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El artista Franquelo-Giner reflexiona sobre la opresión hacia los animales

  • Hasta el próximo 21 de octubre, en el espacio madrileño Twin Gallery, podrá verse la segunda exposición individual de Manuel Franquelo-Giner, titulada Poliéster: en la flor sintética de la existencia

Me ha pedido Rafael Doctor Roncero que hable sobre mi obra, tras unos encuentros donde tuvimos el placer de reunirnos varios artistas y agentes del mundo del arte para intercambiar nuestro trabajo de forma horizontal. Como muchas de las cosas maravillosas que se crean en esta vida.

Resulta muy difícil hablar de mi obra sin contar, de forma muy breve, el contexto que en cierta manera la hizo posible. No nací en Nueva York, aunque el extrarradio madrileño ya quedaba lejos para alguien que vivía en Antón Martín. Como ya se sabe, a principios de los años noventa la vida rural llevaba sufriendo una diáspora hacia los núcleos urbanos, hasta bien entrado el milenio. Fue por esos años cuando la democratización del ordenador e internet entró dando el codazo más que la mano, prometiendo ordenar en megas todo el desastre acumulativo que ha venido dándose desde los años 50 hasta la fecha.

Tuve mi primer ordenador con 6 años pero no entendí lo que era la morcilla, ni la diferencia entre una gallina y un pollo hasta bien entrado en edad. Vi los primeros seres vivos que no fueran humanos en un display totalmente sintético: zoos en los que -a pesar de haberme criado en un centro de enseñanza libre- no fui capaz de escarbar la tristeza de los animales. La traca final fue pensar que las chucherías estaban hechas de algún ingrediente mágico, al menos eso rondaba en mi cabeza por aquel momento. La lente de un ojo humano no es muy eficiente a la hora de enfocar aquello que está muy cercano. Resultó que los grandes problemas que a menudo no se ven están en esta distancia inoperativa, sobre todo cuando son grandes. La reflexión vino más pronto que tarde, por suerte.

Me mudé campo adentro años más tarde, donde leí mucho sobre arte contemporáneo gracias a mi padre, que también es artista. Entre otras cuestiones me pregunté si habremos sido la primera generación en carecer de interés por el proceso y el origen de la vida, y en definitiva de lo natural. Mi retorno a las formas de producción y distribución locales significó averiguar lo poco que sabía sobre cosas que en la ciudad se dan por hecho. En ese momento tuve claro que si tenía que estructurar aquello que el arte denomina como statement iba a ser desde dentro hacia fuera.

Por lo pronto me pregunté -por mi  afición a leer teoría crítica de cuando en cuando- sobre aquellos procesos que corren en un segundo plano y que afectan, de manera significativa, a la forma en la que vivo y me relaciono. ¿De dónde viene la comida que consumo? ¿Quién decide lo que comemos? ¿Es realmente necesario el sufrimiento animal? ¿Hay alternativas?  

Sin duda, hay sistemas que han sido creados y se crearán para perpetuar el desconocimiento de todos. La granja-escuelaificación iniciada a comienzo de los años 80 da cuenta de cómo fueron y siguen siendo un instrumento esencial para representar la realidad y convertirla, al fin y al cabo, en una fantasía. ¿Acaso se muestra allí cómo se aparta a un ternero de su madre para obtener leche? No hay que desesperar, los santuarios se están organizando poco a poco para contar lo mucho tienen que transmitir en este sentido. Siempre he creído y creeré que la mejor forma de hacer activismo a largo plazo está en la educación en manos sensibles.

Toda esta introducción tiene un porqué. Llevaba un tiempo leyendo artículos sobre feminismo, ecologismo y documentales sobre la industria de la alimentación, cuando leí dos libros que resultaron ser reveladores: uno de ellos fue Las políticas sexuales de la carne, de Carol J. Adams, una teoría crítica feminista y vegetariana inspirada en el famoso libro de Kate Miller Políticas sexuales; y el segundo, un artículo de Arne Naess, 'The Three Great Movements', escrito en el 92. Este último sirve para cerrar mi introducción.

No se estaba haciendo tan mal, a falta de matices y a pesar de una tendencia exacerbada del ser humano hacia su autodestrucción. Arne Naess describió el activismo de final siglo XX, en tres grandes movimientos: el pacifismo, los derechos humanos y el ecologismo. ¿Cómo se relacionan esos movimientos a día de hoy? Aún existen debates acalorados sobre si para ser pacifista hay que ser necesariamente feminista, o bien si para ser feminista hay que ser necesariamente ecologista, entre otros casos. En este sentido, ¿habrá reconciliación entre el movimiento animalista y el ecologista, como desarrolla lúcidamente Ernesto Castro Córdoba en parte de su ponencia titulada 'Goodbye Meat Eaters'?

Parece ser, en definitiva, la suma necesaria de ecologismo, feminismo y pacifismo la que sin duda -en términos generales- traería la empatía necesaria para el bien de casi toda forma de vida, a mi modo de ver.

Esto conecta directamente con la galería comercial de arte y su función. La colaboración entre la galería y el mecenas es extremadamente útil para transmitir ideas como la anterior. Al fin y al cabo la colección es -entre otros procesos- un diálogo entre distintas partes. Quiero pensar que si tienen un sentido crítico, tendrán una función esencial para las generaciones del futuro. Es, en efecto, lo que terminarán por observar, estudiar y aprender. Creo que la relación entre la galería y el coleccionista es esencial en este aspecto, aparte de apoyar al artista mediante la compra. Twin Gallery, que es la galería joven que me representa en España, está haciendo una gran labor en este sentido, no solo desde este punto de vista, sino también desde otros, como desde el feminismo con el trabajo de la artista Valle Galera, por ejemplo.

Twin no es de las galerías más comerciales y aun así no es una tarea sencilla la de calcular un balance entre el mercado y la crítica. Este punto es extremadamente delicado y frágil: ¿tiene sentido venderle arte crítico con la industria de la alimentación a un coleccionista que come comida basura? ¡Por supuesto! Lo importante quizás esté en lo siguiente: algún día -si el coleccionista quiere- la obra se moverá en algún tipo de circuito público, donde algún padre o un niño como yo puedan reflexionar sobre ello al salir de la exposición. Para eso están las estructuras pedagógicas del museo 2.0, para activar, entre otras cosas, las colecciones. No se trata de cambiar el mayor número de mentes posible, sino de hacer pensar al menos a una para que se mantenga el pensamiento crítico, o a dos para que aumente. La lógica del mercado del arte puro y duro va por otro lado.

Hacer encajar cada obra en estas variables tampoco resultó ser sencillo. La segunda exposición individual ha sido, de alguna forma, replantearse este reto con la voluntad de que adquiriese un sentido más comprometido, depurado y manteniendo el rigor de los discursos que me interesan dentro del arte contemporáneo. A pesar de leer muchos textos en contra de ello, cada vez estoy más convencido de que el ecosistema del arte evitará entrar en un grave conflicto, si existe por su parte un interés inclusivo, horizontal y renovador hacia la vida. Si es que ocurre una gran catástrofe, el arte deberá ser útil para sobrevivir y quizás está tirando por ahí, con la que se nos viene encima.

Dejando atrás el recorrido hasta la exposición, el texto de Carol J. Adams resultó ser esencial para la intimidad de los significados dentro de la muestra. La autora viene a decir, entre otras cosas, un término crucial: la pérdida de la conexión con el animal vivo viene a darse por una metáfora muy simple: ¿acaso hay alguna relación directa entre la palabra carne y un cadáver? No existe porque no interesa que el niño, por ejemplo, establezca una conexión más allá de lo sublime en Kant. No es de extrañar que sea complicado dar cuenta de ello, la industria cárnica siempre ha sido una suerte de black-box en un accidente aéreo. Ni se sabe cuál es su funcionamiento interno, ni le importa a la sociedad por una razón clave: se quiso desligar el consumo animal de la necesidad de ejercer un juicio moral.

Filosofía aparte, cada obra de la exposición la he concebido como una forma de reflexionar sobre una serie de hechos que preocupan no solo al arte contemporáneo, sino al desarrollo de la teoría animalista, a saber:

La fragmentación

Que se pueda hacer una operación bancaria compleja desde un Apple Watch mientras se hace trail delante de un monitor que reproduce un parque natural en pixeles, es un hecho que describe lo terrible del capitalismo moderno actual. Entre otras cosas, no soporto los gimnasios convencionales por esa razón. Carol J. Adams vino a decir que este modelo fue posible por la industrialización de la fragmentación animal: Henry Ford se fijó en los mataderos de Chicago, creando la cadena de montaje que tanta tristeza provocó a principios de siglo. Más tarde ocurrió lo inverso, el modelo productivo cárnico actual tomó el modelo sloaniano de automóviles: los cuerpos de animales vendrían a producirse como distintos modelos de coche, con máquinas versátiles y variando según la demanda que se genere. Para mí, hablar de animalismo es hablar del capitalismo integrado y de toda una estructura de poder basada en el lenguaje.

Para esta ocasión, creé una pieza que hablase de esto. Se modeló en 3D la cabeza de un cerdo para dividirse en varios bloques de cristal, grabado por láser, siguiendo los datos tridimensionales. El aspecto de los bloques vendría a tomar la estética del souvenir barato de empresa y su presentación se inspiró en el display utilizado por Jeff Koons, en gran parte sobre su serie al culto de objetos populares.

El adoctrinamiento

Vender trozos cocinados de costillas, vísceras y otros deshechos en los que incontables seres vivos han perdido su vida, seguramente de una forma atroz, no puede llevarse a cabo sin una estructura especial. Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, introdujo estrategias propagandísticas y jugó con vínculos sentimentales hacia el producto, como si de una ingeniería se tratara. No fue coincidencia que trabajara para la industria de la alimentación.

La industria de la chuchería, y en especial la de Haribo, ha conseguido transformar lo terrible en lo amable, como si se tratara de un proceso alquímico. Que se acepten estos dogmas sin cuestionamiento alguno, viene a resumirse en la teoría de la infantilización de occidente de Marcel Danesl. Entre otras cosas, el ser humano occidental sufre una regresión a lo infantil, exigiendo cada vez más a la vida y apenas parándose a entender el mundo que nos rodea. Es, en definitiva, una dictadura del impulso y del presente más estricto.

Resulta ser una práctica común utilizar el descampado conceptual de los niños, aun por construir, para hacer fluir lo que quieren hacia los adultos.

La pieza 'Baby Calf' toma como referente a un ternero degollado en un matadero para transformarlo en su representación, tan perversa como amable: un peluche extremadamente colorido. Resulta interesante cómo en la pieza existe un juego de realidades: la infantil, la del adulto y la distorsión de ambas.

El referente ausente

En Windows el comando Alt+Cntrl+Supr revela una gran cantidad de procesos extraños en segundo plano y que son esenciales para el funcionamiento del entorno. Con toda probabilidad un gran porcentaje de usuarios desconoce el 95% de ellas. ¿Acaso importa, si funciona?

Se pueden encontrar multitud de subprocesos en lo cotidiano e infraordinario del lenguaje diario. Al día se usan una media de veinte mil conceptos que se consideran nuestros. ¿Pero cuántos son impuestos? Resulta complicado encontrar un sistema sin brechas, que una hegemonía como el patriarcado, pueda aprovechar.

Gran parte de mis fotografías -casi de policía científica-, de tablas de cortar y envases de espuma de poliuretano con post-its, tienen que ver con lo anterior. ¿Cómo la palabra 'carne’ ha logrado desligarse de un animal asesinado y desmembrado? ¿Cuál es el sujeto y cuál el objeto?

De forma diametralmente opuesta, Dorothy Watson acuñó la palabra ‘vegan’ a primera mitad del siglo XX, una combinación del principio y el final de ‘vegetarian’, después de la destrucción de la última, reducida por el relato carnívoro. Encuentro un interés profundo en el lenguaje, su flujo de cambio y los poderes que la controlan.

Lo sintético

Volkswagen Motors y otras empresas han venido ocultando las emisiones, con un software, en más de 11 millones de unidades durante varios años, y China instala en Pekín un parque “natural” para que lo disfruten todos sus ciudadanos, hecho en poliéster. La traca final explota cuando Trump dice que el cambio climático es, en su esencia, un cuento chino.

Cumplir el deseo de un crecimiento infinito en un planeta finito es, de nuevo, una regresión al berrinche infantil por tenerlo todo. Cuando vi unos de mis calzoncillos dados de sí, pareció una similitud de cómo lo natural ha venido a deformarse ‘a la fuerza’. Juan López de Uralde en El planeta de los estúpidos mencionó al planeta tierra como un motor que ha acabado en el desguace luego de haberlo reventado a kilómetros. Durante la crisis, gran parte de los parques con césped se secaron y fueron reemplazados por césped sintético cuya similitud era tan acertada como un tropezón. Luego pensé si lo sintético es ahora lo nuevo natural. ¿Acaso hay diferencia?

Joseph Beuys dijo que los animales son un órgano externo del ser humano, espero que no haya que trasplantarlos de urgencia.

  • Hasta el próximo 21 de octubre, en el espacio madrileño Twin Gallery, podrá verse la segunda exposición individual de Manuel Franquelo-Giner, titulada Poliéster: en la flor sintética de la existencia

Me ha pedido Rafael Doctor Roncero que hable sobre mi obra, tras unos encuentros donde tuvimos el placer de reunirnos varios artistas y agentes del mundo del arte para intercambiar nuestro trabajo de forma horizontal. Como muchas de las cosas maravillosas que se crean en esta vida.