La experimentación animal sigue generando preocupación pública y política en todo el mundo, representando uno de los más crueles exponentes de la explotación de los animales, utilizados no solo en investigación médica, sino muchas veces con fines triviales o éticamente cuestionables como la industria armamentística, cosmética y química. Su utilización plantea conflictos éticos que pueden ser resueltos asumiendo la consideración moral que cualquier animal capaz de sentir dolor merece.
No sabemos con certeza cuántos animales son empleados en los laboratorios de todo el mundo, pero según un informe elaborado por la organización Humane Society Institute for Science and Policy en 2005, se calcula que se utilizan en experimentos en todo el mundo alrededor de 115 millones de animales vertebrados. De ellos, 12 millones en la Unión Europea, sin contar aquellos que finalmente no son usados y se sacrifican como excedente.
Relativamente pocos países recopilan y publican estadísticas sobre el uso de animales; sin embargo, este es un primer paso esencial para la rendición de cuentas pública y un debate informado, en aras a la transparencia, sobre la inversión que se esté haciendo para sustituir a estos animales por métodos alternativos. Solo los ciudadanos informados tendrán la capacidad crítica de cuestionarse si lo que sucede en los centros de experimentación es ético, además de ser importante para la formulación de políticas y reglamentación eficaces.
Cabe esperar la aplicación de la famosa regla de las tres erres: Reemplazo (utilizar siempre que sea posible procedimientos sin animales vivos), Reducción (reducir al mínimo el número de animales siempre que ello no comprometa los objetivos del proyecto) y Refinamiento (la cría, el alojamiento, los cuidados y los métodos utilizados en procedimientos se refinarán tanto como sea posible para eliminar o reducir al mínimo el posible dolor, sufrimiento, angustia o daño duradero a los animales). Pero sin estadísticas regulares y precisas, esto no puede controlarse ni constatarse su aplicación real.
Durante el año 2014 se registraron más de 800.000 experimentos en España, donde las especies más utilizadas fueron ratones, peces, ratas, conejos, aves, cerdos, anfibios, hámsteres, ovejas, cobayas, cabras, hurones, caballos y gatos. En esos experimentos se puso también fin a la vida de 771 perros, 457 macacos y 32 babuinos.
El 90% de todas las investigaciones a nivel mundial se realiza con roedores. Se calcula que muere un ratón por minuto.
Sin duda, mucho ha transcurrido desde las afirmaciones de René Descartes en siglo XVI, que consideraba a los animales carentes de sensibilidad y los alaridos de dolor que emitían durante los experimentos equivalentes al sonido de máquinas.
En la sociedad moderna existe una creciente preocupación por el bienestar animal, que, unida a las presiones de los colectivos que defienden sus derechos, ha permitido conseguir cambios legislativos y avances en determinadas instituciones y sectores.
Con el tiempo, se han establecido normas y reglamentaciones que regulan el uso de animales de experimentación, algunas como la «International Guiding Principles for Biomedical Research Involving Animals».
En Europa, los experimentos se rigen por el Convenio Europeo sobre Protección de los animales vertebrados utilizados con fines experimentales y otros fines científicos; la Directiva del Consejo 86/609/CEE de 24 de noviembre de 1986, relativa a la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas de los estados miembros respecto a la protección de los animales utilizados para experimentación y otros fines científicos o la Directiva 2010/63/ UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 22 de septiembre de 2010, relativa a la protección de los animales utilizados para fines científicos.
En España el Real Decreto 1201/2005, de 10 de octubre, sobre protección de los animales utilizados para experimentación y otros fines científicos que traspone y desarrolla la Directiva 86/609/CEE; la Ley 32/2007, de 7 de noviembre, para el cuidado de los animales, en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio o el Real Decreto 53/2013, de 1 de febrero, por el que se establecen las normas básicas aplicables para la protección de los animales utilizados en experimentación y otros fines científicos, incluyendo la docencia. Existen además normativas en algunas comunidades autonómicas.
La tenacidad del movimiento por los derechos de los animales ha conseguido la prohibición en la Unión Europea de la importación y venta de cosméticos con componentes probados en animales desde marzo de 2013 y la investigación con grandes simios salvo en el caso de que una enfermedad pueda poner en peligro la conservación de su propia especie o la vida de seres humanos. Pese a que estos pequeños avances siguen siendo insuficientes, se deben considerar como un pequeño paso en el largo camino que aún nos queda por recorrer.
Lamentablemente, las regulaciones actuales permiten que se mantenga la terrible situación que se vive en los laboratorios, porque la esencia sigue siendo la misma: los intereses de los animales, en términos políticos y legales, son ignorados. Los ámbitos de la experimentación animal comprenden la docencia, la industria y la investigación biomédica. En la educación y formación es inexplicable que aún se utilicen animales, cuando se cuenta con efectivos métodos alternativos.
Los expertos han propuesto varios métodos como modelos tridimensionales y maniquíes, películas y vídeos, simulaciones de ordenador y sistemas de realidad virtual, autoexperimentación en el propio individuo, experimentos con plantas, estudios in vitro con líneas celulares, etc.
Según María Pilar Vinardell Martínez-Hidalgo, profesora titular del Departamento de Fisiología de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona, “cuando se hace un experimento con animales, en la mayoría de los casos únicamente se puede realizar una vez, ya que si se tiene que repetir implica mayor coste y tiempo. Por el contrario, un método alternativo se puede repetir las veces que sea necesario, hasta que el estudiante comprenda aquello que representa el fundamento de la práctica que está realizando. En los últimos años se han publicado diversos estudios mostrando las ventajas de los métodos alternativos, así como la implantación de los mismos. Se han podido constatar las ventajas de las alternativas respecto a los métodos tradicionales con animales, pero todavía existe una cierta reticencia por parte del profesorado a su utilización. Es necesario realizar un esfuerzo para difundir estos métodos entre la comunidad universitaria”.
Por otra parte, la industria privada prueba en animales un incontable y variado número de productos, tanto para el hogar (limpieza, detergentes, lejía), como aditivos alimentarios (colorantes, edulcorantes), químicos industriales (pesticida, herbicidas, fertilizantes), tabaco, comida de mascotas (test de evaluación de los riesgos de los alimentos y piensos transgénicos), alcohol, anticongelantes de motor, pinturas o cualquier otro que precise determinar su toxicidad o efectos sobre el hombre o el medio ambiente, es decir, casi todos los que utilizamos y consumimos a diario. Aquí se incluyen las investigaciones militares. No hay datos de cuántos animales se emplean para evaluar nuevas armas, probar gases venenosos, valorar las respuestas ante heridas de explosión, quemaduras, radiaciones, descompresión, etc. Lo único que sabemos es que son pruebas totalmente prescindibles desde el punto de vista ético.
De la investigación biomédica, relacionada fundamentalmente con el desarrollo de productos farmacéuticos y manejo de algunas enfermedades, no se cuestionan sus beneficios. Lo que resulta inaceptable es que sean alcanzados a costa del sufrimiento y sacrificio de animales. La explicación podemos encontrarla en el antropocentrismo, el ser humano se ha adjudicado el dominio absoluto del resto de los animales y se permite servirse de ellos para cualquiera de sus propósitos. La capacidad de razonar, hablar o el grado de inteligencia son los argumentos que el hombre esgrime para considerarse superior al resto de las especies y por tanto la justificación para experimentar con seres “inferiores”. Cabría esperar que seres humanos carentes de esas condiciones (discapacitados psíquicos, personas en coma, etc.) puedan ser utilizados para los mismos fines, pero la mera idea provoca aversión, reproche moral e implicaciones legales, lo cual no ocurre cuando se trata de animales.
No puede haber ciencia sin ética y su reto inmediato debe ser sacar a los animales de los laboratorios. Un ejemplo claro de la hipocresía a la hora de afrontar este dilema ético es que en la Unión Europea se haya prohibido, con alguna salvedad, la experimentación con grandes simios (genéticamente muy similares al humano) y sin embargo permite que se utilicen millones de ratones, con la misma capacidad de sentir dolor, angustia y sufrimiento que los primates.
Pero al margen de estas consideraciones, hay que tener en cuenta los riesgos de extrapolar los resultados de pruebas exitosas con animales a humanos, que demuestra que los animales no son siempre un buen modelo sobre el que experimentar.
La tragedia de la talidomida en 1962 obligó a desarrollar normativas para aumentar el control sobre los medicamentos. Aun así, se continúan retirando del mercado múltiples fármacos por sus reacciones adversas, incluso letales para el ser humano y que habían sido probados anteriormente en animales. Esto ha provocado que dentro de la propia comunidad científica hayan surgido voces críticas, en desacuerdo con el uso de animales.
Aquí tenemos como ejemplo algunos medicamentos retirados del mercado, al que habían entrado previa experimentación con animales, y las fatales consecuencias de su uso en humanos: Pirprofeno, Cincofeno, Bendazaco, Droxicam, Clormezanona, Ebrotidina, Tolcapona, Trovafloxacino y Alatrofloxacino, Nimesulida, Tetrabamato, Nefazodona, Benciodarona. Todos por hepatoxicidad, desde hepatitis fulminante hasta cirrosis, transplantes y muerte.
Rosiglitazona por riesgo de infarto de miocardio e insuficiancia cardíaca. Astemizol por riesgo de arritmias ventriculares. Rofecoxib por riesgo de accidentes cardiovasculares graves (especialmente infarto agudo de miocardio e ictus). Piritildiona por agranulocitosis. Anzemet por riesgo de trastornos del ritmo cardíaco. Fenfluramina y Dexfenfluramina por el riesgo de inducir graves lesiones valvulares cardíacas e hipertensión pulmonar. Cerivastatina por necrosis de la célula del músculo esquelético (rabdomiólisis). Mibefradil por bradicardia grave y rabdomiólisis. Veraliprida por graves alteraciones neurológicas y psiquiátricas. Laxantes a base de Fenolftaleína por su posible genotoxicidad y carcinogenicidad. Dextropropoxifeno por muertes asociadas a una sobredosis del medicamento. Sibutramina por alteraciones cardíacas e infartos cerebrales. Otros productos sanitarios, como la solución para desinfección de lentes de contacto Easysept Hydro Plus, por irritación de los ojos y otros trastornos oculares.
El caso más reciente ha ocurrido en enero del pasado año 2016 en Francia, cuando seis personas que participaban en la fase I del ensayo clínico para evaluar fármacos contra el dolor llamados BIA 10-2474 sufrieron hemorragias y necrosis cerebral, con el fallecimiento de una de ellas. Por protocolo, los fármacos ya se habían testado en ratones, ratas, perros y monos para estudiar sus efectos en corazón, riñones y tracto gastrointestinal, además de otras evaluaciones farmacológicas y toxicológicas.
Por otro lado, la investigación en animales ha demorado la aplicación de muchísimos fármacos. El 95 por ciento de los productos que parecieron eficaces en animales no han tenido utilidad clínica en humanos. En 1998 el doctor Richard Klausner, director del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, reconocía que “la historia de la investigación del cáncer ha sido una historia de curar el cáncer en el ratón durante décadas, pero simplemente no funciona en humanos”.
No toda la comunidad científica apoya y aprueba la experimentación animal. Científicos de la Universidad de Luxemburgo, junto a otros centros europeos, han puesto en marcha el estudio de métodos alternativos para reemplazar a los animales en la investigación biomédica, ampliando el conocimiento de la biomedicina sin tener que recurrir a los experimentos con animales.
Aseguran que con la investigación en células madre no solo se pueden reemplazar las pruebas con animales, sino ampliar las fronteras del conocimiento con resultados más significativos. Con las células madre, que provienen de pacientes que han padecido una enfermedad en estudio, se representa el proceso patológico de manera más realista que con cobayas animales. Esta comunidad de científicos está presionando para conseguir la validación de esos métodos sin poner cortapisas a la innovación.
El hecho de contar con una legislación más estricta junto al rechazo social por el uso de animales como cobayas ha propiciado que se reclamen métodos alternativos más rápidos, más seguros y fiables. ¿Pero sustituirán completamente a los test con animales? Para Maurice Whelan, bioingeniero, la cuestión va más allá: “Estoy profundamente convencido de que no se trata de si los sustituirán o no, sino de cuándo”.
Resulta imposible ignorar que millones de animales capaces de sentir dolor, sufrimiento, estrés y miedo son sometidos a descargas eléctricas, quemaduras y cirugías, privados de comida, agua, luz o sueño, infectados, irradiados, mutilados, paralizados, expuestos a temperaturas extremas, alimentados por la fuerza, confinados en jaulas, alterados genéticamente (se pueden “crear” cientos de animales para conseguir un individuo transgénico con las características deseadas), criados con deformidades dolorosas y con enfermedades inducidas…
Algunas de estas prácticas se realizan desde hace cincuenta años, como el Test de Draize ocular, que consiste en la administración de productos corrosivos directamente en el ojo de un conejo, previamente sujeto con un clip para mantenerlo abierto. Pasados los días las estructuras del ojo se irritan y es quemado por la sustancia aplicada. Al sobrevenir la ceguera al conejo, se le extirpa el ojo para su estudio. En algunas ocasiones, matan a los conejos antes de extirparles el ojo, en otros mantienen al animal con vida para poder usar también el otro ojo todavía sano y así ahorrar costes. La crueldad en la experimentación no es un mito, es una realidad.
En España la clasificación de los usos de los animales es resultado de una valoración continua, mediante el seguimiento específico diario de los animales durante el proyecto, hasta determinar la severidad “real” al finalizar el estudio, y es la siguiente:
- Sin recuperación: uso de animales que, tras someterse a un procedimiento desarrollado en su totalidad con anestesia general, no recobran la consciencia.
- Leve: uso de animales que en el curso de un procedimiento han experimentado, como máximo, un dolor, un sufrimiento o una angustia leves de corta duración y aquellos cuyo bienestar o estado general no haya sufrido un deterioro significativo como resultado del procedimiento.
- Moderada: uso de animales que en el curso de un procedimiento han experimentado un dolor, un sufrimiento o una angustia moderados de corta duración o un dolor, sufrimiento o angustia leves de larga duración, o cuyo bienestar o estado general haya sufrido un deterioro moderado como resultado del procedimiento.
- Severa: uso de animales que en el curso de un procedimiento han experimentado un dolor, un sufrimiento o una angustia severos o un dolor, sufrimiento o angustia moderados de larga duración, o cuyo bienestar o estado general haya sufrido un deterioro importante como resultado del procedimiento.
El informe consultado registra que, en cuanto al nivel de dolor, estrés o angustia ocasionados a los animales durante las investigaciones en 2014 los científicos sometieron 62.579 veces a animales a procedimientos con dolor, sufrimiento o angustia severos, 222.816 moderados y 437.227 leves. Otros 98.948 animales fueron sometidos a un procedimiento con anestesia general tras el que no recobraron la consciencia. Los científicos también emplearon 31.000 veces animales modificados genéticamente para expresar una patología asociada a dolores, estrés o angustia.
Es inevitable y urgente poner en marcha alternativas a la experimentación animal, impulsadas por la comunidad científica, la sociedad y los actuales gobiernos, porque la mayoría de estas investigaciones se realiza sin apenas financiación. Aun así, existe un número elevado de alternativas al “modelo animal”, como son: las herramientas bioinformáticas y el uso de big data o datos masivos; modelos matemáticos e informáticos de predicción; métodos in vitro: cultivos de células, tejidos y órganos procedentes de cadáveres, biopsias, cirugía estética, trabajo con líneas celulares transgénicas y el uso de células madre; estudios epidemiológicos y pruebas en personas voluntarias.
Según María Pilar Vinardell Martínez-Hidalgo, la realidad es que “a pesar del gran esfuerzo realizado en los últimos años para buscar métodos alternativos que puedan suplir a los ensayos con animales, todavía no hay muchos totalmente aceptados por las autoridades reguladoras. Es difícil su implantación porque, en primer lugar, hay cierta reticencia para su total aceptación y, en segundo, porque debe pasar algún tiempo desde que se desarrolla un método hasta que es validado y posteriormente aceptado por las autoridades reguladoras”.
Es éticamente indefendible tolerar cualquier grado de sufrimiento, por eso consideramos que hasta la total prohibición de los experimentos con animales capaces de percibir dolor, todas las regulaciones en este tema serán insuficientes. Somos conscientes de que será precisa una transición para conseguir ese objetivo y que requiere la participación de todos.
Por ello, quienes rechazamos la experimentación animal, proponemos la total transparencia de cualquier proceso de investigación donde se utilicen animales, incluidos los resultados, para que la ciudadanía tenga acceso a dicha información y pueda fomentarse el debate público y político. Los esfuerzos de la comunidad científica tendrán que ir encaminados al conocimiento, formación y manejo de las nuevas tecnologías para facilitar su introducción en los ámbitos de la experimentación; por ejemplo, la aplicación inmediata en la docencia. Pero es prioritario incentivar la inversión económica, en especial en el Centro Europeo de Validación de Métodos Alternativos (CEVMA) que debe disponer de los recursos necesarios para seguir validando las investigaciones.
Sabemos que no es imposible, en pleno siglo XXI la ciencia ha alcanzados retos inimaginables, tenemos las herramientas, los recursos y la obligación moral de buscar alternativas para que millones de animales dejen de morir en los laboratorios.