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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Lewis Gompertz, un protovegano del siglo XIX

Dos caballos obligados a tirar de un tranvía en Londres, alrededor de 1890
17 de septiembre de 2021 22:34 h

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A principios del siglo XIX, Gran Bretaña lideraba una revolución industrial, pero también una revolución moral. En 1824 se fundó allí la primera sociedad de bienestar animal de Occidente y en 1847, su primera sociedad vegetariana. El giro animalista británico ha sido considerado la mayor ruptura epistémica de un siglo rupturista en extremo. Sus causas son variadas. Una, la propensión al utilitarismo filosófico, que, en su mejor versión, prioriza el bienestar sin mirar demasiado a quién (por lo que pronto se les fue la mano con las mujeres, esclavos y otros seres sintientes). Otra, las rompedoras tesis de Darwin y las investigaciones en biología comparativa que desencadenaron. También contribuyó la reflexión antirracista, antiesclavista y, a veces, incluso, anticolonialista… Todo suma. No podemos olvidar que el Reino Unido tenía bajo su tutela colonial la casi totalidad del subcontinente índico, donde vivía (y vive) la gran mayoría de los vegetarianos del mundo, y en efecto puso gran empeño y entusiasmo en estudiar sus antiguas tradiciones de no violencia. Entre ambos mundos, se situaban corrientes esotéricas como el teosofismo —cuya influencia subterránea desafía a la imaginación—, que consiguieron formular una versión más casera, familiar y cientista de las llamadas filosofías orientales.

En el siglo XIX, Gran Bretaña se adelantó incluso demasiado para ella misma. El planteamiento básico sobre derechos animales desde una perspectiva filosófica occidental lo formuló ya Henry Salt (casualmente, nacido en India) en 1892, en un libro llamado Animals’ Rights, olvidado durante casi un siglo. El eticista Peter Singer, en el prefacio a la edición de 1990 de su clásico Animal Liberation, se lamentaba de que su generación tuviera que formular los argumentos de nuevo, sin saber que “todo se había dicho ya antes, pero en vano”.

Lewis Gompertz (1783/4-1861) es otro personaje que hoy consideramos un precursor, aunque en su día fuera visto como un excéntrico más del paisaje inglés. Se trata de un miembro fundador de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (SPCA, por sus siglas en inglés) en 1824. Nacido en una familia judía de comerciantes de diamantes, Gompertz es uno de los primeros veganos de los que se tiene noticia en la historia moderna de Europa, más de un siglo antes de que su compatriota Donald Watson acuñara el término en 1944. Por principios éticos, nuestro activista no consumía animales ni productos derivados, los excluía de su armario y rehusaba viajar en coche de caballos, que era el único medio de transporte disponible en su día. Uno no se asombra de que terminara dirigiendo la SPCA, pues verdaderamente en Inglaterra, por no decir en Europa, casi no había nadie más apto.

Pero semejante radicalidad animalista resultaba incómoda en el seno de la Sociedad, cuyos miembros, según nos informa Hannah Renier, “cazaban y comían carne despreocupadamente”, como tantos defensores de los animales hasta la segunda mitad del siglo XX, movidos menos por una reflexión consistente que por emociones piadosas, dirigidas a unas pocas especies que nos suelen caer simpáticas. Gompertz había nacido dos siglos antes de tiempo, y enseguida lo acusaron de “pitagórico” (forma de decir antiespecista, o menos especista) y lo intentaron apartar de los focos. ¿La excusa formal? La SCPA, cuyo primer secretario era un sacerdote anglicano, declaró que en adelante se guiarían por principios “cristianos” (matar animales, aparentemente), por lo que “ciertas sectas” tendrían vetado afiliarse.

Gompertz tuvo que renunciar a su cargo, en tanto que judío y “pitagórico”. Dedicó el resto de sus días a defender a los animales, en una sociedad por él fundada y en dos pioneros volúmenes que apenas se leyeron. Era también inventor: por poco no inventa la bicicleta —fue el segundo en diseñar un modelo— y formuló el concepto de carril bici. Su plan era ahorrar trabajo a los sufridos caballos de la Inglaterra victoriana, tras desistir de su fantasía de enviarlos todos a Arabia. Escribía: “Admito como axioma que todo animal tiene más derecho a usar su propio cuerpo que otros tienen de usarlo”. También: “¿Cómo se las podría arreglar el hombre sin la ayuda de caballos...? Descubrirlo es problema suyo”.

Aunque el invento más perdurable de Gompertz es el taladro con mandril expansible, su ambiciosa protobicicleta —propulsada directamente con los pies— refleja el destino de sus postulados éticos: cayó en saco roto, pero alguien la reinventó décadas después y aún sigue siendo el último grito. Sus contemporáneos, simplemente, no estaban preparados. Recordemos su penosa expulsión de la (hoy Real) Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales: cazadores cristianos vetando a un judío vegano porque se le declaró religiosamente incapacitado para entender el bienestar animal… Afortunadamente, nos hemos aclarado un poco las ideas desde entonces, aunque no lo suficiente como para que las lenguas europeas puedan expresar en una sola palabra qué es lo que personas como Lewis Gompertz se negaban a consumir.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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