- Sus maltratadores le pusieron de nombre Polvorín. En 2015, fue torturado con fuego en la localidad soriana de Medinaceli, durante el festejo conocido como 'Toro Jubilo'
- Los activistas no pudieron evitar su tortura, que le ha dejado secuelas para siempre, pero consiguieron que Polvorín fuera indultado y cedido al Santuario La Candela, cuya directora nos cuenta la nueva vida de esta víctima de la barbarie nacional
La primera vez que oí su nombre, Polvorín, fue en 2015, unos meses antes de que fuera torturado. Ya estaba elegido, ya estaba seleccionado, ya habían escrito para él un destino de sangre, de miedo, de dolor.
Cientos de personas fueron a defenderlo el día señalado. Gritaron y sudaron, intentaron salvar su vida, atrasar o detener la salida que lo llevaría a su infierno particular, al olor de la cera y al calor del fuego sobre sus ojos. Activistas de todas las partes del país lloraron con cada caída, con cada golpe. Cada lágrima que él vertía mojaba sus caras también.
Polvorín fue elegido por su envergadura, por su belleza, por su planta, por ser fuerte y distinguido.
La naturaleza dotó a las diferentes especies de cualidades únicas: los toros son seres increíbles, fuertes y sencillamente poderosos. El poder que la naturaleza les otorgó es el poder que el humano quiere arrebatarles, la esencia inmensa que el humano quiere hacer pequeña, la dignidad misma que no abandona nunca, volviéndose a levantar una y mil veces entre el fuego, el humo y los gritos.
Polvorín, el toro de fuego, sufrió su condena: horas de gritos, golpes y calor inmenso. Un calor que le hizo perder la visión de su ojo derecho. Un calor y un miedo que entraron en su alma y se agarraron a ella, haciéndolo un ser distinto, un ser marcado para siempre.
La ley ampara y ayuda a la celebración en todo el país de este tipo de fiestas populares, contribuyendo al maltrato y a un regocijo siniestro que representa a unos sectores de la sociedad desvinculados del respeto a la vida, de la igualdad y de la humanidad.
El duro trabajo de los activistas hizo posible comenzar las negociaciones para conseguir el indulto de Polvorín y su posterior cesión al Santuario La Candela, que dirijo. No pudimos evitar que fuera torturado, pero la mínima posibilidad de salvar su vida, de cambiar su destino, de pintar de colores aquella oscuridad, nos ha mantenido llenos de esperanza estos dos años de espera.
Después de meses de constantes problemas, emprendimos un viaje especial: más de 1.500 km en coche, junto a un camión usado normalmente para llevar toros de lidia a las plazas, y los corazones llenos de vida, de ganas de vida, de ganas de salvar una que ya había sido injustamente tratada.
Es desolador pisar la plaza de un pueblo que maltrata a un animal por diversión, ver las paredes y el suelo que fueron testigos directos de la tortura, el palo donde lo amarran, las marcas que dejan las cadenas. Una sensación tétrica que encoge el alma y que solo se cura cambiando su destino.
Polvorín entró en el camión que le iba a cambiar la vida y emprendió un largo viaje al sur, donde el resto del equipo nos esperaba, donde su nuevo hogar ya estaba preparado, donde ya era un miembro importante de nuestra familia.
Y bajó de noche del camión, y sintió entonces el aire en su cara, la tierra en sus pies. Y se paró un momento, y delante de todos se hizo consciente de que no había vuelto a aquella plaza, de que esto era otro lugar y nosotros otras personas.
Entonces sus ojos se escondieron de nuevo, su miedo se pudo sentir y nuestras lágrimas brotaron al verlo tan pequeño, siendo enorme.
¿Qué le habían hecho? ¿Cuán brutal fue la tortura que sufrió para temernos tanto? ¿Cómo estaba ahora su alma tan partida?
El día comenzó poco después de llegar, la luz le enseñó los árboles frondosos, el agua y el rico pasto que cubría el suelo.
Su piel brillaba y él nos hipnotizaba: sus movimientos tan perfectos, sus músculos, su fuerza increíble y la potencia que parecía haber perdido en aquel lugar horrible de dónde venía.
Nuestro trabajo comenzó entonces: curar su alma, proteger su cuerpo.
Polvorín fue el Toro Jubilo de Medinaceli 2015, un toro que quedó marcado por el maltrato. Pero ahora, gracias a cada grito, a cada paso, a cada una de las personas que asisten a las manifestaciones o comparten en redes sociales el mensaje de la abolición, hoy es un toro libre, un toro de lidia al que queremos y vamos a querer para siempre, alguien que nos ha enseñado lo frágil que se puede ser por dentro, a pesar de la fuerza de fuera.
Alguien que ha llegado para enriquecer más aún nuestra gran familia en el Santuario.