Estamos viviendo momentos históricos, convulsos e impredecibles, en la geopolítica internacional. Nuestro continente ya llevaba tiempo con indicios de que teníamos una crisis a la vuelta de la esquina, pero la invasión de Putin en Ucrania sacudió todo el árbol y complicó sobremanera las cosas.
La terrible guerra ha acabado de desatar una grave crisis global: una crisis energética, económica y de encarecimiento de las materias primas que, como siempre, conlleva el encarecimiento de todos los precios y hace más difícil que nuestro país avance de la manera que esperábamos.
Como ya he contado en otras ocasiones, en África las consecuencias han sido aún, si cabe, más crueles, añadiéndose a las dificultades económicas creadas las que ya tenían de ámbito climático, llevando a países como Somalia a una situación extrema: hay 7,1 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria inmediata y se teme que esta hambruna sea peor que las dos que ya vivió este país, y que llegaron a matar de hambre cada una de ellas a 250.000 personas (1992-93 y 2011-12).
Leía ayer en un comunicado de la ONG Oxfam International que los beneficios extraordinarios que las empresas energéticas de todo el mundo están recogiendo a raíz de la guerra de Ucrania son tan espectaculares que solamente con lo que están ganando en 18 días se atenderían todas las demandas económicas de Naciones Unidas para parar el hambre que esta crisis global está causando en el mundo.
Es importante, pues, que como europeos reflexionemos abiertamente y con una mirada crítica sobre qué estamos haciendo para parar las dantescas cifras que empiezan a llegarnos sobre los efectos de estas hambrunas en regiones como el Cuerno de África o el Sahel. En ellas, el cambio climático es el denominador común, y se producen en un momento donde los africanos están exigiéndole a los países desarrollados (y entre ellos, los europeos) que cumplan con los compromisos adquiridos en esta materia.
Y al respecto, dos eventos sucedidos esta semana nos han permitido reflexionar sobre las relaciones entre África y Europa, y concretamente, entre los dos grandes organismos que son punta de lanza de ambos continentes: la Unión Europea (UE) y la Unión Africana (UA).
Por un lado, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, viajó al continente africano muy recientemente y lanzó una serie de reflexiones que nos ayudan a poner en contexto cómo está Europa ayudando a África.
El ruido y la desinformación han provocado que mucha gente piense que en estos momentos, China y otros actores como la misma Rusia, o incluso la India, están más presentes que Europa en África, y no es así. De hecho, en estos momentos, la inversión europea en África es más de cinco veces superior a la de China. Una cuarta parte del comercio africano se realiza con la UE; sólo es el 15% con China y el 2% con Rusia, y el 90% de las exportaciones africanas entran en la UE libres de impuestos.
La colaboración es amplia en multitud de frentes. Por ejemplo, la Unión Europea colabora con sus socios africanos en la construcción de los primeros centros de fabricación de vacunas del continente, y en la reciente cumbre UA-UE (celebrada en febrero en Bruselas, pocas semanas antes de la invasión rusa) se aprobó un paquete de inversiones de 150.000 millones de euros para el llamado programa Global Gateway. En términos de Seguridad, Europa sigue siendo el socio más fiable: los europeos apoyan los esfuerzos de paz africanos en once misiones en todo el continente.
Sin ninguna duda, y eso lo dijo abiertamente el propio Borrell, el colonialismo es “una mancha indeleble” en la conciencia de Europa, pero afrontar la responsabilidad que el pasado conlleva “nos ha convertido en mejores socios para el futuro”. No puedo estar más de acuerdo con eso.
Y en segundo lugar, precisamente para hablar del estado de las relaciones Europa-África, pero desde la perspectiva española, el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación organizó este pasado miércoles en Madrid un encuentro al que tuve ocasión de asistir, y que permitió reflexionar entre y con expertos sobre qué puede hacer España para incrementar su ya relevante relación con la Unión Africana.
Las jornadas contaban con la presencia en Madrid de dos ‘primeros espada’ del continente africano, además de los embajadores africanos acreditados en Madrid. Por un lado, Carlos Lopes, prestigioso economista de Guinea Bissau que es el actual Alto Representante de la Unión Africana para las Relaciones con Europa. Y por el otro Ibrahim Mayaki, director ejecutivo de la Agencia de Desarrollo de la Unión Africana (NEPAD). Dos personas con muchísimo peso e influencia dentro de la Unión Africana cuyas reflexiones siempre son fundamentales para entender cuál es la perspectiva africana ante asuntos, en estos momentos, tan fundamentales como la crisis alimentaria exacerbada por la guerra de Rusia o el proceso de adaptación de los países africanos en el marco de la lucha global por el cambio climático.
Es ahí donde constaté que por la parte africana persiste, y con razón, el recelo de que la mayor parte de lo que los países ricos comprometen en ayudarles frente al cambio climático se incumple de manera impune. Basta solo recordar que en 2009, en la COP 15 de Copenhague (Dinamarca), los países desarrollados prometieron 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 para hacer frente a la adaptación climática. Ese compromiso no se ha cumplido.
Y es por ello que trasladé que desde Casa África, nuestro empeño es situar este tema en lo más alto de la agenda española hacia el continente, porque realmente la crisis climática toca todos los ámbitos del desarrollo y constituye un lastre que, sin un decidido esfuerzo internacional, no superaremos. Es fundamental, pues, que los africanos perciban que los europeos cumplimos lo que prometemos, y que somos conscientes de la enorme relevancia de este asunto.
Porque el tema climático está afectando profundamente el día a día de los gobiernos africanos, que tienen que destinar una parte muy importante de su Producto Interior Bruto (hasta un 4% de media) a los costes que sobrevienen del cada vez más hostil, duro y cambiante clima.
Los datos y prospectivas de la Organización Mundial de la Meteorología, además, no son nada optimistas: el estrés hídrico que vive el continente podría desplazar hasta a 700 millones de africanos en los próximos 8 años. Se ha alterado el régimen de lluvias, los glaciares están progresivamente desapareciendo y el tamaño de los lagos (especialmente el Lago Chad) ha disminuido de forma alarmante. Cuatro de cinco países africanos no tendrán recursos hídricos gestionados de forma sostenible en 2030.
Casa África en Gijón
No quiero cerrar este artículo sin contarles que esta semana, tras la reunión en Madrid sobre la Unión Africana, me desplacé a Gijón (Asturias) donde en el Museo Barjola, y en colaboración con la Agencia Asturiana de Cooperación al Desarrollo y el Ayuntamiento de Gijón inauguramos la exposición ‘Mujeres del Congo. El camino a la esperanza’, con fotografías de la considerada mejor fotógrafa de nuestro país, Isabel Muñoz.
Mujeres del Congo es quizás la exposición que más ha itinerado y éxito ha tenido por toda España desde que la presentamos en Casa África, puesto que ha estado en Santa Cruz de Tenerife, Madrid, Segovia, San Sebastián y ahora en Asturias. El trabajo de Isabel Muñoz, que denuncia el uso de la violencia sexual como arma de guerra en la República Democrática del Congo, consigue impactar a través de la belleza de unas imágenes en blanco y negro que llegan al alma.
La presentación en Gijón se desbordó, y el mensaje que recibimos fue la importancia que, desde esta institución ubicada en las Islas Canarias, no desfallezcamos en seguir mostrando por toda España el trabajo que realizamos, que intenta siempre acercarnos a África, a todas las realidades, positivas y negativas, que vive nuestro continente vecino. En eso estamos, y seguimos.