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El síndrome de fatiga por compasión

Niebla, mi camarada, / aunque tú no lo sabes, / nos queda todavía en medio de esta heroica pena bombardeada, / la fe, que es alegría, alegría, alegría.

Estos versos son el final del poema 'A Niebla, mi perro', escrito por Rafael Alberti en 1938. No se ponen de acuerdo quienes documentan la historia, porque algunos dicen que en realidad era una perra. En cualquier caso, Alberti compartió penurias, hambre y miseria, pero también alegrías, fe y esperanza con este ser vagabundo en uno de los periodos más difíciles de nuestra historia.

Algo de alegría, fe y esperanza es lo que necesitan muchas de las personas que pasan su vida cuidando de los demás, haciendo activismo político o que se dedican a alguna actividad relacionada con el trato a colectivos vulnerables.

El síndrome de Fatiga por Compasión, o burnout en inglés, es habitual entre la gente que trabaja o hace voluntariado proporcionando cuidados a otras personas. Medicina, enfermería, trabajo social, psicología, cuerpos como el de bomberos o los GREIM (Grupo de Rescate Especial de Intervención Alta Montaña). Pero, desde hace unas décadas, surgen también profesiones como la antrozoología, la etología y la veterinaria, donde los otros animales son el objeto de estudio, observación y cuidado. Además de estas profesiones, también se suman las personas que dedican casi la totalidad de su vida a rescatar animales en protectoras, oenegés o asociaciones, y las activistas que documentan las atrocidades de las que son víctimas: muertes prematuras, hambrunas, catástrofes naturales, amputación de miembros, discapacidades, enfermedades terminales, violaciones, abusos físicos y psicológicos o situaciones de estrés, apatía y desarrollo de estereotipias causadas por los períodos en cautividad.

Algunos de estos fenómenos son difícilmente evitables, como las catástrofes naturales a los que seres humanos también tenemos que hacer frente. Aunque los protocolos de rescate nunca prioricen a los animales y tengamos casos devastadores como el de los incendios en California, donde millones de animales en granjas y propiedades privadas fueron abandonados a su suerte hasta morir, a pesar de la movilización de muchos de los vecinos. Pero muchos de estos fenómenos son consecuencia directa de la acción del ser humano y su dominación sobre las otras especies, por lo que lidiar con todas las emociones que esto provoca de forma sostenida en el tiempo se hace insostenible por diferentes motivos para muchos activistas y profesionales que trabajan con animales.

La falta de autocuidado

“El síndrome de burnout fue primeramente detectado en policías y en profesionales de la salud. Posteriormente, otros autores describieron el burnout en personas que se ocupan del cuidado de otras, llamándole 'fatiga por compasión' o 'desgaste por empatía'”, explica Daniela Romero, licenciada en Psicología por la Universidad SEK de Chile y doctoranda en Psicología Social por la Universidad de Barcelona. Daniela es activista por los derechos de los animales desde hace muchos años y defiende que “la compasión, entendida como una profunda empatía por otro que está sufriendo, es habitualmente acompañada por un fuerte deseo de aliviarle el dolor o resolverle sus problemas”. Esto es algo habitual en las profesiones que hemos citado anteriormente y es el denominador común de las personas activistas por los derechos de los animales. “Las dificultades sobrevienen cuando la ansiedad y/o la angustia por el sufrimiento de otro se instala progresivamente, pudiendo llegar a volverse crónica”.

La Asociación Americana de Médicos Veterinarios define los síntomas más habituales de la fatiga por compasión: emociones reprimidas, aislamiento, dificultad para concentrarse, sentirse agotado mental y físicamente, dolores físicos crónicos, incapacidad para encontrar placer en actividades que antes se disfrutaban, quejarse demasiado del entorno laboral, falta de autocuidado (incluido el aspecto físico y la apariencia), pesadillas recurrentes o flashbacks, abuso de sustancias y otros comportamientos impulsivos con la comida o el juego.

La doctora en psicología clínica Julia Márquez advierte de que el síndrome de Fatiga por Compasión no es igual al Estrés Postraumático Secundario, que muchos de estos profesionales y activistas también sufren: “La fatiga es más compleja que el estrés, en el sentido de que implica una voluntariedad o el desarrollo de una función laboral. Una de las diferencias principales es que la fatiga incluye un componente de profesionalidad o voluntariado, como puede ser el caso de los activistas por los derechos animales. La fatiga sería el resultado del burnout y del estrés”. Insiste en que en el estrés no habría voluntad de exponerse a la situación concreta, aunque muchas veces no podamos evitar ver imágenes de violencia explícita en redes, y que el tiempo para desarrollar la patología sería otro de los factores que podría diferenciar ambos fenómenos: “En la fatiga se suele observar un desarrollo insidioso (a mayor tiempo trabajando en el área, mayor presencia de fatiga), mientras que en el estrés postraumático se observa un inicio más agudo” y, por lo tanto, si se trata a tiempo, más breve.

Es España, desde hace ya algún tiempo, el movimiento de derechos animales se está profesionalizando y cuenta con numerosas personas expertas en distintos campos. En su mayoría son mujeres, como sabemos por el único estudio que existe hasta el momento en población vegana y activista, realizado por Estela Díaz Carmona: las mujeres somos un 71% de la fuerza de trabajo, y es posible que desde 2012, cuando se realizó el estudio, haya aumentado la cifra. Así que en cuanto al burnout y las personas que trabajan en áreas relacionadas con los derechos de los animales,  la doctora Márquez aclara: “Los activistas por los derechos animales experimentarán un descenso en las horas que dedican a su trabajo, una necesidad de distancia del tema animalista junto con la sensación de que lo que hacen no vale para nada. Dicho de otro modo, en la Fatiga por Compasión se detecta una falta de motivación, una sensación de agotamiento y una pérdida del sentido del trabajo. Todo ello no tiene por qué observarse en el estrés postraumático, que no tiene relación con la actividad laboral”.

Pero, ¿qué sucede cuando observar imágenes violentas, leer informes perturbadores sobre violaciones a otros animales o rescatarlos de situaciones de peligro forma parte de tu trabajo? La línea es muy fina y es del todo posible que lleguen a convivir la fatiga y el estrés. Además, hay que sumar el rechazo que sienten muchas personas activistas a formar parte del grupo que históricamente está oprimiendo a los otros animales: los humanos. Se produce una disonancia cognitiva tan fuerte como en los veterinarios que siguen consumiendo animales. En este último caso, la solución cae por su propio peso y el veganismo se impone. Pero, por lo general, será necesario también contar con un buen psicólogo clínico para afrontar todas las dificultades asociadas a ambos fenómenos.

Candela Terriza, directora del grado de Psicología del IE University, difiere en la concepción que mucha gente tiene de la compasión, que en nuestra cultura se ve como algo denigrante si lo tenemos hacia los demás, y complaciente si la practicamos con nosotras mismas: “La empatía es la capacidad de reconocer y relacionarse con las emociones y los pensamientos de otras personas. Ponerse en su lugar y sentir lo que ellas sienten. La compasión es un comportamiento dirigido a eliminar el sufrimiento y a producir bienestar en quien sufre. Es impulso, es acción”, aclara.

“Sé más dura”, “No llores”, “Son llamadas de atención”, “Todos tenemos nuestros problemas”, “Por los animales se tiene que aguantar todo”... Quienes se expresan y, por ejemplo, se atreven a denunciar malas prácticas en sus asociaciones, acoso laboral, abusos de poder e incluso sexuales por parte de los hombres que mayoritariamente las dirigen, son tachadas de victimistas, acusadas de quitar el protagonismo a los otros animales, que son quienes verdaderamente sufren en este mundo, y condenadas al ostracismo social en los entornos cercanos y virtuales. Esto provoca un descenso en la autoestima de las personas, quienes salen de estas organizaciones, o de su trabajo como activistas independientes, padeciendo muchos de los síntomas asociados al burnout, pero también al Estrés Post Traumático Secundario, debido a que parte de su trabajo conlleva presenciar imágenes de maltrato constante hacia los otros animales.

Así que no tardan en interiorizar que no tienen derecho a gozar de una buena salud mental y a ocuparse de sus problemas: “Solemos pensar que no es posible que nos preocupemos de nosotras mismas cuando hay tantos animales sufriendo en el mundo y de mucha peor manera”, dice Daniela Romero. Pero, al igual que sucede en medicina, Daniela plantea la siguiente pregunta: “Si alguien está enfermo, ¿tiene el médico que acostarse a su lado y sufrir también?, ¿tiene sentido que el médico se acueste con el enfermo y se contagie por compasión?, ¿lo ayudará en algo?”.

Cómo afrontar la situación

La doctora Márquez recomienda primero una psicoterapia para abordar la situación de forma profesional y después poder “utilizar herramientas y técnicas terapéuticas para manejar las emociones del burnout y reenfocar la situación desde otra óptica y con otras estrategias de afrontamiento”. Después de esto, si hay síntomas de estrés postraumático, habría que confiar de nuevo en la terapia para poder “reelaborar el trauma, lograr un estado de relajación frente a estímulos que disparan el miedo o la reexperimentación, modificación y cambio de los comportamientos o hábitos que mantienen el trauma y las consecuencias negativas que este genera”. Márquez también aboga por la práctica de la meditación como complemento a la terapia que se esté siguiendo.

Como pasa en cualquier ámbito de la salud, la prevención es fundamental para que sea posible nuestro bienestar. Así que una vez conseguimos avanzar en la terapia, o si aún no hemos experimentado estas patologías y queremos prevenirlas, lo mejor es poner límites a nuestra exposición y trabajo: “Una muy buena idea es limitarse a franjas del día en las que sí estaremos en contacto con imágenes o historias violentas de sufrimiento y maltrato, y otras horas en las que no estaremos en contacto con este tipo de material”, nos aconseja la doctora Márquez.

Ahondar más en el tema también conseguirá que detectemos las señales antes. Para ello, hay tres libros con los que los defensores de los animales (no solo activistas, sino también los mencionados profesionales de la etología, la antrozoología o la veterinaria), pueden contar. El primero, de 2007, es de la académica Pattrice Jones, editado por Lantern y de momento solo disponible en inglés. En el blog de Tras los Muros está disponible la traducción de uno de los capítulos más relevantes del libro: Miedo a sentir: trauma y recuperación en el movimiento de liberación animal. Quizás una de las aportaciones más interesantes sea ese mito de que nosotras, como animales superiores que nos creemos, podemos trascender nuestras emociones de una forma mucho más sofisticada que el resto de animales. En su libro Hacia mundos más animalesHacia mundos más animales, publicado por la editorial Ochodoscuatro, la antropóloga Laura Fernández aborda la crítica al binarismo ontológico y sus falsos opuestos (dado que también somos animales).

Sobre salud mental en activistas, se publicaron en 2017 otros dos libros: Even Vegans Die (Los veganos también mueren) de Carol J. Adams, Patti Breitman y Virginia Messina. Es un título obligatorio para quienes siguen difundiendo falacias sobre el veganismo, como que es una cura de salud para cualquiera. Sabiendo que esta información es falsa y que ser vegano no te hace inmune a cualquier enfermedad, la aportación más relevante de sus autoras es derribar dentro de los círculos veganos el mito de la perfección y permitir a las personas ser falibles. También abordan la ética de los cuidados y temas tan dolorosos como el tránsito del duelo. Este tema es abordado también por la doctora en psicología Melanie Joy en su último libro Beyond Beliefs (Más allá de las creencias), donde aporta pautas concretas para poder llegar a mejores entendimientos comunicativos entre personas veganas y no veganas, así como una explicación mucho más profunda del trauma y su capacidad de extenderse como un virus, contagiando así a quienes tenemos en nuestros círculos sociales, que con las redes sociales se han visto amplificados.

Sin embargo, Candela Terriza nos da la clave para sobrellevar las burlas y el ridículo al que muchas veces nos someten socialmente por preocuparnos por los otros animales: “Buscar el apoyo social y emocional entre personas afines es fundamental para mantenerse fuertes, resistentes y saludables”. ¿Y para superar la desesperanza frente a los actos de extrema crueldad y o de gran magnitud?: “Generar una perspectiva de construcción, donde no se pretende una solución inmediata y total para aliviar el sufrimiento animal, sino que se agradece lo que hacemos cada día y avanzamos de una forma sostenida en el tiempo”, asegura. “Por eso y dado que existimos en una sociedad tan especista, el autocuidado y el cuidado mutuo entre activistas es indispensable. Son actos de resistencia. Son indispensables para seguir siendo activistas a largo plazo. Son requisito para un activismo eficaz”, sentencia Daniela Romero.

En su libro Un paso adelante en defensa de los animales, el filósofo Oscar Horta habla de “ampliar nuestro círculo moral a los otros animales”. Esto, tal y como se puede entender, y al contrario de lo que se acusa en infinidad de veces a los activistas antiespecistas, no implica quitar derechos a las personas humanas para dárselos a los animales no humanos. Operando con ese mismo criterio de justicia y equidad, donde los intereses morales de los individuos sintientes han de satisfacerse por igual, no hay que dudar en recordar que nuestra salud mental también importa, que no somos capaces de trascender nuestros sentimientos y que nosotras también somos animales. Quizá sea solo entonces cuando seamos capaces de dejar que en “esta heroica pena bombardeada” trasciendan la fe y la alegría.

Niebla, mi camarada, / aunque tú no lo sabes, / nos queda todavía en medio de esta heroica pena bombardeada, / la fe, que es alegría, alegría, alegría.

Estos versos son el final del poema 'A Niebla, mi perro', escrito por Rafael Alberti en 1938. No se ponen de acuerdo quienes documentan la historia, porque algunos dicen que en realidad era una perra. En cualquier caso, Alberti compartió penurias, hambre y miseria, pero también alegrías, fe y esperanza con este ser vagabundo en uno de los periodos más difíciles de nuestra historia.