Cumplir
Si hoy notan un vientecillo suave, no es un fenómeno meteorológico, es que estamos soplando las velas del aniversario del Gulliver. Porque hace 34 años llegó a la ciudad vestido de toboganes y revolucionó la idea del juego colectivo. Ha cumplido holgadamente su misión.
Cuando empezó esta aventura, no podíamos imaginar que, después de tanto tiempo, más de un millón de personas y personitas visitarían la figura en 2024. ¿No es increíble?
No fue fácil, la verdad, porque entonces todo estaba en contra. La oposición de turno, los técnicos, la opinión pública, todo el mundo criticaba ferozmente “la ocurrencia”, aunque a los niños y niñas nadie les preguntó. Nada más Andrés García Reche, conseller, y Clementina Ródenas, alcaldesa, empujaban con fuerza desde que conocieron la idea. Me gusta el mensaje de Bob Dylan cuando canta: “No prohíban lo que no entienden”.
Nosotros no estábamos seguros, solo convencidos. Al principio, yo no encontraba a nadie que se atreviera con la idea. Es cuando llegó la frase: “Yo conozco a un amigo que…”, y apareció Manolo Martín. Vaya si se atrevió, llegó más allá; esté donde esté ahora seguro que sonríe. Trabajamos mucho, pero queríamos una estética diferente, moderna, que fuera nuestra. Y volvió la frase: “Yo conozco un amigo que…”. Ese amigo fue Sento. Y nos enamoramos los tres. Así fue, no nos conocíamos de nada, pero parecía que nos conocíamos de todo.
Después, hicieron falta muchos oficios y mucha ilusión; artesanos, ingenieros, albañiles, jardineros, gestores, todo para que aquel sábado 29 de diciembre de 1990 ocurriera el milagro. Entendimos de verdad el resultado cuando a las 12.00, los niños y niñas invadieron la figura y le dieron todo: escala, risas, juegos. Solo entonces pudimos dormir para empezar a soñar. La palabra cumplir ya tiene un sentido más amplio.
Creo que las claves de este cumplimiento son sencillas. Seguramente la primera es la ausencia de instrucciones. Cuando alguien llega al Gulliver ya sabe lo que tiene que hacer. Solo hay unas normas básicas de seguridad, el resto es libertad y fantasía. Las posibilidades se abren y se inventan. Simplemente hay que estar allí.
La segunda es la transversalidad, la posibilidad de compartir sin importar la edad, sin que a nadie le dé vergüenza, sin cortapisas. Y es el niño el que guía al adulto: ten cuidado papá, no te caigas. El tobogán, el escondite, la emoción, la sorpresa, todo ello siempre ha estado ahí, en nuestra cultura, nosotros solo los agrupamos alrededor de una figura que estaba cansada de dormitar por las estanterías, y decidió despertar. Es fácil entender que el Gulliver es de otra escala, no hay que explicarlo.
En realidad no nos hacen falta más Gulliveres, lo que nos hace falta es seguir investigando acerca del juego, acerca del espacio público, acerca de la convivencia. Necesitamos nuevas formas que incentiven la actividad compartida. La ciudad es el crisol de la transversalidad, por eso hemos de alejarla del negocio para acercarla a la ciudadanía. Y jugar.
El Gulliver no fue una ocurrencia, no crean, ni siquiera fue una idea feliz; fue un trabajo largo para plantear una propuesta acerca de esa manera diferente de compartir vida. Sonriendo.
Por eso hoy celebramos algo más que un aniversario, es el cumplimiento de un objetivo. En realidad reivindicamos el protagonismo de la infancia, el éxito colectivo de lo público, y la esperanza de que la ciudad siga caminando al servicio de las personas.
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