Etna es una gata con suerte, como tantos y tantos gatos y gatas que han sido rescatados de la calle con apenas unas semanas de vida, fruto de camadas nacidas incontroladamente en parques y jardines de ciudades o urbanizaciones estacionales en las que sus habitantes, al marcharse a sus residencias habituales, dejan a sus compañeros gatunos a su libre albedrío, con la extendida -y falsa- creencia de que “los gatos siempre sobreviven, saben buscarse la vida”. Una forma de abandono cruel. Muchos mueren al no estar acostumbrados a vivir a la intemperie y no saben cómo encontrar alimento y agua para no terminar muriendo deshidratados, o sufren el ataque de otros gatos que ya han marcado su territorio y no quieren intrusos. La otra vertiente de ese abandono es que aquellos que no han sido esterilizados procrean sin control formando en poco tiempo nuevas colonias felinas que se buscan, efectivamente, la vida como pueden, aprendiendo por necesidad a cazar, un instinto innato en los felinos.
Sin embargo, a veces se cruzan Humanos en sus vidas que les ayudan a sobrevivir dejándoles agua y comida escondida entre los setos o la maleza por dónde saben que deambulan en libertad. Esos Seres Humanos, con mayúsculas, mujeres por lo general, están mal vistos. Se les señala, se les recrimina e insulta, considerándolas “las locas de los gatos”. Pero no están locas, son personas con una gran sensibilidad que aman a los animales y no pueden soportar verles sufrir. Porque esos peludos sufren, y mucho, sobre todo en el invierno, al no encontrar cobijo y un sitio seguro que les proteja del frío para dormir.
Afortunadamente, en la actualidad hay numerosos voluntarios y activistas que se unen para colaborar en los llamados programas de ayuda de captura, suelta y retorno (Método CER) que algunos ayuntamientos han puesto en marcha para que los gatos y gatas de esas colonias puedan continuar en libertad, ya esterilizados. El trabajo es duro y requiere mucha paciencia y una gran dedicación. Bien lo saben quienes se dedican a esta generosa y desinteresada misión.
Etna fue fruto de una de esas camadas incontroladas de la calle, en este caso de una urbanización de Guadalajara. Fue encontrada entre unos matorrales una mañana de julio de intenso calor por un rescatista que ya estaba alertado de la presencia por la zona de una madre con sus cachorros. De esa gata no se supo más. Solo Etna pudo salvarse. Sus dos hermanas no tuvieron tanta suerte. Las dos pequeñas murieron, no se sabe si a causa de algún veneno o a manos de un indeseable. Sus cuerpecillos fueron encontrados por los rescatistas ya sin vida momentos después de salvar a Etna de una muerte también segura.
Etna es una gata de pelaje largo tricolor, “curiosa y decidida”. Apenas tenía un mes y medio de vida y fue trasladada a una protectora. Los voluntarios intentaron buscarle una casa de acogida pero estaban todas llenas. Etna terminó en casa de María Tello, presidenta de La Camada, un centro de acogida de Guadalajara, que se la llevó a su casa, en donde ya convivían otros cuatro gatos más mayorcitos, a la espera de buscarle otra familia. Pero se enamoró de ella y finalmente la adoptó.
Su vida, su nueva vida, y sus peripecias las relata la propia gatita a modo de diario a través de Humana, la propia María Tello, que pone voz a la protagonista de esa historia a lo largo de 182 entretenidas páginas. El diario de Etna es una novela solidaria destinada a ayudar a las colonias felinas. Los fondos que lleva recaudados con la venta del libro han ayudado ya a varias de ellas a través de distintas asociaciones: Mis Tres Lindos Gatunos, de Azuqueca de Henares (Guadalajara); La Colonia de Miriam, en Paterna (Valencia); Los Gatos de SOS Callejeros, en Cádiz; Red de voluntarios de la localidad de Alovera (Guadalajara); APAP La Camada, de Guadalajara, y Colonias Felinas Marconi, de Madrid.
En la novela se narra la llegada de Etna a casa de Humana, el miedo a lo desconocido y, a la vez, la tranquilidad que sintió al verse segura; su encuentro con los otros compañeros de raza, con los que a partir de ese momento va a tener que compartirlo todo. Con “las abuelas”, Alba y Clotilde, que mantienen distancias con ella; con Isis, la gata coja que tiene miedo atroz a todo después de haber sido rescatada del motor de un coche; pero, sobre todo, con Serafín, un enorme gato entrado ya en años, “de ojos verdosos profundos”, que la protege, se convierte en su maestro, y al que Etna de inmediato considera su “papi”, dejándose mimar por él. Él es quien le va contando las cosas que le esperan -las temidas visitas al Veterinario- y el nuevo mundo en donde va a vivir a partir de ese momento.
A lo largo del libro se van conociendo detalles de esta peludita, entre ellos, cómo surgió la idea de llamarla Etna, que no vamos a desvelar porque los lectores lo descubrirán en sus páginas. Pero, sobre todo, se explica el proceso que siguen estos animales adoptados, los riesgos que corren al haber nacido en la calle y cómo van a adaptándose a esa gente buena se vuelca con ellos.
El diario de Etna es una novela tierna y emotiva que refleja precisamente eso: el enorme, generoso e impagable trabajo que realizan las personas que acogen en sus hogares a estos animales indefensos hasta que logran encontrar un hogar donde quedarse para ser uno más de la familia.
La idea de escribir esta novela surgió, relata su autora, María Tello, cuando decidió hacer “un alto en el camino”, después de haber dedicado más de quince años de su vida al activismo, en un intenso voluntariado que realizó en el centro La Camada, de Guadalajara, del que era su presidenta. Allí, al frente de más de 500 perros y gatos, lo dio “todo”. “Estaba entregada en cuerpo y alma. Para mí todo era secundario excepto el cuidado de los animales porque eran mi responsabilidad”. Después de todos esos años, María decidió frenar un poco y “reinventarse”, ya que, según reconoce, se dio cuenta de que estaba “agotada” y “apenas tenía tiempo para hacer otras cosas”. Entre ellas, además de leer, escribir, una de sus pasiones. En 2019 empieza El diario de Etna y lo termina en plena pandemia. Un año después lo publica como autoedición a través de la editorial Círculo Rojo.
Terminado el manuscrito, su autora escribió a Paco Catalán, pintor y caricaturista que a diario refleja en sus viñetas la triste realidad de los animales maltratados y abandonados. María sabía que Catalán es un gran amante de los gatos. Aunque no lo conocía personalmente, admiraba mucho su trabajo. Así que se puso en contacto con él para ver si quería prologarle la novela. “Pensé en Paco Catalán porque estaba segura de que él sabría mejor que nadie transmitir ese sentimiento de acogida y de amor a los animales, como lo hace a través de sus maravillosas viñetas”, cuenta María. El dibujante no lo dudó y respondió de inmediato a María. Como explica él mismo en su prólogo, “cuando uno ama a un gato, ya se ama a todos los gatos del mundo” y se desea “protegerlos en una campana de cristal para que nada malo les ocurriera, pero una campana muy grande que les proporcione muchísimo espacio…” porque “el gato es uno de los símbolos de la libertad y quiere puertas abiertas de entrada y de salida”. A los felinos no les gusta estar solos, “quieren tener compañeros para no aburrirse, para tener con quien jugar, comer y con quien dormir y atusarse el pelo y pelear para después volver a la amistad”, cuenta Catalán en su texto.
Tampoco tuvo problemas con las ilustraciones, que son de Irlanda Tambascio Waine (Eire), una ilustradora venezolana que captó a la perfección los momentos vividos por Etna a través de las fotos que le envió María: su primer día, aterrorizada, en casa de Humana; su acoplamiento en su nuevo hogar con sus hermanos gatunos, y su nueva vida con las “abuelas” y con Serafín, su inseparable amigo y “papi”.
María Tello lamenta que los Ayuntamientos de la mayoría de los municipios de España sigan ajenos al problema de las colonias felinas y su respuesta sea prohibir alimentar a los animales y multar a quienes lo hacen. Pide que al menos haya unos programas de ayuda para captura y suelta (CER) y que apoyen a los vecinos que quieran realizar esta tarea para esterilizarles, vacunarles, desparasitarles y soltarles de nuevo en el hábitat en el que se han acostumbrado ya a vivir: la calle. “Es la única solución a este problema: controlar esas colonias”, dice María, que admira aquellas ciudades de la geografía española o de otros países que ya lo hacen.
“El diario de Etna es un sueño que deseaba cumplir y que espero alcance el objetivo con el que lo escribí: ayudar a recaudar fondos para esas asociaciones de voluntarios”, dice María.
Las aventuras de Etna pueden seguirse a través de la página eldiariodeetna.com y en la sección de Tienda de la web se explica cómo comprarlo. Cuesta 14 euros, destinados íntegramente a los gatos necesitados.
Etna es una gata con suerte, como tantos y tantos gatos y gatas que han sido rescatados de la calle con apenas unas semanas de vida, fruto de camadas nacidas incontroladamente en parques y jardines de ciudades o urbanizaciones estacionales en las que sus habitantes, al marcharse a sus residencias habituales, dejan a sus compañeros gatunos a su libre albedrío, con la extendida -y falsa- creencia de que “los gatos siempre sobreviven, saben buscarse la vida”. Una forma de abandono cruel. Muchos mueren al no estar acostumbrados a vivir a la intemperie y no saben cómo encontrar alimento y agua para no terminar muriendo deshidratados, o sufren el ataque de otros gatos que ya han marcado su territorio y no quieren intrusos. La otra vertiente de ese abandono es que aquellos que no han sido esterilizados procrean sin control formando en poco tiempo nuevas colonias felinas que se buscan, efectivamente, la vida como pueden, aprendiendo por necesidad a cazar, un instinto innato en los felinos.
Sin embargo, a veces se cruzan Humanos en sus vidas que les ayudan a sobrevivir dejándoles agua y comida escondida entre los setos o la maleza por dónde saben que deambulan en libertad. Esos Seres Humanos, con mayúsculas, mujeres por lo general, están mal vistos. Se les señala, se les recrimina e insulta, considerándolas “las locas de los gatos”. Pero no están locas, son personas con una gran sensibilidad que aman a los animales y no pueden soportar verles sufrir. Porque esos peludos sufren, y mucho, sobre todo en el invierno, al no encontrar cobijo y un sitio seguro que les proteja del frío para dormir.