre las trayectorias de ambos. En cambio, en Beatriz y la loba las similitudes entre la vida de la joven zamorana Beatriz y la de la lobezna Oak, nacida en las faldas de la Sierra de la Cabrera, es constante hasta que convergen en un impactante final. Las dos hembras de diferente especie se enfrentan a pérdidas y dificultades que “van definiendo aspectos esenciales de la cultura propia de cada especie y de los efectos generados por la interacción entre ambas”, dice Junquera.

En Me llamo Lucas y no soy un perro (2013), de Fernando Delgado, un perro que quiere ser un niño narra, en un tono dulce y amargo, cómo vive en una familia adorado por su dueña y el niño de la casa (que en cambio quiere ser un perro), pero no tanto por el esposo y el resto de la familia. Al final, a Lucas lo abandonan y vive en la indigencia hasta que lo recoge una protectora y lo devuelve a su antigua familia, que ya no es lo que era.

¿En qué medida estos autores y sus novelas describen vivencias, comportamientos y cualidades reales de los animales protagonistas y no tan solo reflejos o alegorías de vivencias, comportamientos y cualidades humanas? En otras palabras, ¿Son estas narraciones antropomorfismo proyectivo o antropomorfismo crítico? Depende de cómo contestemos algunas preguntas. ¿Cómo y a qué nivel se comunican los individuos de una especie no humana entre ellos? ¿Se pueden comunicar individuos de una especie con los de otra? ¿Tienen memoria de su trayecto vital y la pueden transmitir a otros individuos?

Recientemente se ha abordado esta investigación tanto desde la ciencia como desde la narrativa. Usando inteligencia artificial se están analizando estadísticamente los actos y los comportamientos de animales no humanos, y se los traduce a algoritmos complejos. El método es similar al aplicado en el estudio de los patrones de los idiomas para desarrollar los sistemas de traducción automática multilingüe.

En la narrativa, son notables las vivencias basadas en la intimidad directa con animales no humanos domésticos o salvajes, no solo mamíferos sino también con especies insospechadas hasta ahora, como el caso de los octópodos.

¿Son los animales no humanos capaces de razonar y pensar, o se mueven únicamente por lo que se ha definido como instinto? Este debate no es nuevo. A principios del siglo XX tuvo lugar la que se llamó la “guerra de los antinaturalistas” o la “controversia de los falsificadores de la naturaleza”, iniciada por la publicación de un artículo del escritor y naturalista John Burroughs (1837–1921) en el que criticaba la -según él- poca veracidad de muchos de los libros sobre animales que eran populares en el momento.

En 1907 el mismo presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, experimentado cazador, y amigo y compañero de viajes de Burroughs, intervino en la controversia con un artículo en el que mencionaba explícitamente a London, a quien acusaba de atribuir a los animales cualidades de los humanos, incluyendo las de pensar y razonar.

London respondió a las críticas en 1908 con un maravilloso artículo titulado 'Los Otros Animales', que luego se incluyó en el libro Revolución y otros ensayos. En éste, se se declara “culpable de haber escrito dos libros sobre perros” y afirma que lo hizo como “una protesta” contra la “humanización de los animales”, uno de los elementos que criticaban Roosevelt y Burroughs (el otro era atribuirles facultades y conductas falsas). London rebate luego las críticas de Roosevelt y, sobre todo, los argumentos de Burroughs. Ambos se referían principalmente a que London consideraba a los animales capaces de pensar, y de sentir, y ellos defendían que solo actuaban por instinto.

London condena los argumentos de Burroughs por su homocentrismo, equivalente al antropocentrismo en su significado actual, como base del especismo (discriminación por especie) y no en su sentido original, como oposición al teocentrismo, 48 años después de El orígen de las especies de Darwin, 64 años antes de Liberación animal de Peter Singer y pocos años antes del nacimiento de Ferrater Mora y Jacques Derrida, autores que han abordado el asunto con ensayos enjundiosos.

Ahora volvamos a las novelas mencionadas. Aunque Joseph Smith se inspiró en el fascinante libro De lobos y hombres de Barry López, y su narrativa tiene un alto vuelo literario, son poco creíbles las facultades casi telepáticas y la crueldad y piedad alternas que le atribuye al lobo en su novela. Y por ello se clasifica como uno de los “falsificadores de la naturaleza” mencionados, que narra desde un antropomorfismo proyectivo. Taurus, por su parte, atribuye emociones humanas a ciertas conductas del toro, interpretando arbitrariamente conductas y comportamientos poco frecuentes del animal y por ello no satisface ni a los aficionados a la tauromaquia ni a los abolicionistas.

Concha López Llamas, en cambio, conoce y refleja perfectamente tanto la vida de los lobos y su entorno real como la condición actual de la mujer en el mundo rural. A través de una prosa cautivante y descripciones minuciosas narra la vida de dos hembras de diferente especie de una manera coherente y verosímil. Su relato es impecable tanto desde la óptica animalista como desde la ecologista y feminista.

Lucas, el perro de Fernando Delgado, desde el comienzo se expresa como un niño. Y el libro es sobre todo una vehemente denuncia de la irresponsabilidad frecuente hacia los animales de familia, a través de los ojos de uno de los cientos de miles de animales que se abandonan cada año en España. Este motivo, y la narración fascinante del escritor, hace más que aceptable que no se ajuste al antropomorfismo crítico.

La mente de los demás animales es aún un universo por descubrir, un campo abierto por la narrativa al que la ciencia apenas se asoma. Profundizar en su conocimiento nos puede enriquecer y hacer más empáticos, con todas las satisfacciones y riesgos que acercarse al Otro siempre implica.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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