- El próximo domingo 3 tendrán lugar en numerosas ciudades españolas y europeas las manifestaciones bajo el lema #NoaLaCaza que convoca anualmente la Plataforma NAC
La mirada, inocente y profunda, interpela al espectador. La protagonista es una joven galga, de apenas dos anÌos, que pasa pacientemente el exhaustivo examen de un hombre que evaluÌa sus cualidades fiÌsicas para la caza de la libre. “Le falta altura, larga y pecho”, concluye el galguero tras unos pocos segundos. Ella, paciente, mira a la caÌmara como preguntaÌndose: ¿queÌ hago yo aquiÌ?
Al otro lado de esa caÌmara estaÌ el cineasta madrilenÌo Yeray LoÌpez Portillo. Y ella no es una galga cualquiera, como las centenares a las que criÌa y entrena el galguero, sino Bacalao, su perra. La que vive con eÌl desde que, tras sufrir una depresioÌn, decidiera compartir su vida con un perro. La que le llevoÌ a meterse de lleno y durante cinco largos anÌos en el mundo de los galgueros para rodar una peliÌcula sobre el infierno que viven estos perros en EspanÌa, el uÌnico paiÌs de Europa que permite esta modalidad de caza. Todo, para tratar de contestar a una pregunta: ¿queÌ hubiera sido de ella de no haberse cruzado en su camino?
“Bacalao ha sido la llave y la guiÌa en esta aventura”, cuenta Yeray desde Copenhague, donde reside, al reflexionar sobre el origen terapeÌutico de Yo Galgo. Una terapia que consistioÌ en “coger la caÌmara, los microÌfonos y volver con mi perra a grabar una EspanÌa desconocida para miÌ”, relata. “Nunca habiÌa hecho un largometraje antes, no teniÌa ni idea de doÌnde me estaba metiendo. Solo sabiÌa que teniÌa que continuar grabando y devolver a los galgos un poquito de lo que me habiÌan dado”, explica.
Al contrario de lo que ocurre con otros documentales de temaÌtica animalista, Yo Galgo no conmueve al espectador por la crudeza de las imaÌgenes -aunque en ocasiones tambieÌn-, sino especialmente por lo emocionante de una historia que, en el fondo, podriÌa ser la de cualquier persona que conviva con un perro adoptado y se haga determinadas preguntas sobre coÌmo son usados y explotados por los humanos. De hecho, la intencioÌn inicial de Yeray era “componer una serie para ninÌos, surrealista y preciosista, en la que Bacalao volviÌa a casa para encontrarse con sus hermanos”, explica. “QueriÌa saber queÌ hubiera sido de ella en otras manos, cuaÌles eran las vidas posibles que hubiera tenido de haber continuado entre galgueros. AsiÌ fue como empeceÌ las andanzas por la EspanÌa del galgo”.
Pero conocer esa EspanÌa de primera mano hizo que la direccioÌn del proyecto diera un giro de 180 grados. “Pronto comprendiÌ que responder a estas preguntas iba a ser mucho maÌs complicado de lo que esperaba”, reconoce Yeray. “TambieÌn entendiÌ que requeriÌa otro formato: el documental. AsiÌ que tras el primer anÌo y medio de trabajo, multitud de viajes e innumerables horas de carretera, decidimos mudarnos a Madrid para terminar la peliÌcula y poder coordinar desde alliÌ las salidas”.
Cinco anÌos despueÌs, y con el documental recieÌn estrenado en internet, Yeray echa la vista atraÌs. “Para miÌ ha sido una experiencia transformadora que ha cambiado mi visioÌn del mundo en muchos sentidos y mi relacioÌn con los animales. Tras esta aventura, me es imposible no querer extender el amor y respeto que tengo hacia los galgos a otros animales, que no tienen por queÌ convivir conmigo o haberme salvado la vida”, explica. “Ese es nuestro proyecto: tratar de inspirar a otros con nuestra experiencia, de dolor a veces, para hacer algo por los animales”.
El trabajo, eso siÌ, no ha sido en absoluto sencillo. “Han sido muchas horas en los pueblos, en los campos, en corralas, de rescate, desenterrando cuerpos, en los bares frecuentados por cazadores hasta que alguno quisiera hablar conmigo..., en fin”, suspira Yeray. “Hubo momentos en los que casi tiro la toalla, porque a veces resulta frustrante. El mundo del galgo es cerrado y desconfiado, abundan los robos y no es faÌcil entrar, pero creo que he tenido mucha suerte con la gente que respondioÌ y quiso ayudarme a contar esta historia”. Aun asiÌ, y pese a esa colaboracioÌn, en el momento en que Yeray comenzoÌ a hablar de Yo Galgo en las redes sociales empezaron a lloverle amenazas de todo tipo. “Es increiÌble lo que es capaz de decirte la gente desde el sofaÌ de su casa”, lamenta.
Entre esas criÌticas, uno de los argumentos habituales entre los galgueros: el que asegura que las cifras de abandono no se corresponden con la realidad. “Es muy difiÌcil hablar de cifras cuando no hay canales reconocidos a traveÌs de los cuales registrar el abandono”, opina Yeray. “Es sorprendente que no haya un portal, o una base de datos compartida, en la que protectoras y perreras tengan la obligacioÌn de registrar a todos los animales que entran en sus instalaciones. Nos quedariÌamos sorprendidos y abrumados”, asegura. “El uÌltimo estudio de Affinity habla de cerca de 300 perros abandonados al diÌa en nuestro paiÌs, pero hay muchos que no llegan a los refugios, que mueren atropellados, de friÌo, de hambre o en las casas de sus duenÌos, y que jamaÌs forman parte de las estadiÌsticas. En el caso de los galgos, el abandono es masivo”, denuncia. Y pone un ejemplo ilustrativo: “Recuerdo que una protectora de Sevilla, a la que visiteÌ durante el documental, recibioÌ 100 galgos en un solo diÌa. Todos los refugios que conozco estaÌn desbordados, y la situacioÌn no parece mejorar”.
La dificultad de hacer realidad un proyecto de estas caracteriÌsticas va maÌs allaÌ del rodaje: una vez concluida la peliÌcula, la distribucioÌn de Yo Galgo tampoco se presentoÌ como una tarea sencilla. “Hemos hablado con mucha gente para tratar de sacar el proyecto. Llegamos a firmar con Trust Nordiskm, uno de los agentes de ventas maÌs potentes de Europa, que representa a algunos de los mejores directores escandinavos. Fueron ellos quienes nos ayudaron a comprender que teniÌamos algo especial entre las manos, una peliÌcula que podriÌa interesar a distribuidores internacionales. Nos sentamos con alguno de ellos en Toronto, pero no es faÌcil colocar peliÌculas como la nuestra. Nos llegaron a decir que entraba en conflicto con otros materiales de sus canales o que no era el momento”.
Yeray lo tiene claro: con el final de la temporada de caza y miles de galgos a punto de ser abandonados o sentenciados a muerte, “no hay mejor momento que este”. Porque el objetivo es ambicioso: que Yo Galgo contribuya al debate en torno a un tema que, en su opinioÌn, “se ha convertido en un tabuÌ”. Por todo ello, Yeray ha optado por estrenarla a traveÌs de su propio canal de Internet, moonleaks.com, para, “de alguna manera, salir de los tiempos marcados por la industria”. Una estrategia para la que “el boca a boca es fundamental”. De momento, Yo Galgo se ha traducido a diez idiomas y estaÌ en permanente contacto con organizaciones y grupos de proteccioÌn animal de todo el mundo. Asimismo, diversos cines tanto espanÌoles como extranjeros han mostrado intereÌs en proyectar el documental. “Cuando tengamos los suficientes, haremos las copias y anunciaremos las ciudades”, adelanta Yeray. “Yo Galgo se pensoÌ para ser vista en una sala grande, con sonido en 5.1: tenemos una fabulosa banda sonora y todo se ha cuidado como en las grandes producciones”.
Solo queda una pregunta en el tintero. Visto lo visto, ¿el futuro es esperanzador para los galgos? Yeray es contundente: “La caza con galgo, y con perro en general, tiene los diÌas contados. Todos los demaÌs paiÌses de la UE han terminado obedeciendo la normativa comunitaria: hasta los ingleses dejaron de cazar el zorro con perro, cosa que se creiÌa imposible. No tiene sentido pertenecer a estructuras superiores y no acatar un marco normativo comuÌn en torno a la proteccioÌn animal. Pero lo que acabaraÌ por imponerse es la presioÌn popular para que estas practicas desaparezcan”, vaticina.
Y Yerai anÌade una reflexioÌn: “El porcentaje de cazadores es muy bajo en comparacioÌn con la poblacioÌn total, pero su actividad se prioriza frente a cualquier otro uso luÌdico del campo. La gente estaÌ cansada del empleo de fondos puÌblicos que subvencionan actividades consideradas baÌrbaras por muchos y de la actitud fanfarrona de muchos cazadores que, orgullosos y acostumbrados a hacer lo que han querido en el campo sin que nadie les chistara hasta ahora, recurren al insulto y la amenaza para continuar con lo que creen suyo. Afortunadamente eso estaÌ cambiando y, aunque no sea faÌcil, cada vez maÌs gente se pronuncia en contra de la caza con galgo”.