La prostituta
Los periodistas, ya se sabe. Qué bichos. Sucedió hace muchos años que uno de ellos, que se debía encontrar especialmente inspirado, le preguntó al gran Reinhold Messner la razón por la que sus expediciones no eran patrocinadas nunca ni en mucho ni en nada por el gobierno de su región de Italia, el Tirol del Sur. Me puedo imaginar perfectamente los pelos de la barba del colérico alpinista echando chispas, y sus ojos centelleantes de la rabia que para sí quisiera un dragón tibetano, cuando con cierta e inhabitual diplomacia le respondió que “preferiría estar patrocinado por una prostituta”. Digo que con cierta diplomacia porqué creo que a lo que Messner se refería era a una puta.
Afortunadamente para mi persona, al menos en la Navarra donde nací y donde a veces vivo, han pasado ya hace tiempo los años en los que el gobierno local se estiraba lo suficiente, a regañadientes, para que los alpinistas pudieran salir a escalar en el Himalaya portando banderas y estandartes, ansiosos de pagar una deuda contraída por todos por el mero hecho de ser pobres. Según los expertos, que para eso tienen el título de expertos, la situación económica, y todas esas vainas que salen en la parte de los periódicos que nunca leo, ha mejorado mucho en los últimos 20 años. (Creo que los expertos no viajan mucho por Africa o Asia...) Así que, sí, existen empresas y compañías suficientes como para que alguien que se lo plantee con seriedad y profesionalidad, o alguien que tenga un cierto talento en algo, aunque sea vender humo, o un pelín de suerte, o simplemente buenos contactos, pueda dedicarse a la montaña como profesional. A sobrevivir de ella, me refiero, no a hacerse millonario, pero siempre dependiendo de esas empresas privadas. Y soy, como Messner, uno de los que piensa que el dinero público ha de ser para otros menesteres, no me pregunten cuáles.
Por eso se me erizaron uno por uno todos los pelos del cuerpo cuando leí, en el pasado número de CampoBase y publicado por error, que yo era un alpinista (de “prestigio internacional”, decía el cachondo del redactor...) patrocinado por Lorpen, Diario de Navarra y Diputación de Navarra. Y esto último, no. A Lorpen y a Diario de Navarra les estaré eternamente agradecido por apoyarme, por estar ahí a las duras y a las maduras, por pagarme los costes de mis numerosas expediciones, por impulsarme a escribir, hacer fotos, probar material y dar conferencias en su nombre. Pero el Gobierno de Navarra nunca me ha patrocinado, ni nunca lo hará.
Tengo grandísimos amigos esponsorizados por sus gobiernos regionales, y observamos nuestras diferentes actitudes desde la tolerancia. Maneras de vivir. Me parece perfecto que lleven el nombre de su región cosido por la pechera, y con orgullo, si quieren. Pero yo, no. La política es una actividad tan podrida que no quiero verme mezclado con ella ni de lejos. Quizás algún futuro día, si hay éxitos grandísimos que celebrar y más aún si llegan pronto las eleciones, los señores políticos me llamen a palacio para salir en la foto. Es su trabajo, les pagan por ello. Y yo iré porque es el mío, y tendré que buscar por el armario unos pantalones vaqueros que me regaló Edurne Pasaban para no ir a la boda de Mikel Zabalza “hecho un gitano” y ponérmelos, e incluso una camisa, quizás. Es lo que tiene lo de ser un profesional como la copa de un pino.
Columna publicada en el número 30 de Campobase (Agosto 2006).