Un fantasma recorre las montañas de Europa y del resto del mundo. No, no se trata del fantasma del comunismo. Ése se lo dejamos a Marx y a su camarada Engels. Se trata del F.K.T. (Fastest Known Time) que, traducido, sería algo así como menor tiempo conocido o tiempo más rápido conocido. Si hace un par de décadas existía una auténtica fijación por la “prominencia” y por ascender a tales o cuales cimas porque figuraban en los primeros puestos de la lista de montañas más prominentes del mundo, en la actualidad, la obsesión se ha trasladado a hacer lo mismo pero hacerlo en el menor tiempo posible, de manera más rápida, ligera y eficiente que cualquier predecesor o rival.
Uno de los pioneros o precursores en estas lides fue Ueli Steck (1976 – 2017) apodado la “máquina suiza”. Aunque ignoramos el tipo de máquina a la que se refería el ingenioso periodista deportivo que le puso ese mote, lo más probable es que fuese un reloj, un reloj de cuco, por más señas, porque sus escaladas contra-reloj son legendarias. Los primeros ensayos y ascensiones exprés de este alpinista se desarrollaron en la Nordwand, la cara norte del Eiger. En 2007 logró completar la ruta Heckmair en un tiempo récord de 3 horas y 45 minutos; al año siguiente rebajó esa marca hasta las 2 horas 47 minutos y, en 2015, volvió a batirla dejándola en 2 horas 22 minutos. El éxito, la popularidad y los contratos comerciales cosechados a través de estas ascensiones le llevó a repetir la misma fórmula en otros escenarios, tanto europeos (Grandes Jorasses, 2 h 21 min; Cervino 1 h 56 min) como asiáticos (Shisha Pangma, 10 h 30 min; Annapurna, 28 h). Lamentablemente, esta carrera contra el tiempo acabó de una manera trágica y, sobre todo, prematura. La vida de Steck se extinguió a finales de abril de 2017 en las laderas del Nuptse cuando se preparaba para iniciar la travesía Everest – Lhotse. La historia es demasiado terrible para frivolizar o ironizar sobre ella, pero es evidente que nadie puede vencer al tiempo, lo podremos engañar o entretener más o menos pero, al final, es imbatible, siempre gana.
Al margen de este y otros desenlaces igual de dramáticos, lo cierto es que la filosofía, el sistema de valores o la práctica del F.K.T. se ha extendido y contaminado muchas otras actividades deportivas. Los alpinistas como Kilian Jornet, Filip Babicz, Dani Arnold, Karl Egloff o Alex Honnold no son los únicos ni están solos en su intento de desafiar al tiempo y batir todas las marcas. Este espíritu también ha hecho mella en navegantes, ciclistas, corredores, nadadores, caminantes o esquiadores. Todos, en mayor o menor grado, parecen haberse conjurado en este culto o devoción por la velocidad. Las motivaciones que laten tras ella tienen que ver, posiblemente, con pasiones tales como la vanidad, el orgullo o la gloria; con la notoriedad que otorgan los titulares periodísticos y los patrocinios económicos derivados de ellos o con la existencia de una plataforma oficial (https://fastestknowntime.com) que publicita, informa, registra y da cobertura a esta clase de desafíos. No todos los desafíos ni todos los recorridos son merecedores de figurar en su catálogo. La condición que debe cumplir cada ruta, y citamos palabras textuales, es que “debe ser notable y lo suficientemente original como para que otros estén interesados en repetirla”. Estas condiciones son lo suficientemente laxas como para permitir la inclusión de toda clase de itinerarios, desde el Camino de Santiago, el Ignaciano o la Transiberia a la travesía Breithorn – Dufourspitze y a la integral de las 82 cimas de los Alpes que rebasan los cuatro mil metros.
Después de este preámbulo, es preciso subrayar que, efectivamente, los seres humanos llevamos cientos o miles de años corriendo de aquí para allá y, desde que se inventó la rueda, haciéndolo cada vez más rápido. Eso no es ninguna novedad. Lo verdaderamente novedoso es que, en la actualidad, nuestra proverbial prisa ya no permanece confinada a los aspectos productivos o laborales sino que se ha extendido al ocio, al deporte y a las relaciones humanas. Estas conductas, denunciadas en múltiples obras por el filósofo coreano Byung-Chul Han, son un síntoma de la enfermedad que nos aqueja a la par que una manifestación del modo en el que el sistema domina, impregna y contamina el resto de realidades sociales, culturales y simbólicas. La sociedad industrial y su apología de la eficiencia, la competitividad, la contabilidad, el ahorro de tiempo, la productividad y el consumismo se han infiltrado de tal modo en nuestra cotidianeidad que ya no sólo no nos producen extrañeza sino que, además, son aceptadas de buen grado.
Llegados a este punto, deberíamos pensar en buscar una alternativa promoviendo el uso del acrónimo S.K.T. (Slowest Known Time) que significa exactamente lo contrario que F.K.T. Si esta transformación ha sido posible en otros ámbitos como en los de la gastronomía (slow food), la moda (slow fashion) o los viajes (slow travel), no es disparatado que la misma filosofía pueda aplicarse a la montaña. De hecho, ya hay alpinistas que colocan el estilo, la experiencia vital, la seguridad o el compañerismo por encima de cualquier otro fin. Pensemos por un momento en los budistas tibetanos, en las rutas de peregrinación que realizan a lo largo de meses o años y en su modo de avanzar postrándose, levantándose y volviéndose a postrar. Las distancias que recorren no se miden ni en metros ni en kilómetros sino en cuerpos, sus propios cuerpos. Ellos tienen un propósito, un destino, una misión. ¿Adónde nos conduce a nosotros la creciente aceleración del tiempo o de la vida? ¿A prolongarla haciéndola más satisfactoria o a todo lo contrario?