Violencia machista. Si la Violencia de Género es la violencia social y sistémica sólo en el ámbito de la pareja o expareja, las violencias hacia las mujeres por el hecho de serlo abarcan todos los espacios. Eso es la violencia machista. El trabajo es un ecosistema propicio para que los hombres machistas den rienda suelta a sus privilegios alimentando su supremacía sobre las mujeres. Más formas de maltrato.
Las mujeres son más vulnerables en cuanto a la ocupación laboral y, a más edad, más vulnerabilidad. Si bien las cifras de desempleo golpea más a las mujeres jóvenes, las de mediana edad hasta su jubilación tienen una probabilidad de inserción laboral harto limitada. Esta circunstancia supone miedos a la hora de mantener el puesto de trabajo en un país con una precariedad laboral de índices vergonzosos. Ninguna de estas circunstancias se les escapa a los hombres machistas jefes y compañeros, por lo que su atrevimiento para el acoso hacia ellas se ve soportado por el miedo de una mujer que, o se somete, o pierde su puesto de trabajo.
En el aspecto laboral, el acoso machista se produce por jerarquía y entre iguales. El jefe machista con hombres y mujeres a su cargo tratará siempre con más desprecio a una mujer por creerla inferior, y lo hará por la necesidad de mantener un estatus y apariencia que probablemente no haya conseguido por méritos propios laborales e intelectuales.
El acoso suele manifestarse por correcciones constantes e innecesarias, haciendo creer a la mujer que se equivoca constantemente, al contrario que a sus subordinados hombres, que siguen siendo bendecidos para el desarrollo profesional impoluto o lo que viene siendo “me la suda cómo lo haga tu compañero”. Control del trabajo y de horarios exhaustivos a modo de presión; críticas al absentismo laboral justificado (no olvidemos que las mujeres siguen llevando el peso de los cuidados familiares por línea nuclear y extensa). Se dirigen a ellas como “la chica” independientemente de su edad o “el grupo de las chicas” cuando un equipo de trabajo está formado sólo por mujeres; “guapa”, “cariño” o “mi niña” porque somos canarios y los canarios somos cariñosos y tú vas a tu puesto de trabajo a que tu jefe machista te dé cariño. Serás señorita toda la vida, que ya sabemos que ellos son los señores. En las tomas de decisiones son ignoradas, pidiendo opinión sólo a ellos, y si alguna tuviera la oportunidad de ser escuchada, se tomará en cuenta la de su igual con pene. Oportunidades de ascenso, trabajos creativos, flexibilidad, ideas e iniciativa: en la sección de hombres. De la brecha salarial hablamos otro día.
En cuanto a los iguales, serán los cómplices de los jefes en los despachos a la hora de las críticas hacia ellas, ganándose sus favores en un ritual de lametazos propio de animales agradecidos. Las vigilan y ofrecen una ayuda que no hace sino enmascarar que se apropien de cualquier iniciativa. Son los que, cuando una mujer habla en una reunión de trabajo, la rebate quitando importancia a lo que dicen porque “yo ya controlo lo que estás diciendo”. Son un constante “yo te lo explico”, “yo te digo cómo se hace” y, sobre todo “yo sé cómo funciona todo, HAZME CASO”. Son los mansexpleiners o machoexplicadores. Con sus congéneres no se atreven. Se convierten en una comunidad cerrada, en un club excluyente, en eternos coleguitas con canas en los testículos.
En cuanto al acoso sexual, es muchísimo más amplio y común de lo que a priori pueda parecer porque están normalizadas infinidad de conductas. Vamos a identificar algunas de ellas:
La mano en el muslo. Cada vez que quiere llamar tu atención lo hace poniéndote una mano en el cuádriceps femoral porque todos sabemos que es el músculo auditivo en las mujeres. Luego está la figura del trapecista, que va todos los días a trabajar a hacerte la vida mejor dándote un masaje en los trapecios y explicándote que a él se le da muy bien y que en cualquier momento lo puedes llamar para más masajes. El pasante, que para dejarte pasar te rodea por la cintura y te empuja un poco porque si no tú sola no avanzas. El mariscador, que lo primero que hace es extenderte sus redes sociales para ver qué pesca. De esto a empezar a rozarse contigo, mano sobre mano cada vez que te habla, el brazo por encima como gesto de confidencia, mano en la nuca por si te fallan las cervicales, cosquillas, besos espontáneos y de ahí lo que les surja, un paso. No toques a una mujer en el trabajo más allá de darle la mano para saludarla o toque en el hombro como gesto de cortesía, y abracitos de saludo si hay relación de amistad. Repito: amistad.
A partir de aquí, mujer, vas a estar en una de las siguientes categorías: guapa, guapa follable o fea. Los jefes machistas nos darán oportunidades laborales en función de lo guapa que les parezcamos. A más joven y guapa, más oportunidades. Se encerrarán en los despachos y cuando crees que tienen atada la coordinación del trabajo y del personal, ya estás en una de las categorías. Si ven que tienes “posibilidades” harán comentarios constantes sobre tu aspecto físico. De repente y sin saberlo has entrado a trabajar con Lluís Llongueras y Lorenzo Caprile: tu ropa, tus zapatos, tu maquillaje, tu peinado, tus uñas, tu pelo... tus facciones, tu peso, tu altura, tus datos biométricos... tu culo y tus tetas. Tendrán siempre una opinión que darte para que luzcas como les gustas y les alegres la vista durante ocho horas diarias. Hasta que te generen la creencia de que a más guapa, más profesional y mejor persona.
Si los empresarios todos tuviesen conciencia de esto, no participen o sean cómplices, tuvieran protocolos de actuación contra todo tipo de acoso machista en el trabajo y lo aplicaran, las violencias contra las mujeres irían desapareciendo en pro de unas relaciones de respeto a la mujer que aún estamos muy lejos de alcanzar. “Pero si estos protocolos ya existen”. Entonces que cuando la mujer lo comunique o denuncie tenga por parte de su empresa protección, apoyo, y no termine despedida.