Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
España tiene más de un millón de viviendas en manos de grandes propietarios
La Confederación lanzó un ultimátum para aprobar parte del proyecto del Poyo
OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

Tauromaquia en las aulas: adoctrinando en la crueldad

Lo que se dé a los niños, los niños lo darán a la sociedad (Karl A. Menninger)

Son las nueve de la mañana en una clase de sexto de primaria de un colegio de Castilla-La Mancha, uno cualquiera. El profesor se dirige a sus alumnos: “Niñas, niños, hoy os tenemos preparada una sorpresa. Nos visita un hombre que va a contarnos muchas cosas acerca de su trabajo, una profesión apasionante y arriesgada que hará que más de una y uno sintáis envidia. Por favor, recibidle con un aplauso...”. Se abre la puerta y entra Juan José Padilla, o David Fandila “El Fandi” , o Julián López “El Juli” (¿qué más da el nombre si a todos ellos iguala el color rojo ajeno de sus manos?)

Durante dos horas los chavales ven, tocan y aprenden (¿aprenden?) acerca de capotes, banderillas, estoques o suertes, todo ello explicado por quien, utilizándolos para confundir, torturar y acabar con la vida de un toro, los exhibe como arte, cultura, heroísmo y defensa de los toros. Sí, digo defensa, porque los toreros juran amar al toro más que nadie, lo de ensañarse con él hasta matarlo no es significativo en su discurso.

El doctor en Física Jorge Wagensberg también sostuvo algunos de esos instrumentos en sus manos en el Parlament de Catalunya y habló sobre ellos durante la ILP por la abolición, pero lo hizo detallando cuál era su verdadera función. Y las manchas de sangre en esos elementos durante la lidia real hacen que sean mucho más creíbles las palabras, terriblemente duras, en boca del científico, que la poesía, insoportablemente cínica, en la boca del torero.

Los críos observan en un proyector imágenes formato cómic de toros contentos en los camiones y en los cajones, de toros orgullosos en la plaza, de toros que sonríen al morir, de toros que tal vez estén dibujados en bolsas de pipas o en páginas para niños. Animales que al fin nada tienen que ver con esos de carne, hueso y sistema nervioso central que chorrean en la arena dolor por sus heridas y pánico por sus miradas, efectos científicamente descritos por el veterinario y presidente de AVATMA, José Enrique Zaldívar, en su intervención en la Comisión de Medio Ambiente en el Congreso de los Diputados, así como en otros muchos foros.

En un suelo sin sangre, en un encerado sin heridas, entre las paredes de un aula sin lamentos, resulta sencillo disimular la brutalidad y hasta disfrazar de gesta la violencia; sobre todo, si quienes escuchan son niños. Dime, profesor de una mañana y matador de mil tardes, ¿podrías engañar también a esos pequeños en la plaza? ¿Qué les contarías allí de las patas dobladas del animal, de sus estertores, de sus vómitos de sangre? ¿Le dibujarías, mientras agoniza en la arena, una sonrisa con una tiza para seguir jurando a los niños que ese toro es feliz?

No hay aberración sin su correspondiente explicación

¿Qué hacer cuando no existe relevo generacional para la comisión y la afición a la crueldad? Pues, por ejemplo, meterle propaganda y dinero con estrategia de adultos y mentalidad infantil. Dinero para las escuelas taurinas, como esa de Guadalajara en la que se descubrieron menores con fracturas de mandíbula o clavícula. O para subvencionar las gradas y abonos para jóvenes y estudiantes, como en la feria de Bilbao. Propaganda en las aulas, de las que luego saldrán niños con una duda: ¿por qué a un toro sí y a un gato no?

Y puede que, incapaz de resolverla, entre ellos haya alguno que protagonice episodios como los que leemos de vez en cuando en los medios: un perro quemado vivo, un gatito con la columna vertebral partida, una burra con un palo ensartado en su vagina o la vaquilla de Alhaurín, a la que un grupo de jóvenes mató a garrotazos, patadas, retorciéndole el cuello. A veces, la otra mitad de la empatía selectiva es la crueldad selectiva. Que el Comité de los Derechos del Niño de la ONU declarase hace unos meses en sus conclusiones ser partidario de una prohibición de la participación de los menores como toreros o asistentes en las corridas, instando a los países a adoptar medidas de sensibilización sobre la violencia asociada a este espectáculo y su posible impacto en los niños, no es algo relevante para gobernantes y taurinos.

Lo expuesto es sólo una consecuencia más de la firme apuesta del Gobierno del Partido Popular por la tauromaquia a la que, desde el principio de su legislatura, ha otorgado todo su apoyo moral y económico. PENTAURO es parte esencial de esa apuesta. Se trata del Plan Estratégico Nacional de Fomento y Protección de la Tauromaquia, aprobado en diciembre de 2013 y dentro de la regulación de la tauromaquia como Patrimonio Cultural. En él se habla de calidad, de fomento o de competitividad, términos muy apropiados al referirse a un negocio sin violencia o al arte sin sufrimiento, pero estremecedores al hacerlo sobre el favor gubernamental a la tortura y la ejecución de un animal plenamente capaz de sentir miedo y dolor.

Este Plan también llevaba en su hoja de ruta la idea de que las corridas fueran declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, propuesta que acabó, como no podía ser de otro modo, en un fiasco, porque aunque el PP sí ha conseguido declararlo Bien de Interés Cultural en algunos lugares, en cuanto la cuestión trasciende a la cuadrilla que se fuma puros ante la violencia, o muestra sacando pecho y paquete las orejas amputadas a una víctima todavía agonizante, les frenan el paseíllo triunfal. La universalidad geográfica y social de la tauromaquia es casposamente provinciana y endogámica.

Todo este entramado para administrar un suero (muy caro) a un paciente moribundo (al que se empeñan en mantener vivo como John Doe a su víctima en Seven) parte de los mismos políticos que decidieron recortes del 28,8% en la educación secundaria o del 62,5% en la universitaria, mientras el Ministerio de Educación y Cultura anunciaba la extensión de ayudas de acción y promoción cultural, socioeconómica y medioambiental para la tauromaquia y asociaciones ligadas a ella. No parecen sentirse en modo algunos avergonzados por los informes PISA, que en 2014 vuelve a advertir de un nuevo descenso en el nivel de los alumnos españoles en matemáticas, ciencias, comprensión lectora y habilidades prácticas, muy por debajo de la media de los países de la OCDE. Pero qué más dará eso mientras los chavales conozcan qué es un estoque, la suerte de varas o una chicuelina, ¿verdad? Del sufrimiento del animal no hace falta que sepan tanto.

Parte también de un Gobierno que instituyó la Comisión de Asuntos Taurinos dentro la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales, al tiempo que rechazaba la creación de nuevas plazas escolares aduciendo un excesivo gasto para las administraciones correspondientes. Que mantuvo y estableció nuevos premios en metálico a la tauromaquia, en algún caso con una cuantía superior al Nacional de Literatura. Que desprecia la realidad reflejada en una encuesta de Sigma Dos de 2012: un 82% de los españoles no estaba de acuerdo con financiar festejos taurinos (ahora son todavía más) pero sí apoyaba el mantenimiento y aumento de ayudas a partidas para Investigación, Educación, Cultura o Dependencia.

Y suma y sigue, sin límite, como tampoco lo tiene en su chulería, en su torpeza y en su adicción a la violencia en los ruedos el principal baluarte legislativo de la tauromaquia en España, el ministro peor valorado de la historia reciente: José Ignacio Wert. Y además un ignorante en su prepotencia, lo volvió a demostrar cuando dijo: “Soy como un toro bravo, me crezco con el castigo”. Tanto defender la lidia y todavía desconoce que el toro es un herbívoro pacífico que huye del combate y que, cuando planta cara, como lo hace una gacela -¿también son bravas?-, es porque se siente acorralado o agotado, porque no hay más salida. Como haría usted, como haría yo, si varios energúmenos nos estuviesen clavando picas, banderillas y espadas.

Un ministro en permanente idilio con el entorno taurino, algo que se aprecia en el comienzo de esta carta que le dirigió la Mesa del Toro hace ahora un año:

Excmo. Sr. Ministro de Cultura:

Hemos recibido con enorme satisfacción tanto los profesionales taurinos, como todos aquellos que amamos la cultura en todas sus formas de creación de belleza, no sólo la incorporación de la tauromaquia al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Si no, que sabemos valorar el especial interés y entrega, que el Sr. Ministro está poniendo de manifiesto en estos momentos difíciles que atraviesa España, a favor de la Fiesta como una de las mayores y mejores aportaciones de nuestro país al acervo cultural de nacional e internacional

El torero Enrique Ponce dijo ante Wert en una de las reuniones que mantuvieron: “Debemos conseguir un espectáculo moderno, cercano y asequible. La tauromaquia no entiende de política. La cultura solo entiende de libertad”. ¿Moderno?: admitir que el toro sufre (ciencia); que no ha nacido para eso (cordura y justicia); que la especie o las dehesas no desaparecerán si no hay corridas (etología y ecología); que prohibir es lo más sano que existe cuando el acto que se prohíbe es insano (progreso, evolución); que no he de hacer a otros lo que no quiero para mí (empatía); o que no podemos educar a los niños dando por lícito ningún tipo de violencia (pedagogía, decencia, respeto, igualdad). Admitir todo eso sí que es modernidad. Negarlo es primitivismo cognitivo y ético.

Sí, Ponce, la cultura entiende de libertad, pero esa libertad no es aplicable cuando en nombre de la cultura se ejerce la agresión extrema y sañuda con un animal. También es cultura el acervo de conocimientos y costumbres de un grupo social o de una época, y, si no llega a ser por las prohibiciones, las calles seguirían siendo escenario de infinidad de crímenes culturales. Cuando en España la policía ha irrumpido en lugares donde se estaban celebrando peleas de perros, hemos podido escuchar de boca de sus organizadores argumentos muy similares a los empleados por los taurinos.

Esto debe de ser lo que esta gente llama Marca España, esa que nos dicen que debemos pasear orgullosos dentro y fuera de nuestro país, mientras tantas veces hemos visto cómo muchos de los turistas que llevan engañados a Las Ventas salen de la plaza entre lágrimas y arcadas tras el primer toro. Asco, mucho asco. Y vergüenza, tardes y más tardes de vergüenza. Por cierto, por tanto nombrar al PP como partido en el Gobierno, que nadie piense que eximo de responsabilidad en todo este asunto, que la tiene y mucha, al PSOE. Y no son los únicos.

No es realista pensar que todo ser humano alcanzará el desarrollo moral de Martin Luther King o de Gandhi, pero sí es ineludible que dotemos a todos los niños de los principios que les puedan permitir llegar a obtenerlo, en vez de hacer añicos a lanzadas, estocadas, disparos, palos o pedradas sus neuronas espejo.

Lo que se dé a los niños, los niños lo darán a la sociedad (Karl A. Menninger)

Son las nueve de la mañana en una clase de sexto de primaria de un colegio de Castilla-La Mancha, uno cualquiera. El profesor se dirige a sus alumnos: “Niñas, niños, hoy os tenemos preparada una sorpresa. Nos visita un hombre que va a contarnos muchas cosas acerca de su trabajo, una profesión apasionante y arriesgada que hará que más de una y uno sintáis envidia. Por favor, recibidle con un aplauso...”. Se abre la puerta y entra Juan José Padilla, o David Fandila “El Fandi” , o Julián López “El Juli” (¿qué más da el nombre si a todos ellos iguala el color rojo ajeno de sus manos?)