Parece ser que, para bien o para mal, Barcelona cada vez tiene menos que envidiar a la relación tan animal que los habitantes de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) o Lopburi (Tailandia) tienen con las distintas especies de simios que cohabitaban en sus regiones. La ciudad condal tiene jabalíes a porrillo, y sus visitas a los barrios periféricos y no tan periféricos se han convertido en otra seña de identidad del distrito de Horta-Guinardóse han convertido en otra seña de identidad del distrito de Horta-Guinardó.
En julio de 2016, , el Ministerio de Agricultura situaba la cifra de individuos locales en más de 1.500, cuando las batidas del año anterior mataron a más de un 43 % de la población total de la especie en la Sierra de Collserola. Otras fuentes, sin embargo, señalan que el número de jabalíes es mucho mayor, que la vía cinegética no está funcionando y que las medidas tradicionales están perjudicando el control de la especie más que ayudar a alcanzar un control ético del jabalí en un hábitat que se encuentra, por otra parte, totalmente desestructurado debido a esa cascada trófica que se ha diluido en los últimos cien años.
De cualquier modo, para poder comprender el grave problema que presenta este animal en la periferia de la capital catalana, resulta básico entender su naturaleza y su comportamiento. Cuando nos acercamos a ellos comprobamos que el jabalí (Sus scrofa) es un animal fascinante, inteligentísimo, que se desarrolla bajo el amparo de clanes matriarcales que mantienen a los bermejos (machos jóvenes) en la periferia del grupo y permiten a los rayones aprender cómo sobrevivir en el bosque. De poca actividad diurna, sociable, poco territorial y, hoy día, habituado a la presencia humana y con un activo y discutible comensalismo en su relación con la ciudad: el jabalí interacciona con nosotros de forma, principalmente, indirecta, beneficiándose de ello, pero no nos afecta negativamente siempre que no abandone su hábitat o se mueva por los espacios más periféricos de las ciudades; sin embargo, si se habitúa a espacios urbanos o agrícolas, su modo de vida puede suponer la destrucción de cultivos, y, en menor medida, provocar accidentes de tráfico o eventuales ataques directos contra personas o animales de familia.
La prensa, sin embargo, no ha dado muestras de un seguimiento detallado del problema, quedándose casi siempre a las puertas del mismo con titulares simples que hablan de los continuos acercamientos hasta los barrios cercanos a la Sierra de Collserola o de algún incidente menor. Casi es obligado tirar de hemeroteca si queremos encontrar algunas de las premisas que explican el comportamiento adaptado del jabalí urbano y la sobreexposición del mismo, que nos permite dividir a los individuos en salvajes, semihabituados (entre zonas agrícolas y urbanas) y habituados, aquellos que rondan en zonas urbanas e incluso se alimentan de la mano del hombre. Sobre la mano del hombre hay mucho que decir, no obstante, ya que en ella se esconde la culpa de esta situación, que ni la actividad cinegética tradicional ni las pruebas piloto que se han propuesto a la Diputación y a la Generalitat parecen poder resolver. Por un lado, se ha alimentado a numerosas poblaciones de jabalíes durante años, tanto de forma directa como indirecta, y, por el otro, no se han tomado medidas cautelares efectivas ni se han llevado a cabo campañas de educación o sensibilización ambiental que acogieran el problema con la gravedad que este podía tener. Un modus operandi muy similar al que se ha mantenido con otras especies autóctonas o alóctonas (cotorra de Kramer, tortuga de Florida, visón americano, mejillón cebra…), acerca de las que no se han buscado mecanismos de control, hasta llegar a un punto en el que el problema plantea una difícil solución.
Pero esto no es del todo cierto: a menudo, biólogos, ambientólogos, ecologistas y numerosos profesionales o activistas por los animales intentan asediar a la Administración Pública con propuestas de interés que no consiguen enraizar.
Las múltiples caras del jabalí
Para entender la actual situación del jabalí en la Sierra de Collserola debemos retrotraernos a la historia de la misma ciudad, que, desde el año 1987, considera que, de las 11.000 hectáreas de terreno de montaña, 8.465 hectáreas son parque periurbano que gestiona la Diputación de Barcelona. Así pues, la actividad humana ha supuesto un fuerte varapalo adaptativo a multitud de especies de la zona, donde encontramos el primer problema grave que explica la situación: el jabalí no tiene depredadores: excepto por una bala o por enfermedad, estos animales tienen pocos riesgos de morir en su hábitat. No es una situación aislada a nivel catalán o español, puesto que también lo vemos en otros países de Sudamérica, donde el javaporco brasileño es el caso más conocido, detructivo y viral. Asimismo, la presión humana (runners, ciclistas, excursionistas y un largo etcétera) provoca cambios en el comportamiento de las especies que allí viven, y que no solo se habitúan a un contacto más directo, sino que necesitan buscar nuevos espacios donde alimentarse a la vez que pierden el miedo a descender hasta las zonas urbanas.
Líneas atrás he adelantado que la mano del hombre ha supuesto un cambio directo en la conducta de estas especies, que no solo nos acerca hasta ver cómo los jabalíes hurgan en los contenedores de basura o vuelcan papeleras con el morro, sino que ha provocado situaciones habituales a través de las que los animales piden comida con insistencia. Esto debe matizarse, puesto que, de nuevo, gran parte de la culpa es nuestra, ya que, durante el primer año de vida, los rayones y los jabatos deben aprender a encontrar alimento bajo el amparo del clan: si les ofrecemos comida, alteramos esta conducta de una especie silvestre; ¡y no solo eso! Se han detectado híbridos de jabalí y cerdo vietnamita en múltiples puntos de la península, entre los que se encuentra Catalunya: muchas familias compran cerdos vietnamitas creyendo que se trata de cerditos mini-pig y, posteriormente, los abandonan irresponsablemente. La Sierra de Collserola no es una excepción, convirtiendo este en un problema que acoge la misma línea de abandono de especies alóctonas que sufre la estación de Atocha en Madrid o el Delta del Llobregat con las tortugas de Florida.
Los factores citados anteriormente (abundancia de comida, interacción humana, presión en el territorio, ausencia de predadores, etcétera) han supuesto la aparición de cambios biológicos en la especie, donde encontramos individuos de veinte kilos más de peso del habitual (de 30 a 50 kg) y cuya edad reproductiva en las hembras ha descendido hasta los seis meses. Se trata, pues, de un desequilibrio difícil de solventar, incluso con actividades tan polémicas como la caza deportiva, cuyos defensores alegan que es la única alternativa para que las cifras no crezcan todavía más de lo que lo han hecho año tras año. Por el contrario, múltiples detractores de estas prácticas sostienen que la caza incentiva incluso más las fases reproductivas del jabalí, que se han ampliado debido a la abundancia de comida y la reducción de los días de frío, y que suponen unas etapas de celo más extensas.
Un CES (Captura, Esterilización y Suelta) sin jaulas-trampa
Sergi García, ambientólogo y experto en actividades de educación, sensibilización y actuación ambiental, me explica el contexto en el que se enmarcó su propuesta durante una práctica de rastreo de animales silvestres por esa misma sierra. En el trayecto nocturno caminamos en relativo silencio, mientras una docena de jabalíes se acerca a los miradores de la carretera o aparecen para saludar entre muestras de curiosidad. Resulta la continuidad de una mala habituación de animales que, por desgracia, tienen pocos números de poder vivir sin esa relación con el hombre; me hablan del porqué de los rebudios (gruñidos), del rechinar de dientes, de las marcas contra los árboles con los que se rascan, de la posición de sus colas… y uno queda hechizado de la relación casi mágica que esos animales han generado, noche tras noche, por propia necesidad.
En este contexto, Elena Muñoz y Sergi García plantearon, en 2015, una prueba piloto sin necesidad de captura y suelta; convencidos de que, de este modo, el porcentaje de éxito sería mucho mayor, puesto que mientras capturar a un único jabalí supone la emisión de gruñidos de alerta hacia el resto del clan dificultando cada nuevo acercamiento, la habituación de ese hábitat desestructurado que se había generado entre excursionistas y antiguos alimentadores resolvía el contexto de una prueba piloto donde desde los rayones a los bermejos y las matriarcas tenían nombre y ficha etológica, pudiendo administrar anticonceptivos a las hembras, e incluso a machos, con el fin de hacer descender los niveles de testosterona y conseguir un objetivo que mantenía una doble hipótesis: menor número de nacimientos y menos problemas de territorialidad y dispersión de la especie en épocas de cría.
A diferencia de la captura, los ambientólogos proponían la administración directa de anticonceptivos amparados en el conocimiento de los clanes, donde cada jabalí contaba con su nombre y varios referentes (humanos) que permitían el seguimiento y la repetición de la dosis, junto a los criterios de seguridad que exige la normativa y un precio asequible. Sin embargo, la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), responsable de asesorar al Ayuntamiento de Barcelona, rechazó la propuesta de pleno mientras estudiaba otras alternativas. Pese a mi insistencia, no consigo conocer la razón fundamental del fracaso de la iniciativa, pero parece obvio decantarse por la imposibilidad de replicar este estudio hacia otros núcleos de población del jabalí: no en lo que se refiere a otros puntos de Catalunya, sino incluso a cualquier lugar alejado de la zona más oriental de Collserola, circunscrita a la región que delimita las carreteras secundarias hacia Cerdanyola (BV-14-15) y Sant Cugat del Vallés (BP-1417), respectivamente.
Control de la fertilidad en jabalíes mediante immunocontracepción
Este mismo 2017, se anunció un programa de control de fertilidad de los jabalíes en múltiples municipios catalanes que aboga por un modelo CES: el concepto es similar, si bien la metodología varía. Los jabalíes son inyectados con una vacuna que engaña al sistema inmunitario del animal, donde se estudiará no solo el descenso de la función reproductora, sino también otros indicadores asociados, como la disminución de las necesidades nutritivas tras suspender el ciclo de cría. Un modelo que, desde luego, puede replicarse en un rango mucho mayor que la propuesta de Muñoz y García, y que cuenta con un único contratiempo difícil de paliar: la captura y, sobre todo, el control (recaptura) de los primeros 300 individuos que participarán en el estudio de cuatro años de duración.
Algunos de los implicados también señalan un punto negativo para el que la Administración sigue sin encontrar solución: para los grupos muy “sedimentados” -es decir, habituados totalmente a las zonas urbanas- solo se plantea la caza con el fin de evitar posibles accidentes; asimismo, los proyectos lanzados en algunos municipios catalanes también informan de que la actividad cinegética se mantendrá al mismo nivel, puesto que, de otro modo, se podrían falsear los resultados del estudio, aunque se ha pedido a los cazadores que traten de no abatir a los individuos marcados con un crotal en su oreja, algo que parece poco factible tras la mira de un rifle o una escopeta.
De cualquier modo, estas iniciativas denotan cómo, poco a poco, empezamos a tomar conciencia de la importancia de una convivencia humano-animal en los espacios urbanos y en la naturaleza, iniciando una solución que todavía no es solución, pero que, por lo menos, llega. Queda por ver, no obstante, cómo se resuelve el conflicto de los jabalíes de la Sierra de Collserola, cuyos mecanismos de control poblacional -simples, a todos los niveles- han demostrado en reiteradas ocasiones la falta de voluntad o predisposición de los distintos equipos de gobierno; por lo menos, mientras no era una preocupación presente para un gran colectivo: otro ejemplo más de cómo la política, a menudo, no cumple bien su función como catalizadora del malestar social.