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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Un ecofeminismo en defensa de los animales

La situación de los animales no humanos es la peor de todas las épocas desde que comparten el planeta con el anthropos. Por un lado, la crisis ecológica generada por el modelo devastador de desarrollo pone a la fauna silvestre al borde de la extinción. Por otro, se ha construido un sistema monstruoso de campos de exterminio en el que millones de animales destinados al consumo o a la experimentación son privados de toda libertad y sometidos a atroces sufrimientos hasta la muerte. Sin embargo, cada vez son más los jóvenes que se adhieren a la causa animalista desde la publicación, a mediados de los años setenta del siglo XX, del libro Animal Liberation del filósofo australiano Peter Singer. Se trata de un tema clave de nuestro tiempo, un tiempo en el que Occidente comienza a descubrir el parentesco que nos une a todos los animales, humanos y no humanos, cuerpos con mentes, con conciencia y sentimientos, sujetos de una vida. Porque, sin ninguna duda, estamos tomando conciencia del parentesco y la continuidad entre los “terrícolas”, esa condición común que subraya un documental que todo el mundo debería ver y que tendría que ser material de análisis y reflexión en la enseñanza media y universitaria: Earthlings (puede verse online).

El concepto de género como construcción sociocultural e histórica de las diferencias entre los sexos ha permitido analizar el modelo tradicional del guerrero y sus variantes contemporáneas desde nuevas claves. La iniciación a la masculinidad estereotipada siempre incluye un elemento de violencia. Como sugiere con profundidad, finura y gran elocuencia la película In the Valley of Elah (proyectada con tres títulos distintos en países de habla castellana: En el valle de Elah, Valle de las sombras y La conspiración), existen vínculos subterráneos, por lo común desapercibidos, entre la violencia contra las mujeres y contra los animales, las prácticas sádicas y la socialización masculina para la guerra. En su estudio Chicos son, hombres serán (ed. Horas y Horas, 1991) sobre la violencia masculina en USA, la psicóloga social Myriam Miedzian desvelaba que algunos instructores militares de su país exigían a los jóvenes en período de formación que mataran a “la mujer que tienen dentro”, obligándoles, para demostrar que lo habían logrado, a matar a un cachorrillo de perro que habían tenido que cuidar durante los meses de entrenamiento; también mostraba que en los círculos diplomáticos y políticos las actitudes conciliadoras que buscaban evitar el enfrentamiento armado eran vistas como poco viriles, como “afeminadas”.

Los animales no humanos sirven, a menudo, de medio para la construcción de una identidad viril concebida históricamente como separación con respecto a los sentimientos de empatía y compasión por el Otro. Pensemos, por ejemplo, en la tortura y muerte de animales como diversión de la pandilla de niños o adolescentes, o en la caza deportiva que podemos definir como guerra sistemática declarada a los animales silvestres por individuos generalmente de sexo masculino. En la actualidad, las redes sociales son una ventana abierta a esta violencia desatada contra los animales, tanto para mal (individuos que cuelgan los videos sádicos que han grabado o las fotos de sus supuestas hazañas) como para bien (campañas de denuncia y peticiones de castigo judicial de los abusos). Esta violencia contra criaturas indefensas tiene dos objetivos fundamentales: experimentar la voluntad de poder y afirmar y solicitar el reconocimiento de su identidad de género bipolarizada obtenida por la represión de los sentimientos de compasión. El “duro” es un resultado de técnicas de género específicas que proceden a extirpar características previamente definidas como propias del sexo femenino. La construcción del héroe es una peligrosa empresa que no siempre resulta exitosa y puede, fácilmente, producir villanos.

En esta lógica patriarcal, la mujer aparece como figura caracterizada por la emocionalidad y la debilidad de la que hay que diferenciarse para ser “superior”, inconmovible e imperturbable ante espectáculos o acciones violentas que ella, se supone, no sería capaz de realizar. De ahí que algunas (felizmente escasas) mujeres traten de lograr un reconocimiento similar al del varón exhibiendo conductas carentes de toda compasión en actividades como la caza o el toreo. Tratan, así, de desafiar las normas de género y la discriminación sexista, sin ver que, de esta forma, están aceptando el canon androcéntrico que ha devaluado virtudes del cuidado calificadas de “femeninas” y sobreestimado y hasta exigido en los varones actitudes y costumbres destructivas que se han considerado “masculinas”.

Los varones que defienden a los animales no humanos son disidentes de lo que llamo orden patriarcal especista. Lo son, consciente o inconscientemente, al menos en ese aspecto. En la causa de los animales late una potente redefinición de la masculinidad, una evolución fundamental que permitiría un salto cualitativo de la humanidad y que conecta con el ecofeminismo. Porque la igualdad de género puede ser comprendida y concretada de dos maneras. La primera, androcéntrica, como inclusión de las mujeres en el modelo patriarcal, exige el abandono de la conexión emocional, la empatía y los valores del cuidado y la compasión por parte de las mujeres. La segunda, resultado de una conciencia crítica ecofeminista animalista, implica el desarrollo de esa conexión y esos valores por parte de todos los seres humanos independientemente de su sexo-género. Esta es una de las razones por las que veo con claridad un lazo profundo entre feminismo y animalismo, a pesar de todos los desencuentros e incomprensiones mutuas que aún los separan. Este vínculo me parece uno de los temas fundamentales del ecofeminismo en tanto redefinición de nuestra especie y de sus relaciones con las demás.           

La perspectiva ecofeminista implica la revisión de una serie de dualismos vertebradores de nuestro pensamiento: Naturaleza/Cultura, animal/humano, afectividad/intelecto, cuerpo/mente... A través de la Historia, estos pares de opuestos jerarquizados han estado relacionados con la caracterización patriarcal de la diferencia de los sexos. Esta es una de las conexiones teóricas que hacen pertinente el enfoque feminista de la cuestión ontológica, ética y política de la relación del ser humano con los demás seres vivos.

El ecofeminismo demanda la reconciliación con los cuerpos y con su materialidad vulnerable. Recuerda que existe un amor sin odio, un deseo sin cosificación ni violencia. Al rechazar todo sistema de dominación, denunciando sus implicaciones patriarcales, el ecofeminismo llama a superar la violencia estructural contra la naturaleza humana y no humana, así como los prejuicios antropocéntricos que legitiman la violencia contra los animales. Lo que desde una perspectiva sexista y androcéntrica aparecía como sentimientos y actitudes femeninas o feminizadas, ridiculizadas, minusvaloradas, adquieren un nuevo status, ahora político, vinculado a una nueva comprensión del ser humano, de la diversidad y de esos otros seres a los que se suele incluir en los conceptos de “carne” y de “recursos naturales”. El ecofeminismo nos orienta, así, hacia un mundo más justo, en que la opresión no se legitime por prejuicios y jerarquías de sexo, raza, clase, opción sexual, edad o capacidades, en el que se respete a los animales no humanos como individuos capaces de sufrir física y emocionalmente y en el que se cuide de la Tierra que nos sustenta, pensando que no sólo es nuestra, sino de las generaciones futuras y del resto de los seres vivos. En Ecofeminismo para otro mundo posible (ed. Cátedra, 2011) hice una reinterpretación del mito griego del Minotauro con la que querría terminar estas líneas. Es, a mi juicio, un símbolo de esos hombres y mujeres que han decidido dar su voz a los que no tienen voz. Las y los defensores de los animales son la nueva Ariadna y el nuevo Teseo que ya no odian la animalidad de sus cuerpos ni aceptan una cultura basada en la dominación y la violencia sobre el Otro, reducido a mero cuerpo. Juntos entran en el laberinto del mundo y liberan al Minotauro porque saben que la humanidad plena no se alcanza por la negación y el odio al Otro vulnerable, sino por la luz de la empatía, la justicia y la compasión.

La situación de los animales no humanos es la peor de todas las épocas desde que comparten el planeta con el anthropos. Por un lado, la crisis ecológica generada por el modelo devastador de desarrollo pone a la fauna silvestre al borde de la extinción. Por otro, se ha construido un sistema monstruoso de campos de exterminio en el que millones de animales destinados al consumo o a la experimentación son privados de toda libertad y sometidos a atroces sufrimientos hasta la muerte. Sin embargo, cada vez son más los jóvenes que se adhieren a la causa animalista desde la publicación, a mediados de los años setenta del siglo XX, del libro Animal Liberation del filósofo australiano Peter Singer. Se trata de un tema clave de nuestro tiempo, un tiempo en el que Occidente comienza a descubrir el parentesco que nos une a todos los animales, humanos y no humanos, cuerpos con mentes, con conciencia y sentimientos, sujetos de una vida. Porque, sin ninguna duda, estamos tomando conciencia del parentesco y la continuidad entre los “terrícolas”, esa condición común que subraya un documental que todo el mundo debería ver y que tendría que ser material de análisis y reflexión en la enseñanza media y universitaria: Earthlings (puede verse online).

El concepto de género como construcción sociocultural e histórica de las diferencias entre los sexos ha permitido analizar el modelo tradicional del guerrero y sus variantes contemporáneas desde nuevas claves. La iniciación a la masculinidad estereotipada siempre incluye un elemento de violencia. Como sugiere con profundidad, finura y gran elocuencia la película In the Valley of Elah (proyectada con tres títulos distintos en países de habla castellana: En el valle de Elah, Valle de las sombras y La conspiración), existen vínculos subterráneos, por lo común desapercibidos, entre la violencia contra las mujeres y contra los animales, las prácticas sádicas y la socialización masculina para la guerra. En su estudio Chicos son, hombres serán (ed. Horas y Horas, 1991) sobre la violencia masculina en USA, la psicóloga social Myriam Miedzian desvelaba que algunos instructores militares de su país exigían a los jóvenes en período de formación que mataran a “la mujer que tienen dentro”, obligándoles, para demostrar que lo habían logrado, a matar a un cachorrillo de perro que habían tenido que cuidar durante los meses de entrenamiento; también mostraba que en los círculos diplomáticos y políticos las actitudes conciliadoras que buscaban evitar el enfrentamiento armado eran vistas como poco viriles, como “afeminadas”.