África y Europa se citan en el momento más complejo

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La próxima semana (17 y 18 de febrero) la Unión Africana y la Unión Europea celebrarán en Bruselas su sexta cumbre tras varios aplazamientos a causa de la pandemia. Por fin, África y Europa abordan el momento de configurar las bases para “replantear su relación”, un momento (eso según la visión europea) para dejar atrás cualquier atisbo de relación paternalista para establecer un verdadero trato de tú a tú, entre iguales. Por la parte europea, entiendo y comparto que eso es una aspiración bienintencionada y, quiero pensar, sincera. Sin embargo, organizar una cumbre para ofrecer este nuevo marco de relaciones (reiterado desde hace un tiempo) en un momento tan complejo como el que vivimos, tiene sus riesgos: que no nos crean.  

El mundo vive en 2022 una encrucijada muy particular. Globalmente, las grandes potencias buscan su nuevo espacio en el orden mundial, y África no solo no ha quedado al margen (como tantas otras veces en que sirvió simplemente como espacio que repartirse trazando líneas en un mapa), sino que está en el mismo centro del mapa geopolítico de hoy. Se le reconoce como un continente rico en materias primas que necesitan todas las potencias industrializadas, estratégicamente situado y con el mayor potencial y tesoro que pueda existir en este momento: el demográfico. 

El escenario arranca no sin dificultades: es complicado pedirle a África este trato de igual a igual cuando el desequilibrio en la vacunación por el COVID, el asunto ahora mismo más importante para la estabilidad global, es vergonzoso. El comportamiento europeo en esta pandemia (pese a ser el que mayor aporte de vacunas ha hecho a la iniciativa COVAX) es muy difícil de justificar: ha bloqueado cualquier iniciativa que facilite una transferencia de tecnología o de liberalización de patentes que permita que África produzca sus propias vacunas para luchar contra la pandemia, ha acaparado de forma excesiva vacunas que caducarán en los congeladores y, para más inri, cerró fronteras de forma implacable cuando desde Sudáfrica, en una elegante muestra de excelencia científica y profesionalidad, se informó de la detección de la variante ómicron. 

Es complicado pedirle también a África una asociación leal en un contexto de estabilidad y seguridad cuando en el último año se han sucedido cinco golpes de Estado, la mayor parte de ellos en África occidental. En el Sahel, espacio en el que la situación securitaria no para de complicarse, es evidente que existe desde la ciudadanía (en Mali acaban hasta de expulsar al Embajador francés y desautorizar el despliegue de tropas danesas) un sentimiento antifrancés que interpreta que estos han velado antes por sus propios intereses que por los reales de la seguridad, y por lo tanto el desarrollo, de la población local.  

Además del Sahel, surgen focos de insurgencia yihadista en otras regiones y uno de los países que prometía ser el epicentro del desarrollo económico de todo el este del continente, Etiopía, sigue inmerso en una cruenta guerra civil que pone en riesgo a toda la región y provoca migraciones en el área. El momento para la Unión Africana, sin duda, no es fácil, y más cuando la respuesta de algunos de sus países, también en el escenario securitario, es muy sencilla, y lo estamos viendo en Mali: apostar por nuevos socios. Rusia (con el Grupo Wagner como punta de lanza), Turquía y, evidentemente, China, lo tienen muy claro, ante unos Estados Unidos aún muy poco preocupados por lo que suceda en África. Europa, pues, puede y debe saber jugar su papel y posicionarse realmente como un socio fiable de progreso y desarrollo innovador.  

Coincide, además, que la presidencia de la UE en estos momentos corresponde a Francia, y que el presidente Macron ha dicho que la alianza con África debe de ser uno de los grandes hitos de su ‘turno’ al frente de la Unión. Los franceses, por su parte, quieren que el resto de países europeos (incluido el contingente español, el que más fuerzas aporta al contingente dela misión de entrenamiento EUTM de la Unión Europea) les acompañe en la salida militar de Mali, el actual bastión del yihadismo y un auténtico polvorín a cuatro pasos de nuestro país. Nada de eso, intuyo, ayuda en este momento.  

En tercer lugar, es complicado pedirle a África una asociación de iguales cuando, en terreno migratorio, Europa se está limitando a endurecer sus políticas, a exigir que se acepten las repatriaciones y a elevar la altura de las vallas en las fronteras. No hay visos de que el Pacto Europeo sobre las migraciones pueda resolverse consensuadamente generando espacios seguros y vías legales para las migraciones. Eso lo sabemos muy bien en Canarias, donde la UE hace oídos sordos cada vez que salta la noticia de un nuevo naufragio en las peligrosas aguas del Atlántico.  

Finalmente, otro de los campos de la discusión estos días, que no será fácil, pasa por el llamado ‘Green Deal’, un acuerdo para combatir el cambio climático que reclama la apuesta por las energías renovables y del que muchos países africanos recelan, algo que ya vimos en la reciente COP26 celebrada en Glasgow a finales del pasado año: es injusto, dicen, pedirle a los países que menos han contribuido al calentamiento global que renuncien a la explotación y por lo tanto, al desarrollo que suponen la existencia de grandes bolsas de gas o reservas de petróleo.  

Veamos, pues, qué sale de esta cumbre, y hasta qué punto en Europa estamos dispuestos a cambiar la perspectiva de la actual relación. Los africanos, certeramente, lo han llamado “una asociación más allá de la ayuda”, es decir, que dejemos de actuar como si fuéramos sus salvadores y que realmente nos asociemos porque, sin duda, nos necesitamos los unos a los otros para que el futuro sea próspero para ambos.  

Unos, los europeos, porque algún día entenderemos que los necesitamos para sostener nuestro sistema económico y, por lo tanto, nuestra calidad de vida ante el evidente envejecimiento de la población y el aún más evidente hecho de que la mano de obra, mayoritariamente, estará ahí, en África, donde en solo 8 años ya vivirá más de un 40% de la población joven del planeta. 

Y otros, los africanos, porque tienen por delante un escenario muy complicado para conseguir un crecimiento económico inclusivo que sin duda necesitará del apoyo, público y privado, de instituciones y empresas europeas: a ellos, los africanos, les corresponde garantizar un marco estable, seguro física y jurídicamente, para que las inversiones puedan entrar y hacer su trabajo, que es generar empleo y riqueza en un territorio que con la puesta en marcha de la zona de libre comercio continental (AfCFTA) tiene un potencial verdaderamente enorme. 

En este sentido, la apuesta europea en el campo de las inversiones es fuerte: una iniciativa llamada Global Gateway que movilizará 300.000 millones de euros (la mitad de ellos a corto plazo, anunció la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Layen) para acometer inversiones a gran escala en infraestructuras, transporte, energía y transiciones digitales y ecológicas. La presidenta europea estuvo esta semana en Marruecos y Senegal adelantando los planes que, claramente, buscan posicionar a Europa frente al empuje chino plantado en el plan 'Road and Belt', o la nueva Ruta de la Seda. 

Como ven, el contexto en el que se produce esta Cumbre es complicado. Hay algo, eso sí, que creo que desde Europa se está empezando a fomentar y es fundamental: escuchar a la juventud africana y darle mucha importancia, porque es fundamental, a la perspectiva de género y la fuerza, trascendencia y empuje de las mujeres africanas. El continente está en manos de los jóvenes, a los que tenemos que acercarnos, escuchar y conocer. La Cumbre Afro-Europea apostará por este enfoque y ha propuesta una previa en la que jóvenes europeos y africanos discutirán sobre su futuro en común. Este año, además, es el Año Europeo de la Juventud. Nosotros, desde Casa África, estamos contribuyendo también a ello, a través de la puesta en marcha de un laboratorio de innovación social, llamado Ayoka, que hemos lanzado junto al think tank Puerta de África y que ha generado un espacio para que jóvenes líderes españoles y africanos reflexionen sobre el presente y el futuro del continente.  

Créanme, es sinceramente alucinante: la iniciativa, talento, preparación y conocimiento que estamos viendo en los jóvenes de ambas orillas, jóvenes que tienen totalmente superados los conceptos que en estos próximos días serán los que, lamentablemente auguro, complicarán la Cumbre entre africanos y europeos.